Las buenas intenciones | Crítica

La gran familia multicultural

Una imagen de 'Las buenas intenciones', protagonizada por Agnès Jaoui.

Una imagen de 'Las buenas intenciones', protagonizada por Agnès Jaoui.

Casi un género en sí mismo, las películas de madurez de (o con) Agnès Jaoui (50 primaveras, Llenos de vida) parecen hechas a la medida de esa mujer en la cincuentena, urbanita, progre y en crisis que ella misma parece encarnar más o menos lejos del estereotipo de ficción.

Escrita y dirigida por Gilles Legrand, Las buenas intenciones apuntala el modelo para añadirle unas dosis de autoparodia al asunto de la solidaridad, el altruismo o el buenismo social de una mujer, esposa y madre más volcada hacia las causas humanitarias para con la comunidad multicultural que a las atenciones afectivas de su matrimonio y familia, dialéctica que, siempre en clave de comedia, a veces de manera excesiva, articula esta bienintencionada historia que aspira de paso a refutar la ideología xenófoba y reaccionaria del lepenismo galo.

Las buenas intenciones funciona así como relato de personajes y tipos pintorescos (de los inmigrantes árabes, africanos, chinos o del Este a los prototipos del francés blanco,  incorrecto y nacionalista) en un contexto de diversidad más o menos realista aunque siempre desbordado por la caricatura y el chiste de más, principales obstáculos para que sus oscilaciones entre la comedia y el drama, entre el humor y las cosas serias, no terminen de encontrar ese equilibrio que no empuje al espectador hacia los extremos de una propuesta de esquinado espíritu navideño para tiempos laicos y descreídos.