Tropiezo en un Nervión de regadío

El otro partido

El Sevilla pierde la oportunidad de alcanzar a un Atlético que también había fallado

Kanoute y Keita, resignados ante una jugada desafortunada.
Kanoute y Keita, resignados ante una jugada desafortunada.
Miguel Lasida / Sevilla

20 de abril 2008 - 05:02

El viento y el agua arreciaban, pero ni era el estadio de Anoeta, ni era San Mamés ni Balaídos. Era el Sánchez-Pizjuán y el graderío se llenaba en los prolegómenos de uno de los tifos más originales que se recuerdan en Nervión en los últimos tiempos, una polícroma multitud de paraguas desplegados. A esas alturas, pocos auguraban de la tempestad por venir.

Después del favorcito del eterno rival en el Vicente Calderón un par de horas antes, al Sevilla únicamente le quedaba cumplir con su mitad del trato. A priori, todo estaba a favor del conjunto de Jiménez: el Atlético a tres puntos de distancia, la afición respondiendo a la llamada de la trascendencia y el terreno de juego en perfectas condiciones. De todos es sabido el espléndido sistema de drenaje de Nervión, digno de esos campos cantábricos previstos para los recurrentes diluvios de los lares del norte.

Con todo, la lluvia de ocasionales tintes bíblicos que anoche cayó en Sevilla tuvo sus consecuencias en el rectángulo de juego. En el minuto seis, Jiménez se enfundaría el chubasquero. Era sólo un aviso de la que quedaba por caer. A Clos Gómez le costaba la vida anotar las amonestaciones. Mojados el papel y la tinta, el colegiado hacía piruetas nemotécnicas para recordar a los sancionados. En el minuto 23, Poulsen vio una tarjeta amarilla. El centrocampista danés había arrollado previamente a Mané, producto de una errónea medición del rozamiento de la yerba mojada de Nervión. Y más consecuencias nefastas del aguacero: Jesús Navas era incapaz de levantar el balón más alto del abdomen del rival, debido al peso extra del balón: el agua, el barro, la gravedad...

La lluvia seguía cayendo sin respiro. A Daniel Alves se le cortocircuita la frente y remata a gol a su propio guardameta. Es el primero del Almería. Casi al mismo tiempo, escampa en Nervión. Pero el chaparrón estaba aún por llegar. El gol es un verdadero mazazo en las filas blancas. El Sevilla se ahoga. Detrás de Keita y Poulsen y delante de Mosquera y Crespo hay una kilométrica zona de secano. Es el Sáhara. Y los hombres del Almería comienzan a moverse entre líneas como unos experimentados bereberes, entrenados en el desierto de Tabernas.

Pronto se vio que no era el día del Sevilla. El líquido elemento afectaba a unos y otros de modo desigual. Si los futbolistas de blanco entero tropezaban, los de franjas blancas y rojas se deslizaban. Al ver retozar en el campo a los jugadores de Emery, cualquiera diría que Almería es una de las zonas de menos pluviometría de España.

La reanudación trae consigo un chaparrón de catástrofe natural. Llueve lo inverosímil. 0-2 en el minuto 47 y 0-3 en el 62. El público del Sánchez-Pizjuán, soberano, opina al abandonar los asientos del Sánchez-Pizjuán tras el 0-4. Los supervivientes, los que aguantan en las gradas, gritan al unísono: "¡Sevilla, hasta la muerte!". Nueva goleada de la afición nervionense. Y por Luis Montoto y Eduardo Dato no hubo noticias de Noé. Ni del arca salvadora.

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