Fuente escondida

lEl perdón acontece en primer lugar. Ése es el escándalo de la Cruz

El paso de misterio de la Sagrada Mortaja el pasado Viernes Santo.
El paso de misterio de la Sagrada Mortaja el pasado Viernes Santo. / Víctor Rodríguez
Pablo Colón Perales

30 de marzo 2018 - 02:32

Fuente escondida, jardín cerrado. Todo se ha consumado. Menos el rescoldo de la promesa de María guardado en su esperanza. Temblorosa y tintineante esperanza como el ancla que hemos visto a la mañana mecerse en su corona. Caminamos como náufragos de la Pascua. Agotada la promesa que comenzó cuando su triunfo rodeada de palmas y nazarenos blancos. Todo consumado y todo vuelto a nacer. "Id a buscadlo a Galilea, allí lo veréis". Ahogado el último resplandor de los codales por los pétalos. Arriados los zancos. Agotada la cera en la candelería que brilló por todos los que no están, las lágrimas de luz. Detenidas las elegantes bambalinas. Encallado en el recuerdo de su altar diario, las Imágenes Titulares. Apagados los Monumentos de los sagrarios pobres. Lo cerca que estaban de nosotros los que no están. Y volvimos por el rumor lejano de un sonido, un color o un sabor, a seguirla esperando, lo que más nos conmueve y lo que más nos destierra de la tierra prometida. Y volvíamos a sentir -en el sepulcro abierto del templo vacío- el sonido de la puerta del templo abriéndose y el murmullo de la plaza que esperaba a la cofradía. Viernes Santo. Día de belleza antigua y de vacío siempre nuevo. Día en que comienzan a despedirse en ti tantas cosas. El sabor de la miel volvía a nuestro paladar seco, después de una Madrugada. Como la magdalena de Proust le trajo todo el tiempo perdido que buscaba. Todo se ha agotado para que todo tenga sentido. Sus heridas nos han curado. Y ha amanecido sobre todos nosotros, su misericordia. Comprendí porque para nosotros Dios es, sobre todo, sobre todas las cosas, Dios es Amor. Un amor que se ha agotado hasta el límite.

Los malvas de esta tarde son distintos a los malvas de los otros días. Es un azul oscuro casi negro. Como si se mimetizara el cielo con la túnica de la cofradía del Real de la Carretería. Paso abigarrado en elegancia. Escaleras suspendidas por los santos varones antes del descendimiento. Calvario con figuras. Garras en los zancos. El sol se ha quedado en el Altozano cuando abrazó al Cristo total y expirante. Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí, sigue proclamando el salmo de Expiración por la Puerta de Triana y por Reyes Católicos Y lo que queda de su resplandor, guardado en la celosía del palio del Patrocinio. La semblanza del Convento de San Buenaventura en la estampa antigua -como aquella maravillosa de Luis Arenas- de la Soledad.

El Cordero casi ahormado al peso de la Cruz, que nos viene en el Nazareno de la calle Castilla. Cahíz de tierra y memoria de su cofradía de La O. Romántica cofradía de Montserrat. Escorzo del gesto en la Magdalena. Mirada y vencimiento del Dios de la Conversión sobre la debilidad humana: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Arrobamiento en la mirada ahogada en lágrimas de la Dolorosa. Canasto antiguo y alto para la tercera caída del Señor de San Isidoro. Crujido y silencio al tiempo. Estilo persa para la delicadeza de Loreto. Como una Casa de Oro. Y el entierro del Señor anunciado por el cortejo desde el Convento de la Paz. La Madre de la Piedad en el pesebre más doloroso, acuna a su Hijo. Todo el Misterio decreciente como una montaña santa. En cada lágrima detenido este momento.

Tal vez no seríamos capaces de asistir a la pasión del Señor, de no comenzar con el perdón. El perdón acontece en primer lugar. Ése es el escándalo de la cruz. No quiere decir que Dios no se tome en serio lo que hacemos. La crucifixión es una realidad. Como tantas otras cruces. De hecho el Viernes Santo nos reunimos en asamblea para volver a escuchar sus palabras, para escuchar la pasión y muerte del Hijo y para recordar que la humanidad rechazó la luz que venía en Él. El perdón no es el olvido del Viernes Santo. El perdón es el Padre resucitando al Hijo el domingo de Pascua. El perdón da vida a todo lo que estaba muerto, engendra belleza donde habitaba solo la fealdad. Es el poder transformador y redentor de cada una de las siete palabras, manifestadas en la cruz. Nos atrevemos a contemplar la totalidad de nuestras vidas, con nuestras derrotas y travesías, con nuestras faltas de amor. Desde la palabra de la Cruz, desde su cuerpo entregado, nos atrevemos a recordar no para sentirnos bloqueados sino para abrir nuestras vidas. Los discípulos -hombres y mujeres- que acogen su cuerpo en el traslado al sepulcro, han sido sanados para servir. Sanados para anunciar, convertidos para seguirle.

Fuente escondida, jardín cerrado. Espera del tercer día. Resucitará.

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