De libros

Una pasión clandestina

  • Turner publica todas las cartas conocidas que Emilia Pardo Bazán escribió a Galdós, con quien vivió un encendido romance y una duradera amistad.

Miquiño mío. Cartas a Galdós. Emilia Pardo Bazán. Edición de Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández. Turner. Madrid, 2013. 224 páginas. 14,90 euros.

Por timidez o por modestia, como pensaba Clarín, pero también por mantener oculta su azarosa vida sentimental, Galdós fue un hombre proverbialmente discreto -lo demuestran sus reticentes Memorias de un desmemoriado- en todo lo relativo a su vida privada. Soltero convencido pero gran mujeriego, como lo definió su confidente y amigo el doctor Marañón, don Benito sentía predilección por las relaciones venales -de joven lo llamaban "el chico de las putas"- o clandestinas, arrastrado por un temperamento enamoradizo, aunque precavido, que no hacía distinciones de clase. De su íntima amistad con Emilia Pardo Bazán, que entre 1888 y 1890 tomó la forma de un apasionado romance, sabemos por las cartas de esta última, parcialmente divulgadas por Carmen Bravo Villasante a mediados de los setenta y reunidas ahora en una más limpia y completa recopilación cuyo título, Miquiño mío, recoge uno de los cariñosos apelativos (gatito) con los que ella se dirigía a su amante.

Editado por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, el volumen contiene todas las cartas conocidas -93, incluyendo la única (bastante formal) que se ha conservado de Galdós- y permite reconstruir el itinerario de una relación de más de tres décadas a partir de las palabras de doña Emilia, cuya figura -comparable a la de Carmen de Burgos en lo que se refiere a su actividad en favor del sufragismo y la emancipación femenina, pero muy superior a Colombine en méritos literarios- es justamente reivindicada como la de una mujer libre, valerosa, cosmopolita y adelantada a su tiempo, que por lo general -no era el caso de Galdós- seguía desconfiando de las escritoras. El periodo en que fueron amantes es el más documentado, pero tras el distanciamiento ambos mantuvieron la amistad y de hecho la novelista apoyó siempre al maestro, que como es sabido tuvo una vejez penosa. Con cierto pudor leemos las palabras tiernas o irónicas -doña Emilia no muestra reparos a la hora de aludir a su generosa anatomía- que por la época más ardiente toman a veces un sesgo cómico, como cuando alude a su "cuerpote todo" y le dice al canario: "Te aplastaré". Hay que imaginarse a Galdós, hombre friolero y de salud quebradiza, felizmente inmovilizado por las mañas de la condesa.

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