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Sevillismo a 500 pies

  • “¿Nos ves? Seguimos aquí arriba”. Crónica de una jornada de vuelo por las playas arrastrando una campaña de publicidad basada en el orgullo del autocrecimiento.

En tiempos en las que la publicidad se reinventa y en el que surgen formatos según nos van sorprendiendo las nuevas tecnologías, un halo de cierto romanticismo nos envuelve al ver pasar mensajes surcando el cielo. Spams en el correo electrónico, anuncios que nos bloquean la pantalla del ordenador y que juguetean con nosotros cuando queremos acertar en esa X que lo mande a mejor vida, spots multimedia recibidos en el móvil cuando lo que esperábamos al escuchar el pitido era un saludo de un amigo… las estrategias comerciales son cada vez más agresivas y a lo mejor es hora de dar valor a una práctica publicitaria que asegura el impacto visual allá por donde pasa y que está en nuestras vidas, en nuestros veranos, prácticamente desde que empezó la aviación en España. Hace unos años, el paso de estas avionetas por las playas levantaba gran revuelo entre la chavalería con el lanzamiento de regalos. Camisetas, gorras, balones hinchables, platillos voladores… el maná caído del cielo con que combatir el aburrimiento del largo periodo estival. Hoy está absolutamente prohibido el lanzamiento de objeto alguno.

Pero, aun sin regalos que lanzar, el Sevilla sigue siendo fiel a este formato al que un día aludió con guasa la cabeza más visible del eterno rival. Si Lopera la veía en su retiro chipionero aunque no quisiera, los sevillistas no pueden retener una sonrisa a su paso mientras se refrescan en el agua o se asan sobre la toalla. Les recuerda que el inicio de la temporada está a la vuelta de la esquina, que si no renovaron su abono ya es tarde y que, siguiendo al pie de la letra el mensaje elegido para este año, el Sevilla, pese a todo, pese a las venta de Daniel Alves, Poulsen o Keita hace un año, jugando bien o jugando mal al fútbol… sigue en lo alto de la clasificación, en Europa, en la Champions. Y aun queda mucho que disfrutar con Negredo, con Zokora y todos los demás.

“¿Nos ves? Seguimos aquí arriba”. Esa leyenda rotunda y cómplice a la vez es la que arrastra Carlos Gómez Mojarro cada fin de semana por las playas de Huelva y Cádiz. Diario de Sevilla vivió la experiencia de este ejercicio de sevillismo a 500 pies, que en el caso de la entidad nervionense lo que busca es un recuerdo de la marca más que un mero reclamo comercial. Salida desde el aeródromo privado de La Juliana hacia Matalascañas, Torre del Loro y Cuesta Maneli, Mazagón, Punta Umbría, El Portil, El Rompido, La Antilla, Isla Canela y vuelta. Chipiona, Rota, El Puerto de Santa María, Vistahermosa, Cádiz, San Fernando, Chiclana, La Barrosa, Conil, Barbate, Zahara y vuelta. El litoral de Sevilla al completo de dos pasadas, una en jornada de sábado y otra en domingo.

“Éste es un formato de publicidad que ha existido siempre, el Sevilla sigue apostando por él y, la verdad, logra un impacto visual grande. En verano, sobre todo por las playas, el arrastre de carteles es lo fuerte de nuestra actividad”. Subirse a la avioneta no es tarea fácil por sus reducidas dimensiones. Apenas siete u ocho metros de largo por once de envergadura. Fácilmente deducible con estos datos el espacio destinado al habitáculo. El aparato, un Piper PA-14 fabricado nada más y nada menos que en 1948, parece más pequeño en el suelo que en el aire… y dentro no digamos. “Es la avioneta comercial más antigua que opera en España, pero pasa revisiones cada año”. El piloto trata de tranquilizar al acompañante mientras le cuenta que nació en Huelva y que simpatiza con el Sevilla porque lleva muchos años al lado de la Giralda, pero que tiene un corazón a rayas azules y blancas del Recreativo. Para el neófito parece casi milagroso que aquello vuele. Un motor de explosión de una sola hélice que no es muy distinto a la de un coche, de cuatro cilindros, 150 CV, marca Lycoming fabricado en Estados Unidos. “Sobre todo estos motores lo que son es muy fiables. Lo compré en el 96 y me costó unos seis millones de pesetas de las de la época”, los mismos “más o menos” que tuvo que gastar tras un susto que lo dejó en siniestro total. Más datos para tranquilizar al acompañante novato.

La maniobra de enganche de la pancarta tiene similitudes con el fútbol. Con la avioneta ya en vuelo hay que acertar en una especie de portería hecha con cuerdas para ensartar el gancho que pende de la cola con el gran cartel de lona. Entre marcar un gol en el aire y el juego de la cinta, pero mucho más difícil y no sabemos si peligroso. Mejor no preguntarlo. “Cuando arrastras la pancarta las posibilidades del avión se limitan a un 70 por ciento. Pesa bastante y hace el efecto vela, aparte de variar el centro de gravedad. Por eso para compensar llevamos una inclinación hacia arriba, distinta a la de un vuelo normal”. La lona mide 18 por 4 metros y ha de atravesar todo el corredor verde desde Bollullos de la Mitación hasta el litoral onubense, rodeando el Coto de Doñana por la prohibición de atravesar el espacio aéreo restringido por debajo de los 6.000 pies. Nosotros volamos muy por debajo de eso a una velocidad aproximada de 50 nudos, unos noventa kilómetros por hora.

La relación de los vuelos de Carlos con el Sevilla coincide casi con los cinco títulos. Su empresa, Tapa S.L. (Trabajos Aéreos Publicidad Andalucía), entró en contacto hace unos tres años con Grupo Imagen, la responsable de las campañas publicitarias del Sevilla. En verano, paseo por las playas, y el resto del año otro tipo de trabajos que van desde seguimiento de obras, reportajes fotográficos hasta incluso de profesor de aeroescuela. “Este avión tiene la opción del doble mando y es habitual que vengan pilotos para ir acumulando horas de vuelo”. Por supuesto que no se nos ocurre tocar nada, mejor seguir escuchando historias, como la del desastre de la presa de Aznalcóllar, cuyas fotografías dieron la vuelta al mundo y se tomaron desde este mismo aparato. “La presa se rompió a las seis de la mañana y a las nueve ya estaba yo sobrevolando toda la zona. Estaba haciendo el seguimiento de las obras del estadio de La Cartuja y me dieron el aviso. Hice yo mismo las fotografías que luego fueron portada de todos los periódicos”, explica.

Desde el cielo, a 500 pies –la altitud límite–, todo cobra una dimensión distinta. Los olivos, perfectamente alineados y rodeados por los zigzagueos caprichosos de las ruedas de tractor, bellas y cuidadas haciendas, el corredor verde, El Rocío, y por fin, el mar. El sevillismo volador llega al litoral ante el aplauso general de los bañistas, puntitos entre anaranjados y negros en el inmenso azul que saludan al paso del escudo y los colores del club de sus amores. La piedra de Matalascañas parece un pequeño tapón que invita a buscar la botella descorchada, las playas salvajes que se van despoblando, los barcos perfectamente alineados en el puerto deportivo de Mazagón, la ría de Punta Umbría, lenguas de agua y arena en El Portil…

Una experiencia que acaba siendo un relajado paseo aéreo con unas vistas envidiables, al alcance de muy pocos y que anima al que lo prueba a repetir. Un placer para los sentidos que permite hacer unas fotografías maravillosas y que engancha aunque uno al final del viaje celebre tener los dos pies en el suelo, lo que no tiene que ser óbice para no pensar en repetir.

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