La ciudadana de las palabras
Fallece a los 58 años la primera mujer que lideró una lista de IU. Tras 16 años de diputada, dejó la política y volvió a sus clases de Lengua y Literatura.
La muerte es de derechas y tiene bigote. La vida es rubia con labios de carmín. Hay rubias y rubias, decía Chandler en El largo adiós. Concha Caballero se ha muerto llena de vida. Lo decía con palabras de Cicerón en su libro Sevilla, ciudad de las palabras: "La vida de los muertos consiste en hallarse presentes en el espíritu de los vivos". Recordaba la frase su editor, Rogelio Delgado. Llegué en un taxi al tanatorio de la SE-30 en Sevilla. Concha, siempre con la palabra amigo en los labios, se reía con estas cosas tan absurdas que nos pasan en la ciudad de las palabras: si el tanatorio llega a estar cien metros más allá o el taxista no anda ligero en los semáforos, tengo que pedir en la capilla dinero a algún camarada para pagar el importe de la carrera.
Una hora antes tomé café en el bar de la Universidad. Robé un diálogo entre estudiantes: "Cuidado con los adverbios, que son peligrosos". Concha Caballero era más de siempre que de nunca, más de antes que de después. Proverbial en sus adverbios, que dominaba como licenciada en Filología Hispánica y profesora de Lengua y Literatura en el IES Rodrigo Caro de Coria del Río. Estos, Fabio, ay dolor, campos de soledad, mustio collado...
Concha Caballero nació en Baena (Córdoba) cinco días antes de que terminara 1956. El año que España boicoteó los Juegos Olímpicos de Melbourne y que la Unión Soviética invadió Hungría. Ese acto de agresión es el punto de partida del eurocomunismo, de la izquierda democrática y civilizada que siempre Concha, tan Caballero, defendió. Nunca renegó de la lucha de clases, pero tampoco de las clases de lucha. El primer combate lo vivió en familia: su padre, dicen que de familia conservadora, no quiso que fuera a Madrid para estudiar Periodismo porque suponía que se iba a hacer de izquierdas, según apunta Rafael Rodríguez en los apuntes biográficos de su libro Diputadas.
A su progenitor le salió el tiro por la culata. No necesitó ir al mítico Madrid, crisol de las Españas, para hacer la revolución: primero ingresó en el PSOE y muy rápido en el Partido Comunista, cuya legalización el Sábado Santo de 1977 la coge con veinte años y muchos retos por delante, cuidado con los adverbios. En cuanto al Periodismo, no estudió la carrera, pero hizo méritos más que sobrados para convalidarla y para que a la que nos llamaba amigos le digamos compañera. Del gremio y del alma, como la elegía de Ramón Sijé. Periodista sutil, atenta, solidaria, cuando llevó la comunicación del Partido Comunista de Andalucía primero y de Izquierda Unida después. En la campaña de las autonómicas del 86, negocié con ella el mejor día para acompañar a Julio Anguita, el candidato. Pasamos por Bollullos del Condado, que tenía las calles llenas de romero del Corpus con Diego Valderas de alcalde. La convencí para cambiar el día y así no perderme el partido en el que un árbitro español masacró a la Unión Soviética en su choque contra Bélgica, que sería el verdugo de España en cuartos de final.
Anguita, Valderas y Concha Caballero están en el Guinness del comunismo andaluz. El único alcalde comunista de una capital española, después la amiga de Concha Rosa Aguilar sería la primera y única alcaldesa; el único comunista que ha sido presidente del Parlamento andaluz; y la primera mujer que encabezaba en 1994 una candidatura de la coalición de Izquierda Unida. Estuvo cuatro legislaturas en el Parlamento, desde 1999 como portavoz de su grupo; ahí germinan las lágrimas que ayer no podía reprimir su amiga del alma Pilar González, en esos tiempos portavoz del Grupo Andalucista, pena sin medida que compartía con el dramaturgo Salvador Távora.
Fue alumna y compañera sentimental de Felipe Alcaraz, el político que mejor escribe en España. Fue musa e inspiradora de buena parte de su obra poética. Su vocación periodística siguió en el consejo de admininstración de RTVA y finalmente la ejerció en tertulias radiofónicas y televisivas y en artículos de prensa que publicaba en El País. Allí surge su amistad con Isabel Pedrote. Al cercarla la intrusa, el nombre que Blasco Ibáñez daba a la muerte, Concha interrumpió el ritual de hablar de ocho a nueve por teléfono con su amiga, como reveló en el corto adiós, hasta luego.
La niña de la familia conservadora creía con Carrillo que dictadura, ni la del proletariado. Fue a su modo proletaria, currante, pagándose sus estudios trabajando en una guardería, en una tienda de ropa, de encuestadora o pesando camiones. El tiempo despenaliza los recuerdos. Cuarenta años es el tiempo que mide la muerte de Franco, mucho después de lo esperado en el relato de Max Aub, también el tiempo que computa la amistad de Concha Caballero con Rosa Aguilar, que ayer le dio la razón a Cicerón: la vida de los muertos está en el espíritu de los vivos.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Bodegas Emilio Moro