Sobrevive al árbitro y a sus complejos (1-1)

El Betis, por fin digno, reacciona, ya sin apenas aire, a un penalti inexistente que lo puso por debajo tras errar el colegiado también al expulsar a Uche. Calderón armó atrás a un equipo que no refrescó y al que le faltó osadía.

Sobrevive al árbitro y a sus complejos (1-1)
Sobrevive al árbitro y a sus complejos (1-1)
Javier Mérida

02 de marzo 2014 - 14:21

El Betis cosechó un empate en El Madrigal ante el quinto de la Liga. Una obviedad que, dicha así, incluso serviría para loar la actuación de los verdiblancos. Y si encima se le añade que encajó su gol, ya sobrepasada la hora de juego, por mor de un penalti inexistente, podría haber quien pensase que nos hemos dado de bruces con otro equipo y que incluso mereció ganar el partido.

Pero tampoco es así. Ocurre que la trayectoria del Betis y el pésimo fútbol que viene practicando han contribuido sobremanera a bajar tanto el listón de la exigencia que todo lo que no acabe en una goleada en contra arroja unos matices favorables a la tropa que hoy comanda Gabriel Humberto Calderón.

Con todo, del partido ejecutado ayer en Villarreal hay que extraer, necesariamente, más sensaciones positivas que negativas. Porque lo que resulta innegable e inobjetable es que el Betis compitió. Con sus armas, con un planteamiento más o menos cuestionable, pero con una dignidad y una hombría como no se recordaba. Es la mejor señal que deja el equipo: a este Betis hay que ganarle el partido. Es tarde, quizá muy tarde, pero los futbolistas verdiblancos han enviado un mensaje a los doce rivales a los que aún han de medirse en esta Liga: que no van a regalar los tres puntos, como hicieran en Los Cármenes, Mestalla y tantos y tantos estadios de esta piel de toro. Algo es algo.

Porque el Betis supo rebelarse a su sino. A esa suerte que parece marcada por un sinfín de astros alineados en su contra desde casi el inicio de la competición. En esta ocasión le tocó vestirse de corto casi recién aterrizado de donde el aire da la vuelta para no salirse de Rusia y ni siquiera cuando se quedó sin aire en los pulmones arrojó la toalla. Y eso que iba perdiendo por una arbitrariedad más y que, a la fecha, un gol en contra era sinónimo de bajada de brazos...

Calderón se hallaba en una encrucijada. O refrescaba al equipo que venció al Rubin o, falto de recambios entre lesiones y sanciones, pertrechaba a los suyos como única manera de contener al adversario y abandonar la inhóspita Villarreal por su propio pie. Lo cierto es que era poco menos que apostar por un empate que de nada le sirve ya y con mucho riesgo de derrota, pero cualquier cosa mejor que regresar a Heliópolis con un saco de goles y la obligación de recomponer de nuevo el estado de ánimo de una gente que se había venido arriba con su logro europeo.

De otro lado, el fútbol no es ninguna ciencia y, con Rubén Castro en la cancha y unos centrales poderosos por alto, quién sabe qué puede pasar en 90 minutos...

Pero pasó lo que se intuía, aunque siempre bajo el guión trazado por el técnico argentino. El Betis controló el juego por más que el balón perteneciese durante más minutos al Villarreal. No inquietó apenas a Asenjo antes del descanso, pero tampoco Adán se vio exigido salvo en un lanzamiento instantáneo de Perbet a los seis minutos.

El punto no le valía a los verdiblancos, pero la forma en que lo iban consiguiendo los armaba de moral, pese a que el partido, que había zamarreado Marcelino con dos cambios oportunísimos tras el descanso, al introducir a Óliver y Uche, se le podía ir de las manos ante la ausencia de los mismos en el banquillo de Calderón, quien sólo había introducido a Chica por un agotado Leo Baptistao para matar dos pájaros de un tiro y obturar más la banda por la que percutía el Villarreal con los recién ingresados.

Pero al Betis se le iba el aire, el tiempo y no atacaba. Necesitaba tres puntos pero no hacía nada para ello y, encima, una desaplicación de Chica seguida de otra del árbitro pareció sacarlo del partido cuando Bruno batió a Adán desde los once metros.

En ese momento, nadie daba un duro por el Betis, que tardó aún unos minutos en caer en la cuenta de que Asenjo vestía de naranja y de que es tan batible como todos los porteros. No saben los verdiblancos sacudirse sus miedos y ésa es hoy la principal tarea de Calderón, quien tampoco es que hiciera gran cosa por dotar de osadía a su gente.

Pero, al menos, el equipo sí abandonó esa imagen inerte que marca su temporada. Y quiso salir del coma inducido en el que vive. Necesitó, eso sí, un favorcito del árbitro tras la soga al cuello que le había echado poco antes. Éste sacó inopinadamente a Uche del campo con una tarjeta tan caprichosa como la primera que vio el nigeriano y, entonces sí, el Betis se desnudó en pos del empate. Lo consiguió por medio de Rubén Castro y hasta pudo ganar, y también perder, en esa ruleta rusa en la que se vio obligado a entrar. Entonces aparecieron los porteros. Primero Adán y luego Asenjo y a los futbolistas se les quedó la cara de tonto de ver que, aun sin gas, son capaces de bastante más de lo que hacen. Más de uno hizo memoria y miró atrás, quizá pensando en lo que pudo hacer durante toda la Liga e incluso en este partido en el que renunció durante 80 minutos a la victoria.

Al menos, el Betis ya no se deja meter mano con facilidad, compite, obliga al rival a superarlo, le sale sangre cuando lo pinchan... Sí, está claro que esto es obligado desde el día uno en cualquier equipo, pero éste deambula harapiento por la Liga porque llegó a perder esa dignidad por fin recuperada. Y por eso convierte lo ordinario en extraordinario.

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