La mano que nos guía

Un nazareno y un paje caminan por una calle del centro
Un nazareno y un paje caminan por una calle del centro / M. G.

31 de mayo 2020 - 08:21

Sevilla/Siempre hay una mano que nos guía, un hombro donde reposar el llanto, un pañuelo donde enjugar las emociones, una barra que espera la tertulia y una esperanza esmeralda que aguarda en lontananza de cada existencia. La vida es todo aquello que ocurre mientras esperamos el Domingo de Ramos como pequeños pajes de la mano del nazareno que nos lleva. Cada día que pasa de este 2020 somos más niños que nos damos cuenta de todo cuanto hemos perdido, de todo lo que nos ha sido hurtado, de las fotografías que nos han sido robadas y de esos momentos intensos que echamos de menos pese a que no los hemos vivido. Buscamos siempre el nazareno que nos guía por una calle de adoquines en una noche cualquiera.

Somos el nazareno y somos el niño. Uno mira sin ser mirado. El otro descubre la madrugada con sus ojos bien abiertos y sin saberlo permite que quienes lo admiran se identifiquen por un instante con su ternura. Las dos caras de la vida. Fuiste niño que dio la mano, eres nazareno que ahora guía. ¿Qué importa todo lo demás? Aquí radica la verdad y la fuerza de la Semana Santa más auténtica y más libre de tramoyas. En el nazareno que guía el niño, en el niño que ofrece sus manos con guantes blancos, el color de la inocencia, para adentrarse para siempre en los recovecos que construirán el edificio de su memoria. Cuando el calendario busca el verano más duro, más nos tenemos agarrar a la mano que siempre nos guía, a la manigueta firme del amor a esa Semana Santa interior que no depende de lluvias ni de virus.

La vida es una calle preciosa donde siempre espera un templo, por donde te sorprenden cualquier día un nazareno que eres tú, un pajecillo que podrías ser también tú, y un viandante que se para y los contempla que podría ser cualquier sevillano; unas campanadas de reloj que marcan la prisa y una noche que espera cargada de emociones. Pasan los días y te duele no habértelos encontrado este año en aquella esquina por donde se aleja un palio de recogida (una vida que se esfuma) y pasan el nazareno y el niño camino de una iglesia (una vida por disfrutar). Será duro el año y, sobre todo, peor será si no tenemos la certeza de una Semana Santa plena para 2021.

El nazareno y el paje
El nazareno y el paje / M. G.

¿Nos quedaremos como los sevillanos de 1932 y 1933? ¿Tendremos que enseñar a los pequeños a amar la Semana Santa que no se celebra? ¡Si apenas tienen recuerdos de las vividas anteriormente entre tanta lluvia y tanta pandemia!

No me pidas que me entretenga ni me distraiga este domingo con otra imagen que no sea la del nazareno de cola en el antebrazo y el paje de traje engalanado. Necesitamos estar seguros de que pronto volveremos a toparnos con ellos, a dejarles libre el paso, a intentar hacerles una foto y a disfrutar con la cara redonda y el pelo repeinado del pequeño. Necesitamos pensar que volverán horas después cansados, pero satisfechos. El nazareno con algún goterón de cera y el pajecillo con el semblante fatigado, oliendo a incienso y vainilla y deseando dormir todas las emociones. Necesitamos saber que todo eso que poco tiene que ver con logísticas y subvenciones volverá a producirse, que las vísperas serán las vísperas y la Semana Santa será la que siempre hemos conocido.

Todos los pajes, monaguillos y servidores de las cofradías deben aprender cuanto aprendimos nosotros. Deben recorrer las calles asfaltadas, vivir el encanto de la transición de la noche del Jueves al Viernes Santo, cuando la ciudad tiene los nervios de un niño y en el ambiente bulle una ilusión que sólo se experimenta durante esas horas exactas.

Busquemos la mano que nos guía hacia un futuro mejor, en nosotros está dar la mano y buscarla, ser nazarenos y paje, mirar hacia adelante, acelerar el paso, no dejarnos frenar por la desesperanza de ninguna bulla, no tropezar en el desánimo, ni distraernos más de la cuenta con aquello que no merece más que el tiempo justo.

La Semana Santa no es de nadie, es de toda la ciudad y de quienes saben mirarla durante toda su vida con la ilusión de un niño. De quienes saben quererla y amarla desde convicciones firmes. De quienes no necesitan que salgan los pasos para seguir queriéndola y esperándola, como hicieron nuestros antepasados en los años 30. La Semana Santa que nos ha tocado vivir está en una fotografía de tu mesilla de noche, en un vídeo que tomaste apresurado o en ese ramito de olivo de aquella misa de palmas que dejaste en el marco de la foto del Señor. Y ahí estará siempre. Cada cuál debe buscar la mano, el asidero fuerte que sirve de guía en los tiempos que nos ha tocado vivir. Siempre hay un nazareno grande para llevar a un niño pequeño por un camino que conduce al Señor. Ahí está la fuerza de una celebración que podrá suspenderse, pero a la que nunca se deja de amar.

Ahora se entiende aquello que nos enseñaron hace muchos años. Los nazarenos deben mirar al frente en clara expresión de futuro. No hablan, no responden, no distraen la vista hacia los lados. Viven, sienten, caminan y guían a los pequeños.

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