La tripulación del Nautilus

Si la adelfa sobrevive al invierno | Crítica

Armaenia publica una crepuscular novela sobre el pueblo arrumano, sobre la desaparición de un idioma y un mundo de prevalencia agrícola, obra del joven escritor holandés Stefan Popa

El escritor y periodista holandés Stefan Popa.
El escritor y periodista holandés Stefan Popa.
Manuel Gregorio González

29 de agosto 2021 - 06:00

La ficha

Si la adelfa sobrevive al invierno. Stefan Popa. Armaenia, 2021.Trad. Catalina Ginard Féron. 442 págs. 23 €

El lector acaso no recuerde quiénes formaban la tripulación del Nautilus, ni cuál era el motivo último del capitán Nemo para adoptar el mar como su única patria. Todos ellos eran hombres proscritos (irlandeses, corsos, indios...), que luchaban por la liberación de sus respectivas naciones, hostigando a las potencias enemigas. Esa preocupación del XIX por la naturaleza de las naciones -”una nación es un alma, un principio espiritual”, había dicho Renan en La Sorbona en 1882-, es la que se resolverá dramáticamente, tras la Guerra franco-prusiana de 1871, en los dos conflictos mundiales, que tendrían en los Balcanes un expresivo y trágico resumen. Es ahí, precisamente, donde Stefan Popa ha situado esta novela, escogiendo el ejemplo de los arrumanos o valacos, cuyo rastro se esparce por Grecia, Albania y Macedonia, para componer una melancólica estampa cultural: la desaparición de un idioma, de un viejo pueblo de pastores, a manos de la modernidad y su abrasiva urgencia igualitaria.

La búsqueda de la identidad hay que referirla a la construcción del Estado barroco y las grandes urbes del XVII.

Según nos recuerda Hobsbawn, el nacionalismo de la segunda mitad del XIX se refugió en el idioma, después de haber probado en la raza y el folklore. Pero esta búsqueda de la identidad hay que referirla, para entenderla en su completa arboladura, a la construcción del Estado barroco y las grandes urbes que medran ya en el XVII. Es este “menosprecio de Corte y alabanza de aldea” que postulaba ya Guevara en el XVI, y que se formulará agónicamente con el Romanticismo, el que recoge Popa en esta obra estupenda, cuya urdimbre no es, como cabría pensar, la ensoñación de un Estado o la nostalgia de una Edad de Oro, sino la mera existencia de una forma de vida, y de un idioma asociado secularmente a ella, de carácter agrario. Como sabemos, al fondo de los movimientos conservadores del XIX se halló siempre este recelo de la Babilonia urbana, como destructora de costumbres y usos y dialectos, de un misterio vernacular y arcano, que la sociedad de masas acabarían orillando, ineludiblemente.

Si la adelfa sobrevive al invierno es, pues, un delicado homenaje a la existencia de un pueblo y de un idioma, a una identidad perdida, personificada en su alcalde, cuyo enemigo es, como decimos, no tanto la voracidad de los Estados modernos, no tanto el crepitar de la guerra, como la propia sucesión de novedades y flujos migratorios en que consiste la urbanidad desde hace, al menos, tres siglos. Una trepidación en cuyo vértigo se ha desleído paulatinamente el fantasma de la identidad arrumana, vinculada a cierta idealidad rural, y en cuya vida pautada -y en cuya cultura oral-, se preserva una breve y poética modalidad de lo humano, donde el hombre remite a la Naturaleza y donde la Naturaleza es, de algún modo, émula de lo trascendente. A pesar de ello, hay que señalar que Si la adelfa sobrevive al invierno es menos la novela de un pueblo malherido por el curso del mundo, que el sólido retrato de un hombre cualquiera, en cuyo pecho laten y se agostan las mismas esperanzas, y un miedo idéntico, al de cualquier otro.

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