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Con sangre en las venas

  • Alternativas El Betis supo sobreponerse a una situación bastante tensa con su grada e igualó un cero a dos en contra ante el Villarreal Méritos El equipo de Chaparro tuvo más cerca el triunfo que la derrota

Poco premio en la clasificación para tanto esfuerzo sobre el césped. El Betis sólo fue capaz de sumar un punto contra el Villarreal y eso le impide otear el horizonte con la tranquilidad que tal vez demande su juego, pero esta realidad inobjetable de los números no puede impedir que las vibraciones que dejó el equipo de Chaparro en este partido sean mucho más alentadoras. ¿Por qué? Muy sencillo, después del paseo ominoso por el Santiago Bernabéu los profesionales que defienden el escudo del Betis estaban obligados a demostrar que tienen sangre en las venas, que sienten y padecen en definitiva, y ayer lo demostraron después de ponerse con un cero a dos en contra en el transcurso del primer periodo.

En semejantes circunstancias, con la grada gritando de manera desaforada a algunos futbolistas, particularmente a Arzu, e incluso al propio entrenador, Paco Chaparro, no era fácil ponerse la coraza y apelar al orgullo. El Villarreal, como suele ser habitual en él, tocaba y tocaba entonces y eso es lo peor que puede suceder en las circunstancias que se vivían en el estadio Manuel Ruiz de Lopera. El Betis, sin embargo, tiró de casta al son que le marcó Sergio García y fue capaz de rescatar una parte del botín que estaba en litigio.

Cierto que en esta Liga de los tres puntos los empates apenas saben a nada, pero que nadie se engañe porque hay momentos en los que las tablas tienen un gusto mucho más agradable. Cuando transcurra el tiempo habrá que darle el valor justo a esos cinco puntos sumados por los béticos en lo que se ha dado en considerar como el Tourmalet de la Liga. No está mal el balance de los cuatro partidos por mucho que la media docena de goles encajados contra el Real Madrid supusieran un borrón imperdonable dentro de esa trayectoria ascendente. Claro que para eso será necesaria una confirmación frente a esos rivales que, a día de hoy, están en la misma pelea que el Betis.

Pero esas cuestiones pertenecen al futuro y no al relato que tiene que ver con lo que aconteció ayer en el coliseo heliopolitano. Allí se vio a un Betis que salió con la lección bien aprendida desde el vestuario, un equipo en el que era necesario darle una velocidad endiablada al balón para que el ritmo fuera intenso durante los noventa y tantos minutos que durara el encuentro. Daba igual arriesgar la pelota, por mucho que esto supusiera que la grada cargara contra Arzu al entregarle el esférico al rival en más de una ocasión, la cuestión era que la intensidad no decayera jamás con el fin último de que el Villarreal acusara el haber jugado el pasado miércoles un partido de la Champions.

No estaba mal de partida la idea. Pero, claro, en el fútbol existe un rival que también gana en las pizarras de su entrenador y ese afán del Betis por jugar muy rápido a costa de perder precisión en los pases se convertiría en un boomerang en el primer tramo del encuentro. Si hay un equipo capacitado para administrar el balón cuando lo tiene, aparte del Barcelona antes de convertirse en humano, ése es el que adiestra Pellegrini. Y si el Villarreal mueve el cuero con velocidad acaba por derrumbar a cualquier adversario por muy bien posicionado que éste se encuentre.

El resultado fue el primer gol en contra, lo que conducía a mayores dificultades si cabe. El patio tampoco estaba para muchas alegrías y la presión de la grada se incrementó en algunos bares, en los que se refieren a las medidas lógicamente, no a los establecimientos hosteleros. Sin embargo, el Betis siguió fiel a su planteamiento y eso lo condujo a algún acercamiento por parte de Oliveira hasta los dominios de Diego López. No era un fútbol fluido, pero sí muy intenso, justo lo que Chaparro les habría pedido a los suyos a tenor de lo que se estaba viendo en el terreno de juego. Se trataba, por tanto, de un Betis osado y valiente, de un equipo que apostaba por un estilo que debía conducirlo a la recolecta con posterioridad, cuando la fruta, léase el cansancio del rival, cayese por madura.

Como apuesta, cabe insistir, no estaba mal, pero las cosas se pusieron inquietantes cuando Cazorla volvió a aparecer por el centro para aprovechar el agujero que el Betis deja por esa zona a quienes se incorporan desde atrás. Más problemas con el 0-2 y la grada mucho más alterada, sobre todo cuando Cazorla volvió a protagonizar otra gran jugada. Pero entonces cambió todo para el Betis, que por fin pudo sacar jugo de su apuesta por el riesgo de la velocidad. Oliveira, que ya había estrellado un golpe franco en el travesaño, avisó con un cabezazo en solitario justo antes de que Sergio García rescatara a los suyos con un soberbio gol.

El Betis no estaba muerto, tenía sangre en las venas y así supieron agradecerlo sus fieles en el segundo periodo. El fútbol siguió siendo eléctrico, aunque ahora el impreciso ya era el Villarreal, lo que provocó un dominio de la situación prácticamente total por parte de los de Chaparro. Tanto que llegó el empate y que la balanza ya estuvo mucho más cerca de caer hacia el lado bético. El punto, pues, hay que valorarlo, sobre todo porque este Betis tiene fútbol, y orgullo.

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