"La corriente actual contraria a la ironía deja un diagnóstico sombrío"

Santiago Gerchunoff, filósofo

Santiago Gerchunoff.
Santiago Gerchunoff.
Pablo Bujalance

30 de abril 2019 - 05:00

Nacido en Buenos Aires en 1977 y residente en Madrid, Santiago Gerchunoff es doctor en Filosofía por la Universidad Complutense y titular de un significativo activismo intelectual y cultural en España. Fundador de la legendaria librería Muga en el barrio Vallecas, el autor escribe ensayo y crítica cultural en diversos medios y acaba de publicar Ironía On. Una defensa de la conversación pública de masas (Anagrama), un análisis sobre las posibilidades de la ironía en las redes sociales con perspectiva histórica que presentó hace unos días en La Térmica, en Málaga.

-¿No es la expresión ironía on un oxímoron? Si se expresa literalmente, la ironía deja de serlo.

-Sí, el título es una traición a la ironía. Un ironista de verdad, de los que van al fondo, nunca diría ironía on. No revelaría que está siendo irónico, porque de hacerlo la ironía perdería el sentido. Kierkegaard afirmaba que es intrínseco a la ironía un aire de superioridad, porque nunca quiere ser comprendida del todo. Se preocupa por dejar una sensación extraña en el interlocutor pero pasando más bien desapercibida.

-¿Se tiende a evitar la ironía en las redes, o a advertirla literalmente, dado que por escrito suele parecer más dañina?

-Así es. De hecho, el origen de la ironía es oral, y seguramente su manifestación más genuina se expresa verbalmente. Es una herramienta espontánea, coloquial. Al ponerse por escrito sale entonces de su medio natural y se violenta un poco, es cierto. Pero conviene distinguir entre la conversación pública de masas, que practicamos por escrito en las redes sociales, y por ejemplo una obra literaria. Los chats son mensajes escritos, pero no se corresponden con lo que la hermenéutica llamaba obra escrita, porque la obra vuelve siempre sobre sí misma mientras que entre las redes encontramos posibilidades como Snapchat, donde no es posible volver atrás. Así, aunque la ironía se disipa antes en la oralidad, no tiene siempre el mismo alcance cuando se da por escrito. Por más que en el fondo se trate de un no infinito, algo muy bestia, que incomoda siempre.

-¿Recelaba Platón de la escritura, también, porque mermaba la ironía?

"Siempre cuesta asimilar la ironía, pero es un síntoma de que conversamos en igualdad y libertad"

-Puede ser. La escritura mata muchos recursos orales. Pero en realidad Platón es aquí un antagonista, porque era un antidemócrata y la ironía, que es un antídoto contra todo discurso dogmático, se da mejor en contextos de igualdad y de libertad. Por eso la ironía nació con Sócrates en la antigua Grecia. Es verdad que aquella era una democracia parcial, que dejaba fuera a mujeres y esclavos, pero pudo darse entre quienes se consideraban ciudadanos.

-Sin embargo, ¿no funciona mejor cuando responde a una instancia del poder?

-Eso tiene que ver con el hecho de que, en su origen, la ironía es una expresión humilde. Antes incluso de que apareciera Sócrates, la ironía se manifestaba en un personaje arquetípico de la comedia griega, el eiron, del que procede el mismo término ironía y que aparecía como un ser callado y contenido frente a otros fanfarrones y parlanchines. Es cierto que entre estos dos tipos de personajes se percibe una asimetría, pero ante el público aparecen en un contexto de igualdad. El eiron se hacía pasar por alguien que no sabía nada, como el propio Sócrates, para desenmascarar la fatuidad del que dice saberlo todo.

-Al cabo, ¿es la ironía una forma de relación social?

-Más todavía: la mayor parte de los discursos teóricos que abordaron la ironía durante el siglo XIX daban por hecho que se trataba de una figura literaria, pero yo defiendo algo muy distinto. No es una herramienta literaria, sino política.

-¿Sería posible acordar hoy unas reglas del juego para aceptar la ironía?

-De entrada, la ironía no casa muy bien con nada que se parezca a unas reglas del juego, porque siempre es espontánea. Incluso reaccionaria: siempre responde a un argumento previo. Por eso es difícil asimilarla. Actualmente, en el mismo ámbito de las redes sociales, hay una corriente amplia contraria a la ironía. Y éste es un diagnóstico sombrío. Entiendo que la posibilidad de que le demos la vuelta a todo lo que decimos es fatigosa, pero no es que ya no haya nada serio: es que nunca ha habido nada serio. La ironía ha existido siempre, y siempre va a costar aceptarla. Es un ácido corrosivo para quienes sienten amenazadas sus convicciones, una forma de rebelión contra toda jactancia. Y toda afirmación implica algo de jactancia. Sin embargo, no es menos verdad que la ironía es un síntoma de que estamos conversando libremente. Sin ironía no hay igualdad.

-Sin embargo, ¿no ha podido la posmodernidad, con su posición contraria a los valores absolutos, servir de obstáculo a la ironía?

-Sí, en el sentido de que produjo una reacción solemne.

-Exacto. Una nostalgia.

-Lo posmoderno se ha convertido en algo peyorativo, casi un insulto, lo mismo desde la izquierda que desde la derecha, porque nos dice que no podemos tomarnos nada en serio. Y esto es justo lo que defiende la ironía. Ahora tenemos como respuesta una tendencia voluntarista, de afirmación: una izquierda que piensa que, como la nueva derecha es irónica, hay que acabar con la ironía a toda costa. Pero siempre va a ser posible ironizar sobre cualquier idea. Sócrates ironizaba prácticamente sobre cualquier asunto, fuera de cualquier matriz ideológica.

-¿La cicuta fue su ironía más lograda?

-Sí. Pudo haberla evitado, pero entonces habría dejado de ser un irónico.

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