Dónde están las cosas por hacer | Crítica de arte

La discreta osadía del arte

  • Curro González expone en el Cicus una serie de obras inspiradas en poemas del malogrado Kevin Power.

  • La muestra promueve un debate: ¿cómo se ilustra la poesía?

'Lentas masacres del yo', una de las obras de González.

'Lentas masacres del yo', una de las obras de González.

Un escritor pide a un pintor que ilustre sus poemas. Nada raro (ni difícil) hay en la propuesta. Las cosas se complican algo más, si los poemas son sobre la muerte y sobre la muerte del propio escritor. Esta fue la invitación que en el verano de 2012 recibió Curro González (Sevilla, 1960) de Kevin Power (Gravesend, Reino Unido,1939-Santander, España, 2013). Los dos se conocían bien: a lo largo de muchos encuentros había madurado entre ellos una fuerte amistad y un notable intercambio de conocimiento. Kevin abrió a González las puertas de la poesía norteamericana (Carlos Williams, Olson, Creeley), que dejará huella en su obra, y Power aprendería de González, como todo crítico de arte aprende de un autor cuya obra ha seguido.

El proyecto de Power era más amplio. Otros amigos pintores recibieron otros poemas. Su idea era reunir textos e imágenes en un libro de sencilla apariencia. Pero el libro no pudo editarse. Kevin Power falleció inesperadamente en el verano de 2013. González, que ya había empezado a trabajar su parte, la continuó, no sé si por fidelidad a Kevin, por el atractivo de los poemas o por el reto del propio tema a tratar.

'Puedo oírlo (ahora) pero no puedo verlo' 'Puedo oírlo (ahora) pero no puedo verlo'

'Puedo oírlo (ahora) pero no puedo verlo'

Ocuparse de la muerte, escribir, pintar, pensarla no es tarea fácil. Cuesta acoger en la conciencia a semejante compañera pero hay quizá una reserva mayor: ocuparse de la muerte es coger en peso la propia vida. Es aquí donde se acumulan las mitologías. Los romanos recubrieron la vida con la épica de la gloria. Los cristianos la transfirieron a una existencia superior y plena, e hicieron de la vida terrena una ilusión simbolizada en la vanitas (a veces cargada de secreta sensualidad). Al declinar la trascendencia, la fe se desplazó a la Historia: pelear por un futuro mejor justificaba una vida. De modo más modesto se cultivó la autobiografía: no me refiero a esas memorias publicadas hoy con tanta prodigalidad, sino a una idea: la autobiografía la articulan los momentos que pueden dar significado a la vida. No entro en los viejos mitos. Me quedo en la autobiografía: si aceptamos tal definición, ¿qué hacemos con cuanto es no significativo?, ¿ignoramos lo que no pudimos, no quisimos o no nos atrevimos a hacer?, ¿dejamos sitio al azar o seguimos simulando que somos dueños de la propia vida?

Power se demora en esta última cuestión. Habla de "pequeños pájaros llevados por el aire, como nosotros", "bajo un cielo esmaltado de gris azul y blanco etéreo". A esos versos responde González con una imagen imposible: una hamaca sujeta a un árbol por un extremo mientras el otro se pierde en una mancha de un blanco tan sutil como el del poema. Las dos imágenes quedan respaldadas por una idea de Kevin Power que González recuerda en el texto del catálogo: "Hacemos lo que sabemos antes de saber qué hacemos". No es una confesión de humildad sino la convicción de que en ese hacer, surgido de nuestro estar en el mundo (más que de grandes palabras) es donde el cuerpo inteligente llega a generar algo que tal vez marque un rumbo nuevo, no imaginado. Sufrirá nuestro secreto narciso. Por eso a ese sencillo "hacer lo que hacemos" lo llama Kevin "lentas masacres del yo". González titula así un cuadro donde una multitud de figuras rehúyen el tópico y el quehacer convencional, pero quedan prendidas en dudas que no llegan a resolver. Tal vez esas tensiones irresueltas, con efectos imprevistos (González las tiñe de ironía), formen el tejido de la vida.

'Lady In Black'. 'Lady In Black'.

'Lady In Black'.

En otro lugar, Power presenta a la muerte como la dama que en un coche de vidrios opacos frecuenta su entorno. Es inquietante. Desearía ahuyentarla, aun apedrearla, pero ¿no vendría entonces a llevárselo? Sabe quién es, puede oírla (distingue los continuos cambios de marcha que provocan las curvas de la carretera de montaña) pero no puede verla. González (Puedo oírlo ahora (pero) no puedo verlo) responde a tales imágenes con un lienzo donde las escasas figuras, que evocan el poema, subrayan el potente vacío del espacio: ¿es signo de la presencia de la silenciosa dama? En el dibujo, Lady in Black, aparece de nuevo el automóvil junto a una mujer que camina de espaldas por un largo corredor, pero la fuerza la dan los pies, calzados de sandalias, que irrumpen de repente en el plano.

La muestra promueve un debate: ¿cómo ilustrar un poema? Las dos imágenes, verbal y visual, se esfuerzan juntas en trazar el atrevido arco de la metáfora. Es la audacia que Horacio atribuía por igual a pintores y poetas. Son ellos en verdad los que, sin apenas saberlo, desafían a la muerte. Conservamos, agradecidos, la memoria de quienes mejoraron la vida con sus descubrimientos o la dignificaron con sus ideas, pero de los artistas retenemos algo más: el singular sentir que el verso o la imagen vuelven a despertar e inflaman de nuevo fantasía e inteligencia. Esa es la discreta osadía del arte.

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