"Ni siquiera los editores saben por qué se vende un libro"

félix palma | escritor

El escritor sanluqueño Félix Palma.
El escritor sanluqueño Félix Palma. / D.S.
Pilar Vera

14 de agosto 2021 - 05:00

DEL OFICIO DE ESCRIBIR. Hoy en día publicar es más fácil que nunca. Lo que es difícil es vender. Bajo esta premisa/realidad, Félix Palma (Sanlúcar, 1968) ha elaborado Escribir es de locos (Destino), donde no sólo da las claves para enfrentarse a la página en blanco, sino pistas para acometer ese otro vacío al que enfrentarse al terminar un escrito. Además de autor de títulos como Las interioridades (Premio Tiflos), El mapa del tiempo (Premio Ateneo de Sevilla) o El abrazo del monstruo, Palma es profesor de Escritura Creativa y 'coach' literario.

–Empezando por el final. En un mercado editorial con una producción inasumible para el público lector: ¿por qué empecinarse en escribir?

–Algo que creo diferencia Escribir es de locos respecto a otros manuales de escritura es que va un poco más allá de la teoría porque, ¿qué haces luego con lo que tienes escrito? ¿cuáles son las opciones? ¿cuál es la panorámica general del mercado, sus mecanismos? Todos sabemos que a veces la calidad no tiene nada que ver para que el libro venda: y al revés, todos sabemos que hay campañas de promoción que no llegan a nada. Por qué se vende un libro es un misterio que ni los editores conocen: El mapa del tiempo, por ejemplo, me dio a conocer al gran público aunque era un proyecto que mucha gente me desaconsejó. Lo que intento transmitir es precisamente eso: que lo importante es tener una fe incombustible en lo que haces. Pero, como autor, también tienes que tener cintura.

–En el manual, habla de su formación como narrador, que no es ajena a lo audiovisual.

–Sí, yo recuerdo que una de las primeras historias que me marcaron fue El increíble hombre menguante, que dieron en algún horario extraño... En mi infancia y adolescencia, ni siquiera quería ser escritor, aunque sí me gustaba la idea de hacer guiones, cómics, películas... La literatura la asociaba a cosas como La colmena o El camino, que nos hacían leer en el instituto y no tienen nada que ver conmigo. De hecho, este libro está a medio camino entre la teoría y la educación literarias y las memorias de un escritor, porque nada es definitivo, porque todos cometemos errores. A mí me encantaría leer algo así de alguien que admirara, ahí está el On Writing, de Stephen King.

–Sobre la narrativa audiovisual: también ha cambiado mucho respecto a la generación anterior. ¿Cree que eso influirá en lo que se escribe?

–Fíjate con el final de Juego de tronos, lo polémico que fue el cierre de la saga y la gente hablando de cosas como el arco de los personajes, algo tan específico. Antes, en las series de televisión no había una evolución: la historia empezaba y terminaba en el capítulo. Ahora es todo lo contrario. Todo lo audiovisual está fomentando un tipo de narración que hace que los lectores sean más sensibles a si una historia está bien contada. Y el tipo de novela que se hace ahora también es muy distinta a la que había: la, llamémosla, novela de autor, con nombres como Almudena Grandes, Llamazares... Ahora, la mayoría de los autores que arrasan, son autores de género: Javier Castillo, Elisabet Benavent... que no es que antes no los hubiera, ahí tenemos a Mankell, Nesbo, Vázquez Montalbán o Mendoza, pero ahora es lo imperante.

El tipo de novela que triunfa ha cambiado: ahora, la mayoría de los autores que arrasan son de género

–Comenta el pulso entre cuento y novela: el primero tenía el prestigio del mecanismo. Pero tras ser novelista, ya no está tan seguro.

–Cuando escribía cuentos, tenía la idea de que la novela era una especie de cajón de sastre donde cabía todo, donde la trama es mínima pero tiras de personajes secundarios, subtramas y demás. Pero si intentas hacer una novela de género de trama férrea, es como un cuento pero de 600 páginas. La novela puede tener fallos y su extensión hace que esos fallos se perdonen más que en el cuento, eso es cierto, pero el desgaste de escribir una novela no lo tiene el cuento. Y si un relato te sale mal, has malgastado quince días: algo en lo que has hipotecado dos años, no puedes permitirte despreciarlo, has de intentar publicarlo.

–¿Cuánto de matemática hay en una buena historia?

–El manual está lleno de pasos al respecto: sabemos que hoy en día es muy difícil encontrar una premisa original, no tanto en el tema como en el tratamiento; al narrar, tratamos de contar lo de siempre pero desde un ángulo nuevo, con un tono distinto, que te recuerde a otras cosas pero que tenga algo que lo haga diferente. Ahí entra la planificación, el ver la historia en tu cabeza, es ahí cuando se trabaja, cuando la historia deja de ser un abanico de posibilidades. Hay escritores que hacen buenas tramas de intriga y misterio y no descuidan el lenguaje, sino que tienen una escritura estimulante y poderosa, con inventiva. Cada vez me gustan más aquellos que le dan a la prosa un barniz humorístico, como Rafael Reig o Antonio Orejudo.

–Otra cuestión es la presencia: cultivar el nombre como marca. Pero luego tenemos casos como el de Elena Ferrante.

–Todos los lunes, me meto en la lista de los 100 autores más vendidos. Cuando no me suenan (la mayor parte de las veces) googleo y suele ser un influencer. Y luego, cada vez menos, veo casos así, como el de Elena Ferrante. También los de siempre, los que venden, los Muñoz Molina que tuvieron su época dorada cuando los premios te situaban en primera línea. Y luego, los productos de las redes sociales que hacen (o les hacen) una novela. No quería ser muy crítico con esto, porque entiendo que el mundo editorial tiene que seguir funcionando, pero es absurdo el sistema de multiplicar apuestas a lo loco.

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