Metrópolis · Calle de Catalanes

Ópera en los pares, jazz en los impares

  • Fue la zona que Fernando III y después Sancho IV asignaron a los catalanes que acompañaron al rey en la Reconquista

  • En el siglo XIX se subdividió en Albareda y Carlos Cañal, dos próceres que unen Sierpes con la calle Zaragoza

"Ésta es una de las calles de más tono de la ciudad", se lee sobre la calle Catalanes en la Noticia Histórica del origen de los nombres de las calles de la ciudad de Sevilla, de Félix González de León. La calle perdió su nombre a mediados del siglo XIX y comprendía las que hoy se llaman Albareda y Carlos Cañal en memoria a dos próceres. El segundo fue hace casi un siglo el primer titular del Ministerio de Trabajo y llegó a ser comisario regio de la Exposición de 1929.

El nombre originario se debió, según el mismo libro, a que "los catalanes que acompañaron a San Fernando en la conquista fueron a habitar esta calle que les asignó el santo rey con varios privilegios y entre ellos el de una carnicería...". Fernando III reconquista Sevilla en 1248. De siglo y medio después, en 1385, datan las primeras noticias del horno San Buenaventura, el más antiguo de Europa, según José María de Mena. Llegó a contar con 340 empleados. El obrador primigenio, junto a un recoveco llamado Mesón de los Caballeros, está cerrado a cal y canto.

Casi ocho siglos después de la llegada de los caballeros que acompañaron al hijo de doña Berenguela, la antigua calle Catalanes sigue siendo una de las que conservan mejor tono de la ciudad. Menos carnicería, en la calle Carlos Cañal hay de todo. Muy atada a las raíces, tiene un aire cosmopolita que le dan el pintor marroquí que podía vivir en Nueva York o Casablanca pero lleva Sevilla en su alma, Ahmed ben Yessef; el repostero alemán Frank Ambruce Wagner, que llegó en la Expo y se casó con una jerezana; o el sumiller brasileño André Salla, que cruzó el océano de agua en un mar de vinos respondiendo a la llamada de sus ancestros portugueses, originarios de Oliveira do Hospital.

Es una calle coqueta y sin ruidos. Con un gusto musical sin parangón. Las tartas de Ambrosius las prepara su autor escuchando música clásica, una selección de óperas del tenor mexicano Juan Diego Flórez, por ejemplo. Ahmed ben Yessef dejó su estudio en la calle Mesón del Moro buscando una planta baja donde entrara la luz. En Carlos Cañal, a dos pasos de la iglesia de San Buenaventura y el convento a la que ésta pertenece, suena música árabe, la que le habrán inspirado las cuatro exposiciones de tres países -Almonaster la Real, en España; Mértola, en Portugal; Tánger y Kenitra, en su Marruecos natal- que preparó en este estudio en el que lleva doce años. Junto al restaurante La Perra Gorda está la cafetería Sur, que preside una fotografía espectacular de Herman Leonard tomada en 1949. Se ve a Ella Fitzgerald cantando. Entre el público, Duke Ellington y Benny Goodman. Ópera de tartas en los pares, jazz superlativo en los impares.

Ayer no se cabía en el café-bar Alhucema, Carlos Cañal esquina con Mateo Alemán, autor de una obra maestra de la picaresca que fue hermano mayor del Silencio. El bar lo regenta Tomás Heras, un bético que nació en 1977, el año que su equipo ganó la primera Copa del Rey. En 2014 tomó las riendas de su padre, que de empleado pasó a ser uno de los socios del negocio. La música es excelente y el mobiliario de caoba. Antes fue una tienda de ultramarinos que abrió como Casa Ramiro en 1927, cuando Carlos Cañal estaba en pleno apogeo preparando la Exposición que se inauguró dos años después. El bar debe su nombre a la flor de la alhucema. De Casa Ramiro quedan los hierros donde se colgaban los jamones y en el mostrador, Tomás muestra los restos del molinillo de café y la bomba que expedía el aceite a granel.

Aficionado a los caballos, costalero de media docena de cofradías, hermano reciente de los Javieres, entró muy joven en el negocio paterno. "Cuando tenía 18 años una tarde entraron a robar. No contaban con que uno de los clientes, mi amigo Nene, era una eminencia en artes marciales y redujo al ladrón". Nene le quita importancia. Ha sido sucesivamente cliente, empleado y amigo del local y se dedica "a la protección de personas".

Por Zaragoza y Sierpes, los límites de la antigua calle Catalanes, se llega a la Plaza Nueva. La antigua Casa Grande de San Francisco, origen del nombre oficioso del Ayuntamiento, se comunicaba mediante una gran huerta con la iglesia de San Buenaventura. "Los franciscanos son de vida activa", dice Juan, canario de La Palma, que trabaja en administración. "Están en sus parroquias, colegios, capellanías". Le da al periodista una estampa con una oración de San Francisco de Asís: "Señor, haced de mí un instrumento de paz". En la iglesia hay nueve misas semanales y es sede parroquial de la Soledad de San Buenaventura, que sale el Viernes Santo. Acogió el único colegio de los Franciscos "para leer controversia de fe" y acudían a estudiar de varias provincias "principalmente de Cantabria, Canarias e Irlanda", se lee en el susodicho libro.

