Luz de esperanza

No hay luz artificial ni falta que le hace. Cuatro paredes conforman un rectángulo en el que se encierra el quid de la fe. Allí, entre la ermita de la Virgen del Rocío y las Marismas del Parque de Doñana, cientos de miles de personas llegadas de diversos puntos de la geografía española encienden todos los años una vela para que la Virgen les ilumine un camino lleno de oscuridad.

La Capilla Votiva está formada por una escultura de la Virgen del Rocío y una docena de soportes de hierro que dan cobijo a todas la velas que van llegando y encendiéndose con el fuego de una plegaria anterior, de una persona anónima que dejó la llama de su fe ardiendo en el interior de ese lugar sagrado.

El lugar de las ofrendas suele estar delimitada a sólo los dos primeros soportes para que sea más fácil poder limpiarla. Cuando llegan los días grandes de la aldea, la Hermandad habilita toda las filas disponibles para poder depositar las velas y los operarios tienen que retirar la cera gastada un par de veces al día.

La mayoría de las velas que se colocan nunca son para uno mismo, siempre es para los demás. Es uno de los sitios en los que la generosidad más se hace latente y patente. ¿Cuantas ilusiones de terceros estarán recogidas en ese lugar sin que lo sepan?

Es su primera vez solo, sin la compañía de quién lo ha sido todo en estos últimos 40 años de vida. José ha ido para encender una vela que ilumine el camino de esa compañera de viaje que ya no está y para que llene de luz esa esperanza que ahora está desaparecida y oscura, al igual que las cuatro paredes que conforman un rectángulo y guardan los secretos más profundos de tantas y tantas personas. Un lugar que no necesita iluminación artificial porque siempre está iluminado por la fe, las ilusiones, las rogativas y las esperanzas de tantos que, como José, dejaron encendida su cera para que otro pudiera aprovechar la llama y poder ponerle luz a su esperanza en forma de vela.