Del Cercano Sur al Lejano Norte

calle rioja

In memóriam. Alfredo Jiménez Núñez volcó sus conocimientos sobre la Historia de América en su trabajo en la Expo y en una insólita, fértil y tardía tarea como novelista

Alfredo Jiménez Núñez, izquierda, saludando en mayo de 2014 junto a la catedral a José Luis Ballester, compañero en los años de la Expo.
Alfredo Jiménez Núñez, izquierda, saludando en mayo de 2014 junto a la catedral a José Luis Ballester, compañero en los años de la Expo. / Juan Carlos Vázquez
Francisco Correal

17 de enero 2017 - 02:36

Esta respuesta habría sacado de sus casillas a Donald Trump: "Un señor que hubiera nacido a principios del siglo XIX en esa zona", decía Alfredo Jiménez Núñez (1931-2016) hablando del Lejano Norte, "habría sido español, mexicano y súbdito norteamericano desde que Estados Unidos se queda en 1848 con Texas, Nuevo México, Arizona y California".

¿Cuántos muros necesitaría el nuevo presidente de los Estados Unidos de América para delimitar tanto trasiego de fronteras? Una de las primeras lecciones que nos daba Alfredo Jiménez Núñez a sus lectores y a los periodistas que tuvimos el privilegio de entrevistarlo es que la frontera no tiene por qué entrañar connotaciones negativas. "En antropología existe una acepción positiva de la frontera. Es un espacio, no una línea, donde conviven y coexisten grupos diferentes".

En la Expo 92 fue secretario del comité de expertos que presidía Severo Ochoa

El Lejano Norte es el espacio mítico en el que transcurre la tercera novela de este catedrático de Historia de América, El amante de la frontera (Guadalturia). Apareció en enero de 2014 y se la dedica in memóriam a Beatriz. "A nuestros días felices en el Lejano Norte". Esta dedicatoria con rúbrica en el Cercano Sur, en la Sevilla en la que Alfredo nace el primer año de la Segunda República, lleva implícita una historia de amor y complicidad que es en sí misma una novela paralela.

En la entrevista que le hice para hablar de su novela, me contó la historia. Su primer viaje a América, curso 1957-58, tres meses recorriendo en tren los Estados Unidos en los que descubre el Gran Cañón del Colorado, le obligó a retrasar un año el final de sus estudios y su boda. Fue un retraso consensuado, ya que a Beatriz, la novia de Cortegana, la conoció en primero de carrera. "Nos licenciamos el mismo día, leímos la tesina el mismo día y con una beca de los Estados Unidos nos fuimos a Chicago con dos niñitas en 1963, dos meses antes del atentado contra Kennedy".

Se casaron en 1960 en el Museo, hermandad de la que Alfredo Jiménez era número 1. Boda un año después de la histórica visita de Eisenhower a España en 1959. El mismo año que Severo Ochoa gana el Nobel de Medicina. Alfredo Jiménez tuvo ocasión de conocer al científico asturiano que se exilió a los Estados Unidos. En la Expo 92, Manuel Olivencia nombró a este catedrático secretario ejecutivo del comité de Expertos de la Expo, un comité que presidía Severo Ochoa, aquella eminencia que había estudiado un curso de bachiller en el instituto San Isidoro. Alfredo Jiménez también dirigió durante seis años el área de Asuntos Culturales de la Exposición Universal siendo impulsor de una encomiable labor editorial.

Alfredo y Beatriz viajan a Estados Unidos en 1963 con dos hijas pequeñas. Beatriz tenía tres años y Gloria María dos. En Chicago, durante aquella estancia académica, nació Lola, la única americana de la estirpe. De regreso a Sevilla nacieron dos varones y Marina, la única que siguió los estudios de Historia de América que hicieron sus padres, una disciplina que propició el flechazo.

El amante de la frontera tiene otra dedicatoria que no salió de imprenta, sino de la voluntad amanuense del autor. Después de leer la novela para conocer mejor a su autor, le comenté a Alfredo Jiménez que el mapa de su historia -Zacatecas, Entre Durango y San José del Parral, Chichuahua, Santa Fe de Nuevo México- me recordaba el inicio de La Templanza, la tercera novela de mi amiga y paisana María Dueñas, una trama que transcurre entre México, Cuba y Jerez. "A María Dueñas", le escribió Alfredo Jiménez, "que amamos una tierra americana que no queremos dejar caer en el olvido". Entrecomillaba la palabra olvido, en clara referencia a Misión Olvido, la segunda novela de Dueñas.

A todos los que les contara el episodio les pondría los dientes largos. En estos tiempos de una televisión dominada por el morbo, los caricatos y el seguidismo, produce sana envidia esa imagen de cuatro sabios comentando una película en el programa La Clave que presentaba y dirigía José Luis Balbín, a saber: Juan Rulfo, Ángel González, Miguel de la Quadra Salcedo y el propio Alfredo Jiménez Núñez. Un novelista mexicano imprescindible, un poeta como la copa de un pino, un aventurero y corresponsal de guerra al que también se llevó la Parca en 2016 y este topógrafo apasionado del Lejano Norte, esa parte de la brújula eclipsada por el Gran Oeste Americano.

La película que proyectaban era Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog, con Klaus Kinski encarnando a aquel temerario en una trilogía que completó con Fitzcarraldo y Nosferatu. "Con las pocas películas que se han hecho en España sobre su presencia en América, les dio por hacer otra sobre ese loco". Se refería el profesor a la que dirigió Carlos Saura con Aguirre encarnado por el argentino Omero Antonutti.

Al final de su novela, el coleccionista de fronteras aporta un glosario de términos, semblanza de personajes y la referencia bibliográfica del libro de David J. Weber. En la película Comanchería, que protagoniza Jeff Bridges, este sheriff tiene como ayudante a un indio comanche. "Apaches y comanches eran enemigos naturales", contaba Alfredo Jiménez Núñez, que se construyó su John Ford a medida en el estudio que hizo sobre los indios en un oasis a lo largo del río Grande, ese Guadalquivir americano.

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