En la calle Zaragoza vive el arquitecto Rafael Manzano y está vinculada con dos mujeres que potenciaron la cultura de la ciudad: estaban la galería de Juana de Aizpuru y la librería de María Fulmen. De Zaragoza a Carlos Cañal se trasladaron una guarnicionería y la librería De Ultramar & Go. "Estoy especializado en libros de viajes y ciudades". La tumba de Calvino, que visitó Sevilla en 1984 y murió en 1985, está en la portada de un libro de Cees Noteboom, Tumbas de poetas y pensadores. Menos luctuosos son los titulados Historias sicialianas o La pesca de la trucha en América. Miguel nació en 1965, el mismo año que el pastelero de las tartas Ambrosius. Calvino es el autor de uno de sus tres libros de viajes favoritos, Las ciudades invisibles. Los otros dos son El leopardo de las nieves, de Peter Mathiessen, y El peor viaje del mundo, de Apsley Cherry-Garrard, que sobrevivió al viaje de Scott. Piensa en Geografía y acertarás. Éste no es un libro de viajes. Es una de las propuestas de catas de vinos de Flor de Sal. "Cuando era pequeñito, le dije a mi madre que si tenía un negocio le pondría Flor de Sal". Asiente su madre, Celina, que viene todos los años desde Sao Paulo "como el turrón, por Navidad".

Como tiene la librería al lado, Conchi, la frutera, predica con el ejemplo y está leyendo un libro. Se lleva bien con los que venden vinos, tartas y libros, con los curas. "Muy bien, todos son clientes". Esta frutería también es oceánica, como los libros de viajes y los vinos del hijo de Celina. Sus delicias de temporada, la naranja, la mondarina, el caqui, el percymon, la castaña, la batata, la granada, el membrillo, comparten espacio con la pescadería que regenta un cuñado. Conchi viene todos los días desde Bormujos, paisana de Juan Diego, vecina hasta su trágico final de Rafael de Cózar, abre a las ocho de la mañana y cierra a las ocho y media de la tarde para volver al Aljarafe. Del pueblo a la capital.

Justo Ruiz tendrá que desacostumbrarse a la rutina. Acaba de fallecer su madre, a la que todos los días iba a visitar en su casa de la calle Otumba, paralela a Carlos Cañal. Justo Ruiz tuvo entre sus alumnos de Arte Dramático a Antonio Banderas y María Barranco. También a Fátima, hija de Ahmed ben Yessef. Uno de los cinco afluentes biológicos del pintor marroquí, padre de Omar, Fátima, Yasmina, Marian y Noor. El estudio de Carlos Cañal es una pequeña pinacoteca: la obra que pintó en Marruecos, secuela profética de García Ramos o Bacarisas; una foto de su maestro Pérez Aguilera en su casa de la Buhaira; un retrato de Kanuté, que jugó en el equipo del que el pintor es seguidor, accionista y autor de un mural del centenario que la directiva tapó por completo. El cielo, firmamento de Nervión, puede esperar. Le divierte el antiguo nombre de su nueva calle. "Yo expuse en Barcelona, en el salón Gaudí, donde poco antes había expuesto Dalí".

Las tartas de Ambrosius parecen el mapa de Stefan Zweig: sabores de Austria, Alemania, Suiza, Hungría. Durante la Expo, el repostero alemán trabajó en un proyecto que daba 1.400 comidas diarias para niños. Inicialmente estuvo en San Juan Bajo y era el proveedor de las tartas de Alfalfa, 10. A su tienda de Carlos Cañal viene gente de toda Sevilla "y de fuera, tengo clientes fieles desde hace 21 años", dice Frank Ambruce Wagner, un segundo apellido que es guiño del destino.

El café-bar Alhucema es punto de encuentro. "Cuando me hice cargo del negocio, me preguntaron si lo iba a modernizar", cuenta Tomás Heras. "Poner un sitio de moda es muy fácil, bajas los precios, atraes a la chavalería, pero en unos meses te lo cargas". Prefiere conocer el nombre de sus clientes. "¿Qué te cuentas, Rubén?". Y Rubén lo hacía "en el Caribe" de no verlo durante unos días. "He estado de mudanza".

Por Carlos Cañal, ópera en los pares, jazz en los impares, uno puede coincidir en el paseo con Enrique Henares, abogado que fue pregonero de la Semana Santa, o con Francisco Herrero, presidente de la Cámara de Comercio. Su mujer se le pierde en un zigzag por Méndez Núñez -"más vale honra sin barcos que barcos sin honra"- y Muñoz Olivé. En Albareda, la sede del Clic que Bernard Rotgers abrió con un patio sevillano; el clasicismo de Barbiana. Calle céntrica e industriosa en la que estuvo la redacción de El Correo de Andalucía cuando Holgado, Pepe Guzmán e Igarfe sincopaban la actualidad con paradas en el bar El Portón. La mitad de Catalanes. Curiosa metáfora preñada de actualidad.

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