Guión de telefilme envuelto en imágenes de autor

Crítica 'De óxido y hueso'

Matthias Schoenaerts y Marion Cotillard, en una escena de la película.
Matthias Schoenaerts y Marion Cotillard, en una escena de la película.
Carlos Colón

23 de diciembre 2012 - 05:00

De óxido y hueso. Drama, Francia/Bélgica, 2012, 115 min. Dirección: Jacques Audiard. Guión: Jacques Audiard, Thomas Bidegain. Fotografía: Stéphane Fontaine. Música: Alexandre Desplat. Intérpretes: Marion Cotillard, Matthias Schoenaerts, Bouli Lanners, Céline Sallette, Corinne Masiero.

Jacques Audiard empezó su carrera jugando inteligente y creativamente con los géneros -el cine negro (Mira a los hombres caer) y la comedia ácida (Un héroe muy discreto)- para después iniciarse con moderados resultados en el camino de los retorcimientos en mi opinión exagerados -Lee mis labios, De latir mi corazón se ha parado-. Tras ello volvió al cine de género, policíaco/carcelario esta vez, y logró su mejor película con Un profeta.

De óxido y hueso insiste en el rococó del dolor de Lee mis labios y De latir mi corazón se ha parado. Trufándola con melodrama extremo desconcertantemente recorrido por una subterránea corriente de ternurismo que desemboca en un final caramelizado. Un tipo destrozado por la vida y dado a destrozar otras vidas, duro, pendenciero y egoísta, viaja con su hijo -el único ser humano capaz de suscitar en él una reacción emocional- hasta la Costa Azul, acogido a la protección de su hermana. Allí, trabajando como portero de una discoteca, conoce a una mujer de aire más bien amargado que se gana la vida como cuidadora de orcas en un parque acuático. Su amargamiento se multiplicará cuando pierda las dos piernas en un accidente. El violento y asocial portero de discoteca y la tullida con instintos suicidas volverán a encontrarse e iniciarán una relación sorprendente.

La primera parte es correctamente severa. La larga secuencia del accidente y la recuperación en el hospital revela la mano de un buen cineasta: el libre uso de los fundidos, la voz y la excelente partitura de Alexandre Desplat crean el mejor momento de la película. La segunda parte se inicia mal. No es creíble que, tras sufrir la amputación de las piernas, ella se acuerde del portero de discoteca y le llame. Desde la escena de la playa todo empieza a tomar el aire de una historia de superación de telefilme de sobremesa. El bailecito posterior en la silla de ruedas lo empeora. Las escenas de sexo con muñones, el estupendo efecto digital que permite exhibir las mutilaciones, el carácter hosco de los personajes, los ambientes sórdidos de lucha clandestina que él frecuenta y la buena realización lo disimulan, pero no lo remedian.

Que ella se convierta en la manager de sus luchas hace que todo se deslice al disparate con cámaras lentas. El quiebro dramático final sobre el hielo y el happy end con canción y más cámaras lentas nos reconduce al telefilme de sobremesa envuelto en papel de estraza de cine duro de autor.

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