¿Por qué el materialismo es un embuste? | Crítica

Un viejo dilema occidental

  • Atalanta publica '¿Por qué el materialismo es un embuste?, obra del ensayista holandés Bernardo Kastrup, y donde propone una visión del conocimiento alternativa a la visión científica de los últimos cinco siglos

Imagen del ensayista neerlandés Bernardo Kastrup

Imagen del ensayista neerlandés Bernardo Kastrup

El holandés Bernardo Kastrup plantea aquí un antiguo problema, no sólo sobre la realidad y su existencia, a la manera en que lo hicieron Parménides y Demócrito, sino sobre las vías de conocimiento humano y los resultados que cabe esperar de dicha indagatoria. Digamos que Kastrup, cuya formación es la de la ingeniería informática y la filosofía, ha reproducido la polémica que se resume, en última instancia, en el antagonismo habido entre Freud y Jung; esto es, el conocimiento inductivo, tentativo y falible, auspiciado por Freud, y que se vincula estrechamente al individuo, a su memoria, a sus traumas y transtornos anímicos, frente al psiquismo extrahumano, deductivo, de Jung, que guarda relación con las filosofías orientales donde el individuo es sólo una brizna volandera en el gran flujo, en la conciencia mineral del mundo.

Kasturp muestra al lector los límites del conocimiento científico, recordando el empirismo extremo de Berkeley

Kasturp, pues, se muestra escéptico respecto de las bondades del “materialismo” y su alcance científico, contraponiendo un idealismo, a la manera de Jung, en el que el hombre sería expresión concreta, hito específico, de una realidad primordial y anterior a la que él llama “mente”. Para llegar a esta conclusión, Kasturp muestra al lector los límites del conocimiento científico, recordando el empirismo extremo de Berkeley, cuya teoría del conocimiento suponía la irrealidad o la inexistencia del mundo. Esta es también la posición de Kastrup respecto del materialismo. Sin embargo, Berkeley no es sino la anomalía de una formulación del conocimiento humano que está en Locke, en Hume, en Hobbes, y que antes han visitado Montaigne, Bacon, Descartes y Bayle. En todos ellos se formula la exigüidad y la falibilidad del conocimiento humano y de sus vías, pero no de la realidad que lo sustenta. Esta ola de escepticismo debe buscarse en el Renacimiento, y en concreto, en una múltiple vía, perfectamente conocida, que va del De rerum natura de Lucrecio y la Vida y opiniones de los filósofos ilustres de Diógenes Laercio, donde se recoge una semblanza de Pirrón de Elis, a las Cuestiones académicas de Cicerón y la traducción del Compendio de escepticismo de Sexto Empírico. Esto es, a aquello que en la segunda mitad del XVI se llamó pirronismo, y que llevará a Montaige a escribir su Apología de Raimundo Sabunde (un autor español predilecto de su padre), y al español Francisco Sánchez, médico por Montpellier, a escribir su Que nada se sabe, donde se insiste en este escepticismo recuperado de la Antigüedad, pero en el que la realidad no es objeto de discusión, sino su dificultoso, y para algunos imposible, acceso a ella. Todo lo cual tendrá su extensión estética cuando el XVI se incline por la Poética de Aristóteles y su preferencia de lo verosímil, en detrimento de lo verídico.

Hacemos, pues, este exordio para recordar que la modestia del proceder científico, del “materialismo” que aquí quiere refutar Kastrup, sólo en el caso de Berkeley, tras la angustiosa exploración de Descartes, reduce la realidad a una exudación del intelecto. Se trata, en mayor modo, de reconstruir indiciariamente la completa silueta de lo real, a través de hechos sueltos, y cuyo proceder es el contrario de Kastrup, cuando presupone una verdad anterior, una mente de la que el hombre sería sólo una expresión puntual, modulada por las circunstancias. Esta realidad mítica e impersonal, como recuerda el propio autor, ya la había formulado Jung, cuando postulaba un saber superior, un saber arcaico, que obra sobre el tiempo y el espacio, y donde el hombre encontraría una suerte de eternidad arquetípica, visible aún en las culturas primitivas (recordemos la figura del anacoreta que soñaba Jung, entre otras manifestaciones de su inclinación esotérica, como el Ejército de Wotan). A diferencia de él, Freud encontrará su técnica científica en las enseñanzas artísticas del político y erudito Giovanni Morelli, quien identificaba la autoría de los pintores mediante sus “rasgos involuntarios”. Esto es, mediante indicios de los que inferirá sus hipótesis clínicas.

Se trata, en definitiva, de dos formas de concebir lo real, Demócrito contra Parménides, que comportan un distinto modo conocimiento, y donde la presencia de lo sobrehumano, de una totalidad en la que el hombre sobrenada, como una brizna, es una nueva forma de espiritualidad de la que Kastrup, acaso, sea su último exponente.

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