Una caricatura de Maciá (2-1)
Real Sociedad - Betis
El efecto revulsivo de Merino se disipa con un primer tiempo nefasto que condena a los verdiblancos ante una pobre Real. La deficiente planificación enseña todas sus carencias.
Tras 22 jornadas de Liga y después de agotar la bala del cambio de entrenador, el Betis volvió a chocarse en Anoeta con su cruda realidad. Sin el efecto revulsivo que supuso la llegada de Juan Merino, todas las carencias de la planificación estival quedaron al descubierto ante un rival menor como es ahora esta Real Sociedad. El día señalado para convertirse en punto de inflexión sólo sirvió para caricaturizar aún más el trabajo realizado por Eduardo Maciá, quien se afana en ponerle remedio en estas últimas horas de mercado ante la incompetencia de los dirigentes para quitarles la llave de un club que ha convertido en su particular cortijo.
Acudir a la Real Academia de la Lengua vuelve a servir para poner ante el espejo todo lo que se viene perpetrando en Heliópolis en estos tiempos, o al menos aquello que se puede contar sin tener que acudir al juzgado.
Las tres primeras acepciones de la palabra caricatura reflejan el estado actual de una plantilla confeccionada sin criterio alguno, al albur de lo que el representante o intermediario de turno, casi siempre los mismos, coloca sobre la mesa. La primera apunta a una obra que no alcanza a ser aquello que pretende; la segunda, a una obra de arte que ridiculiza o toma en broma el modelo que tiene por objeto; y la tercera es una obra que no alcanza a ser aquello que pretende. Con ustedes, queridos lectores, el Betis diseñado por ese gurú al que todavía se empeñan en defender tanto dentro del club, por más que vayan en aumento sus detractores, como en su círculo de allegados.
Con todo, el plan inicial de Merino no se pareció al de sus dos primeros partidos. Quizá el técnico no quería desfondar a sus jugadores como ocurrió ante el Madrid, pero el Betis salió esperando a la Real en su propio campo, sin esa presión adelantada que tan buen resultado ofreció ante Villarreal y el conjunto merengue.
Si eso ocurrió en el apartado defensivo, en el ataque volvieron a evidenciarse las carencias de siempre. Sin velocidad en la circulación de la pelota, con dos pivotes con nulo fútbol, y sin desborde en los extremos, el Betis fue un equipo plano. Rulli era un espectador más, con Rubén Castro peleado con el mundo y sin regalar una carrera.
Tampoco la Real está para demasiadas florituras. Con numerosas bajas y un ritmo de juego muy bajo, los donostiarras se fueron metiendo en el partido por la incapacidad bética. No habían inquietado a Adán cuando se encontraron con el 1-0. Una acción del joven Héctor desdoblándose en ataque acabó con un gran centro en el que un veterano como Xabi Prieto sorprendió a la zaga bética. Ni el tantas veces salvador Adán pudo esta vez tapar el desastre defensivo.
Los verdiblancos ni siquiera reaccionaron al gol encajado. El guión de Merino continuó siendo el mismo, sin un plan alternativo que ofrecer con el marcador en contra. Casi sin querer, la Real volvió a encontrarse con otro regalo para aumentar su ventaja. En esta ocasión, una acción a balón parado mal defendida por Pezzella, que no siguió la marca de Íñigo Martínez y ni siquiera lo entorpeció en su arrancada, puso el 2-0 tras el violento testarazo del central.
Los verdiblancos, superados por los acontecimientos, pedían a gritos que llegase el descanso. No le quedaba otra a Merino que jugar alguna de las cartas que lo acompañaban en el banquillo y Joaquín y Van Wolfswinkel arrancaron sobre el césped en la segunda mitad. Y casi en la primera acción de ataque del Betis en lo que se llevaba de partido, Rubén Castro acortaba distancias tras una jugada individual de Van Wolfswinkel que culminó con una gran asistencia.
Precisamente, la movilidad del holandés deparó los mejores momentos del cuadro bético en el partido. Con una Real que ya era un manojo de nervios, hasta el empate estuvo cerca. La única acción de Joaquín en el extremo acabó en un centro pasado que el propio Van Wolfswinkel devolvió al área en un intento de remate que se encontró con la pierna de un defensa. Esa tibia reacción alimentó las esperanzas para salvar al menos un punto, pero no era la noche del Betis.
Si las ideas fueron desapareciendo a la vez que el físico abandonaba a los de Merino, también Prieto Iglesias puso lo suyo para acabar de hundir a un equipo timorato. Pudo señalar el trencilla penalti en una innecesaria entrada de Illarramendi sobre un Dani Ceballos que también forzó ese contacto, como también envió al limbo sendas faltas al borde del área sobre Petros y Joaquín. Demasiadas losas sobre una escuadra construida con paja a precio de oro.
La recta final del encuentro sólo tuvo la emoción que dejaba un resultado ajustado. Apenas un remate de Bruno, que evitó que Van Wolfswinkel cabeceara en mejor posición, se contabilizó para un Betis que si no recibió mayor castigo fue por la incapacidad física exhibida por Jonathas y Vela, que no apuntillaron el duelo pese a los numerosos espacios con los que se encontraron en sus escarceos ofensivos. Con Cejudo y Portillo como improvisados laterales, los verdiblancos se chocaron ante el escaso fútbol que atesoran cuando un marcador se les pone en contra. Por momentos, los minutos finales recordaron a aquellos de Getafe que significaron el adiós de Mel, con un Betis incapaz de enlazar tres pases y ya sin argumento sobre el césped.
El primer traspié de Merino como entrenador de la primera plantilla volverá a generar el debate sobre su idoneidad para acabar la temporada en el banquillo, pero esto sólo servirá para volver a tapar el verdadero problema de este Betis. Sin elementos es imposible cualquier fórmula química y con tantas carencias como las que se vislumbran en esta plantilla es complicado pasearse por los campos de la Primera División. Lo que algunos sólo vieron como un problema de entrenador tiene una causa mucho más profunda.
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