Habrá desempate esta noche en la gran traca final del curso futbolístico en cuanto atañe al apartado de clubes. El estadio de Francia escenificará el desempate entre dos grandes auténticos, entre el omnímodo Real Madrid y ese Liverpool que nunca camina solo y que sigue siendo el más laureado entre los inventores de este juego apasionante. Es la final de la vieja Copa de Europa, hoy Champions League, el plato más fuerte de todos.

Y llegan ambos con el sabor agridulce del éxito y de la frustración. El Liverpool viene con la sensación de que tuvo la Premier muy a mano cuando el City caía dos goles abajo en rodeo propio, mientras que el Madrid no ve la forma de cerrar la herida que le infirieron al alimón Macron, Al Khelaifi, Mbappé y su señora madre. Y es que los ricos también lloran, que no es sólo el título de un culebrón, sino la cruda realidad de una vida como rosa con sus espinas.

Pero ambos son los únicos que llegaron a la meta parisina y lo hacen dispuestos a desnivelar una cuenta particular. Y es que a aquel gol de Alan Kennedy al Madrid de los García y de Di Stéfano en el banquillo sucedió la victoria del Real Madrid la noche en que Sergio Ramos no le sacó el brazo a Salah de puro milagro. Uno a uno y a desnivelar tras un camino sobresaliente de ambos y sobrenatural del Madrid tras, a golpe de épica, abatir a Chelsea, PSG y City de una tacada.

Y en esta última sabatina de mayo va a dilucidarse igualmente quién manda en esto, si la Premier o LaLiga. Como en tantas ocasiones desde que Di Stéfano llegó a nuestras vidas, estamos en manos del Real Madrid, ese milagro que nunca se rinde llueva, ventee o haga frío. Es uno de esos partido de partidos que surgen esporádicamente en el calendario y dar un pronóstico suena a osadía. No obstante, con el Real Madrid de pie nada es imposible.