Las carnes al sol

la caja negra

Carnes tendidas en una azotea de la calle Arjona, con ropa al fondo.
Carnes tendidas en una azotea de la calle Arjona, con ropa al fondo. / M. G.
Carlos Navarro Antolín

22 de enero 2017 - 02:37

En Sevilla se propaga la arquitectura de tanatorio y de secadero a la velocidad del picudo rojo por las palmeras. Como la ley de la materia, que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, las casas del XVII y XVIII se transforman en apartamentos turísticos. Es así, como una ley no escrita. Los bares y comercios tradicionales se transforman en franquicias del donut tuneado, el burrito mexicano y yogures saludables. Lo de los yogures saludables, por cierto, es como lo de los Jueces para la Democracia. ¿Pero hay yogures que perjudican a la salud y jueces a favor de una dictadura? Te van cambiando el paisaje de la ciudad por abajo, que dirían los costaleros, por sus locales comerciales. Te lo van cambiando también por el nivel medio, por las casas, con un secadero de tabaco en la calle Santander, junto a la Torre de la Plata; con publicidades chirriantes en las zonas monumentales, con restauraciones de templos históricos a los que dejan la piel como un hotel NH, con grandes casas troceadas en habitaciones de 30 metros cuadrados para alojar los turistas que luego van al Starbucks a colocar los pinreles por lo alto, por lo alto de la silla donde otro se sentará después. Y también cambian los cielos, el nivel alto, el paraíso del teatro de la ciudad. Los cielos, al final, no los perdimos. Como la ley de la materia, sólo cambian, se transforman. Llegaron las antenas en los años setenta del UHF como ahora llegan las carnes al sol, que suena a lunes sin empleo, a la Andalucía indolente y parásita. Las carnes al sol son cada vez más frecuentes en los cielos del casco antiguo. Esa mayoría creciente y silenciosa que son los chinos usan las azoteas para secar las carnes, deshidratarlas con el sol andaluz y conseguir la calidad deseada. Sube usted con la colada a colgar las sábanas, el chándal del Betis, la ropa interior, el calcetín suelto del que nunca se encuentra el par, y se encuentra con los cordeles ocupados por trozos de carne de cerdo y de pollo perfectamente tendidos, alineados en formación y con sus pantalones y camisas de fondo. No ocurre en una azotea de San Jerónimo, el Zodíaco o del Cerezo, sino en pleno centro de la ciudad. Los chinos no vinieron en los ochenta para integrarse, por supuesto no les ha dado nunca por formar una cofradía como los negros desvalidos hicieron a finales del XIV bajo la tutela del arzobispo Mena sin dejar por ello de reafirmar su etnia. Muchas comunidades de propietarios llevan tiempo sufriendo este problema que genera insalubridad, pero el pensamiento políticamente correcto obliga a sufrirlo en silencio. Está feo decirle al vecino oriental que no cuelgue carne de cerdo donde han estado tus pantalones vaqueros y estará días después una camisa. O que no tienda pollo en la terraza porque sube el olor por la fachada. Está feo pensar que tal vez esa carne de puerco sea cocinada en uno de esos restaurantes a los que llamas para que te envíen a casa los envases de aluminio cargados de tiras de cerdo con almendras y salsa agridulce o de pollo con verduras. Tal vez somos nosotros los que tenemos que seguir abriendo puertas, tirando murallas y cegando fosos. Lo mejor será que el plato de cierto restaurante sea denominado Cerdo de Arjona. Un cerdo muy cerdo. Eso es integrarse y siga usted poniendo los pies por lo alto. Los cerdos, lo dice también la ley, se pueden secar o quedarse con todos sus hidratos, pero no desaparecen, sólo se transforman. De la azotea a su plato. Sevilla atrae los secaderos en sus edificios y en sus cielos.

stats