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Me estoy quitando | Crítica

El artista jerezano explora en sus nuevos trabajos los fértiles caminos que traza en la pintura la combinación del color y la construcción geométrica

Fernando Clemente, en Carmen Aranguren Fine Arts.
Fernando Clemente, en Carmen Aranguren Fine Arts. / Juan Carlos Muñoz
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

04 de diciembre 2019 - 06:00

La ficha

'Me estoy quitando'. Fernando Clemente. Carmen Aranguren Fine Arts (Puerta de la Carne, 4, Primero izquierda), Sevilla. Hasta el próximo 10 de diciembre

La geometría y la pintura, como buenas amigas, son también discutidoras, en defensa cada una de sus potencialidades. Esos contenciosos vienen de lejos: quizá de la misma discordancia entre la óptica y la geometría (la mostraron los griegos y después Leonardo, con las correcciones propias del paralaje), pero sobre todo surgen de las diferencias que median entre la construcción precisa y la proporción exacta, de un lado y del otro, el entusiasmo, difícil de racionalizar, que despierta el color. Dicho de modo algo tosco, la geometría da un lugar al espectador, sitúa su cuerpo y abre una red de relaciones en su entorno, mientras el color envuelve y como ocurre con la música, invade y afecta. Por eso no debe extrañar que Fernando Clemente (Jerez de la Frontera, 1975) se esté quitando (según dice el título de su exposición), esto es, quiera intervenir con su praxis artística en esa querelle que sostienen ambas damas: lograr una nueva situación entre ambas disciplinas.

He situado el contencioso entre geometría y pintura en el Renacimiento. Se pusieron entonces las bases (quizá el paradigma) de qué debería ser la pintura. Para Vasari era indiscutible que ser pintor no era sino prolongar la vía poco a poco abierta en Italia a lo largo de dos siglos. Pero esa confianza se disipa durante el siglo XIX y la oposición entre pintura y geometría se hace más tensa, aunque también más fértil. ¿Cómo elegir entre el cubismo, que empleaba los valores tonales de la tradición, típicamente pictóricos, para tejer la red de nuevos espacios, y la ascética restricción a los colores puros decidida por Mondrian? El cuadro además evitaba ser réplica del mundo (¿lo había sido alguna vez?) y pretendía establecer por sí mismo un mundo poético, fuera el de la cruda pasión, de las desafiantes miradas de Las señoritas de Aviñón, o el del suave pero incesante desequilibrio de las obras de Mondrian, capaz de llenar de agitación el muro más estable.

Esta tensión la advirtieron con claridad los pintores abstractos de Nueva York: admiraban a Mondrian pero rechazaban su frialdad, y si Newman calificaba a los artistas de la Bauhaus de diseñadores de destornilladores, Rothko afirmaba que la geometría era coartada para el pintor (que con ella construía con más facilidad) y para el espectador, que se servía de ella para no perderse en los espacios indeterminados de la pintura.

Una de las obras que Fernando Clemente presenta en la exposición.
Una de las obras que Fernando Clemente presenta en la exposición. / D. S.

En España el debate fue tardío pero fértil gracias a dos iniciativas: los espacios interactivos del Equipo 57 y el el debate del grupo Antes del Arte, promovido por Aguilera Cerni. El primero trazó un fértil camino entre el color y la construcción geométrica. El segundo abrió un espacio de pensamiento que acercaba el arte a la percepción, mostrando las oscuras fronteras que separan al arte de la mera capacidad (natural o educada) de los sentidos y la inteligencia humanas. Ambas iniciativas buscaron extenderse a la pedagogía y al diseño.

Recorriendo las obras de la muestra de Clemente se reviven estas cuestiones porque el autor explora sin excluir y ensaya sin descartar. Hay una obra, claramente geométrica: cuatro rombos, un rectángulo, cruzado por sus diagonales, y el resto del lienzo, blanco, lo determina suavemente una línea, arriba a la izquierda. Pero en tal ascetismo, la visión atenta descubre matices de color y sutiles anomalías en las diagonales que ponen dosis de ritmo y sensualidad en el cuadro. En otra pieza: triángulos y rectángulos, rojos, amarillos y azules, se distribuyen por el campo cuadrado blanco. Las formas no flotan. Están firmes y definen el espacio, pero su exactitud contrasta con el color: plano, poco saturado y con exactas superposiciones que generan colores secundarios. La tensión del cuadro es análoga a la del anterior. Sólo le añade un suave matiz de juego no exento de ironía.

Otro de los trabajos del artista jerezano.
Otro de los trabajos del artista jerezano. / D. S.

Muy diferente es la pieza de cuadrados inscritos que culminan en un rombo central. La geometría se inscribe en este caso en los moldes del arte óptico, tan decisivo en los años 50. En el cuadro sorprende su cuidada exactitud pero quizá llegue más otro aspecto: construido pincelada a pincelada, la materia contagia con su sensualidad la exactitud de la forma. Debo citar aún unas obras en las que líneas y polígonos (a veces con cierto relieve) despiertan ecos paisajísticos: en unas por su vibrante color y en otras, por los valores tonales, con ecos cubistas.

La muestra tiene algo de encrucijada. Abre muchos caminos y los explora con rigor. No quiero dejar de citar un cuadro: situado en la oficina de la galería, es un gran pliegue. La formas blancas y azules construyen una cruz que al fin se desliza en una especie de lazo. Hablé antes de obras geométricas capaces de alterar la firmeza de un muro. Esta es una de ellas. Por su trazado, sí, pero también por la brillantez del color.

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