Construcción

Motor o freno de nuestra economía

Luis Andrés Zambrana

Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla

Antes de que al Gobierno de España, como gusta de llamarse, le diera por reconocer que andábamos inmersos en la crisis económica que asolaba el capitalismo y por ende al mundo,  mantenía que nuestro país andaba sobrado para afrontar los malos momentos que se avecinaban. Según el ejecutivo teníamos hechos los deberes y, por tanto, contábamos con una economía sobradamente preparada para hacer frente a lo que se venía encima.

Apenas dos años después, desde el Foro Económico Mundial en Davos los gurús de “lo económico” lanzan serias dudas sobre la fiabilidad de España, incluso nos señalan como mala compañía, advirtiendo del peligro que corren nuestros vecinos europeos teniéndonos como socios en la moneda única.

A mi modesto entender, nuestra economía, lejos de poder ser calificada como “fuerte”, sólo se había convertido en caldo de cultivo ideal para hacer crecer la espiral acumulativa de la inversión inmobiliaria en base a expectativas de crecimiento rápido del precio, expectativas más que fundadas en un pasado tan inmediato que podíamos llamarle presente.

 

Esta “especialización” de nuestra economía sirvió para atraer capitales de esos que andan por el mundo buscando una “buena colocación”. Sirvió también para que empresarios que ante otro escenario hubieran intentado con sus capitales la acumulación por la vía de sus propios negocios, dada la magnífica oportunidad que se presentaba  para cumplir el primer mandamiento del capitalismo –maximizar los beneficios–, colocaran sus excedentes en productos inmobiliarios ¿Existía acaso algún activo u oportunidad de negocios que le ofreciera más? Todo aquel que, realizando un sencillo análisis, cruzó los bajos tipos de interés con las altas tasas de revalorización, se lanzó a la espiral, firmando hipotecas con plazos cercanos a la mitad de la esperanza de vida de los españoles e importes muy por encima de la capacidad de endeudamiento de las rentas medias. Comportamientos éstos que han supuesto un verdadero lastre para la inversión productiva y el consumo de las familias, en definitiva para la economía.

Cuando en 2008 las expectativas de crecimiento del precio tocaron techo, el sector que había sido el motor de la economía, siendo responsable de hasta el 30 por ciento del crecimiento del Valor Añadido Bruto, y situándose por encima del 10 por ciento de participación en el total de dicha magnitud,  se encontró solo con la demanda de viviendas para vivir y ésta no sólo no era capaz de absorber el stock generado, sino que se ve incapaz de generar una mínima demanda, dados los precios alcanzados.

Asustada y con ganas de ver “brotes verdes”, las administraciones se pusieron manos a la obra en un intento desesperado de tapar vías de agua abiertas en un barco que irremisiblemente se hundía. Desde la Administración Central con su keynesiano Plan E que, además de poner España patas arriba, ha amortiguado las cifras de paro gracias a la licitación pública, pero que está contribuyendo al déficit de forma alarmante (al menos así lo denuncian  nuestros socios del euro). En el ámbito autonómico se sucedieron los acuerdos (algunos de ellos con carácter legislativo) encaminados a flexibilizar las limitaciones previamente establecidas al desafuero de la construcción, fundamentalmente, por la vía del Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía (POTA); el Pacto Andaluz por la Vivienda (Junta de Andalucía, Cajas de Ahorros, Sindicatos y Patronal de la Construcción); la flexibilización de los límites del POTA para los municipios con menos de 10.000 habitantes (Junta de Andalucía y Federación Andaluza de Municipios y Provincias); el Plan Concertado de Vivienda y Suelo 2008-2012 (Junta de Andalucía y promotores inmobiliarios); el Plan de Ordenación de la Aglomeración Urbana de Sevilla que ha hecho de la excepción la norma en un reparto indiscriminado de áreas de oportunidad (Potaus, aprobado definitivamente en Mayo de 2009 por el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía). A todo ello hemos de sumar las continuas arengas que desde el ministerio y la consejería de vivienda lanzan animando a la compra de viviendas y proclamando el fin de la caída de precios, proclama que se da de bruces con estudios especializados y con la propia realidad.

 Deslumbrados por el crecimiento de la construcción, se nos olvidó y se le olvidó a las administraciones cuidar del entramado de pequeñas y medianas empresas entregándonos al viejo principio liberal del laissez faire laissez passer tan fructífero para intereses alejados de los nuestros. Nuestro entorno se ha colmatado de centros comerciales y franquicias a la misma velocidad  que se vaciaba de comercios de “toda la vida”, cuando no apostando por iniciativas cuyo camino está lleno de decisiones tomadas muy lejos de aquí, sirva a modo de  ejemplo el idilio entre Sevilla y la industria aeronáutica, ¿qué ocurrirá si los países participantes en el proyecto del A-400M deciden no acudir a la llamada de la empresa pidiendo mayor financiación?

Ahora nos encontramos con un sistema productivo tan débil que, aunque sea a modo de anécdota, recordemos que el máximo responsable de la organización empresarial a nivel estatal, tras dar el “sablazo” a un montón de gente que llevaba años ahorrando para comprar un billete de ida y vuelta a su tierra de origen, se permite decir que él no se fiaría de su propia empresa.

Quizás sea el momento de apostar por una economía real basada en sectores productivos, y no quedarnos esperando, de nuevo,  para acomodarnos a otra ola de la economía especulativo-financiera.

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