Miserere junto a la Catedral

La campana

Si los horarios se cumplen, hoy pueden coincidir y cruzarse el Cristo de la Buena Muerte y el de las Misericordias l La Semana Santa a veces deja estampas insólitas, de cara o cruz.

José Joaquín León

03 de abril 2012 - 08:10

EN un cierto momento, el Cristo de las Misericordias estará bajando de Santa Cruz, escoltado en su Miserere de perdones infinitos por los naranjos de la calle Mateos Gago. En ese mismo momento, el Cristo de la Buena Muerte debería estar dentro de la Catedral, iluminado en la oscuridad por cuatro hachones.

Entre silencios, un Cristo debería avanzar al encuentro del otro Cristo, que es Él mismo. Cristo vendrá desde Santa Cruz perdonando a todos en el final de la tarde, con las Misericordias de su agonía reflejada en el rostro. Aún está vivo, pero la vida se le escapa. En sus ojos ya se intuye la muerte presentida, la muerte enamorada. La Buena Muerte está en ese momento presta a cruzarse en su camino. Saldrá el Cristo muerto por la Puerta de los Palos, lección magistral del amor que nos ha llegado desde la Universidad. Tan dulcemente muerto, que aún se le palpa la Vida desde su eternidad.

En un cierto momento, a la vera de la Catedral, se cruzarían los caminos del Cristo que está muriendo, y que viene de Santa Cruz, con el Cristo que vuelve muerto hacia la Universidad. Y recordaremos: "¡Oh, Muerte!, ¿dónde está tu victoria?" Pues Sevilla se ha redimido y alcanza la eternidad en la plenitud del Martes Santo.

El azar de los cambios de itinerarios puede permitir una visión imposible, o dejarla tan sólo en el mundo idealizado de los sueños cofradieros. El Martes Santo nos permitirá otra vuelta de tuerca en la configuración de los días, cuando Santa Cruz enfile la calle Francos, como un paréntesis de ruán negro, entre San Esteban y San Benito. Es un cambio que no sabemos si tendrá razón de continuidad y que, como otros, nos impondrá escenas insólitas. El material del que se nutren los recuerdos de la Semana Santa es sensible a estas novedades.

Siempre hay que ver a la cofradía de Los Estudiantes en la calle, pero hoy con más motivos. Y verla completa. Hoy es el día en que se estrena la culminación de un paso de palio que puede ser ya considerado como el más completo de los últimos tiempos. El espectacular diseño que hiciera Joaquín Castilla por fin se culminó en el taller de Santa Bárbara con el manto, y ahora con los faldones. Paso regio, suntuoso, inimitable, para la Virgen de la Angustia, que irá por las calles como Reina y Madre de los Estudiantes, más que nunca.

Hoy vuelve a salir el Señor de la Salud, que presidió el vía crucis de cuaresma de las cofradías, pero esta vez irá en su paso, seguido por la Virgen de la Candelaria, que volverá a iluminar las veredas de los Jardines. Hoy empezará pronto el día en el Cerro del Águila, donde se repetirá la larga marcha hacia la Catedral para acompañar al Cristo del Desamparo y a la Virgen de los Dolores. Hoy se abrirá la puerta ojival de San Esteban para que salga el Cristo de la Salud y Buen Viaje y para que se repita un milagro con la Virgen de los Desamparados, que el año pasado quedó truncado por la lluvia. Ese peligro que otra vez está ahí, al acecho de los sueños.

En Omnium Sanctorum también se abrirá la puerta para que los Javieres salga hacia la carrera oficial, en esas horas aún tempranas de la tarde, en las que las calles todavía no están masificadas y se puede ver a esta cofradía con un cierto regusto a la Semana Santa de antaño. En San Benito hay que tener más paciencia, si queremos ver completa la salida de la cofradía con sus tres espléndidos pasos. La Presentación en la Calzada es uno de esos momentos que hacen grandioso el Martes Santo. El pueblo entra a formar parte de un misterio, como si estuviera viendo a Pilato en el mismo paso. Cristo está allí entre su gente, que ha ido también a verle muerto en la cruz de la Sangre y a ver a la Virgen de la Encarnación, que fue Palomita de Triana en otros tiempos ya tan lejanos.

El Martes Santo debe acabar en San Lorenzo. Con el misterio de una bofetada cobarde a Cristo maniatado. Con el último suspiro de la Virgen del Dulce Nombre en los más profundo de la madrugada. Entre tantas horas, se nos quedarán esos momentos que nunca vimos, que a lo mejor vemos, o que quizá nunca veremos.

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