Gisela Pou | Escritora

"El esplendor que vivió Barcelona en los 90 se ha apagado"

La escritora Gisela Pou con un ejemplar de su última novela.

La escritora Gisela Pou con un ejemplar de su última novela. / D. S.

Gisela Pou i Valls es una escritora que se ha hecho un importante hueco en las librerías españolas. Apasionada de la novela histórica, sus obras están basadas en una importante labor documental que contribuye a la recreación ambiental de las épocas en las que se desarrollan los relatos. 

Su currículo puede considerarse el de una humanista, al aunar distintos saberes. Licenciada en Ciencias Biológicas, máster en Guion Televisivo y directora del II Laboratorio de Guion de la Fundación SGAE. Ha trabajado para la pequeña pantalla casi tres décadas. Oficio que dejó a un lado para dedicarse en exclusiva a la literatura

Ha escrito novelas como Soroll de fons, Sense la Mare, El silencio de las viñas, La voz invisible y Tot menys la pluja. También ha cultivado relatos infantiles, entre los que se encuentran La joven de la medianoche (Premió de la Crítica y finalista del Premio Mandarache) y Palmilra y el efecto crisálida (Premio Atrapallibres). Hace pocos meses presentó su última obra, Los tres nombres de Ludka, de Editorial Planeta. De ella hablamos en una mañana de abril. 

-Leyendo su novela, cualquiera percibe que el tiempo empleado en documentarse sobre la época en la que se desarrolla ha debido ser bastante amplio...

-Para Los tres nombres de Ludka me he leído varias tesis doctorales y también muchos documentos de la guerra civil. El trabajo de investigación me ha llevado un par de años. Una vez terminado, comencé a escribir la novela en mayo de 2020 y la acabé en 2021. 

-¿Se puede considerar como obra de aquel confinamiento de 2020?

-La crisis sanitaria y las medidas que se tomaron para evitar los contagios me ayudaron a centrarme más en este trabajo, aunque si le soy sincera, desde hace años vivo confinada en casa. Salgo poco. 

-¿Por qué ha elegido este periodo, la década de los 40 en una España sumida en la posguerra?

-Siempre he sentido predilección por la novela cotemporánea, aunque algunos periodos resultan complejos por falta de documentación. En este caso, me apetecía mucho construir un relato en la década de los 40 por varios motivos. Por un lado, mis padres se casaron en 1949. Y por otro, se cruzó en mi camino un reportaje que José Luis Barbería publicó en El País en 2008, en el que informaba sobre los niños que habían llegado a España como refugiados de la Segunda Guerra Mundial. Me pareció interesante unir ambas situaciones: el ambiente de aquella década y esos menores acogidos en Barcelona. 

"Me he leído muchas tesis doctorales y también documentos de la guerra civil para investigar sobre la década de los 40"

-Las protagonistas son tres mujeres: Ludka, Emma e Isabel. ¿Se siente más cómoda con personajes femeninos?

-Sí, aunque también hay personajes masculinos con un papel destacado en la novela. Al principio sólo iban a ser dos mujeres, las dos niñas que se conocen en esa Barcelona de los 40. Una relación con la que Ludka logra superar el desarraigo que le había provocado la guerra. Pero después dedicí incluir a Isabel, que simboliza la posguerra española. 

-¿Algunos de estos personajes fueron reales?

-Sí, como Wana, la mujer del cónsul polaco que ayuda a traer niños de ese país a Barcelona. No obstante, he de precisar que los personajes reales, que han sido de carne y hueso, me causan mucho respeto, por lo que los uso sólo como punto de partida para construir otros ficticios. Pero necesitaba que quedara constancia de esa mujer y de lo que hizo en la novela. 

-Su novela es un auténtico homenaje a la memoria histórica de aquella época...

-Es importante mantener siempre la memoria para saber de dónde venimos y entender el presente y hasta el futuro. Ahora, eso sí, no podemos cargarla toda la vida a cuestas. Lo que ocurrió, ocurrió y tuvo sus efectos, pero no nos puede condicionar para siempre. 

-Este libro también es un canto a la esperanza...

-Siempre tengo presente una idea: la vida es lo que es y vale la pena ingeniárselas para tirar para adelante. La novela es un buen ejemplo de saber gestionar el dolor, motivo por el cual quería que acabara con un final de luz. Y ya no hago más spoilers (risas).

-Ludka podría haber sido una mujer de este siglo...

-Es un personaje muy libre. Se trata de una mujer valiente, que se enfrenta a una sociedad en la que aquello que no estaba prohibido era pecado por el peso de una moralidad muy estricta. 

"Es importante mantener la memoria histórica para saber de dónde venimos, pero no podemos cargarla toda la vida a cuestas"

-Barcelona se erige también en protagonista de la novela. ¿Es cierto que esta ciudad sufre ahora un declive cutural?

-Vivimos una época de esplendor en los 90, que ahora se ha apagado. Barcelona se convirtió durante años en un referente cultural. Todos los escritores hispanoamericanos querían ser contratados por sus editoriales. Fuimos también cabecera de la industria audiovisual. Pero ahora nos falta empuje para recuperar lo que hemos perdido desde entonces. 

-Usted ha trabajado varios años en la televisión. ¿Qué opinión le merece lo que se ve ahora en la pantalla?

-Trabajé durante bastante tiempo para TV3. Fui muy feliz elaborando guiones en aquellos años. A la televisión actual me adaptaría, si me gustara. En caso contrario, si no creo en ella, pierdo fuelle. Aunque no la sigo mucho ni estoy muy pendiente de ella, me doy cuenta de que hay series que no funcionan, pese a haber costado un buen dinero, porque no están basadas en un buen guion. A mí de la tele, me sigue interesando, como en mis novelas, el dar a conocer la historia, el enfoque con el que se trata y el buen hacer de los guionistas. 

-Como en su última novela, ¿el niño que llevamos dentro nos condiciona hasta el último día de nuestras vidas?

-Más que llevarlo dentro, ese niño que fuimos debe estar siempre a nuestro lado. A mis 60 años, la niña que fui sigue en mí, pero sabiendo ahora gestionar la vida. No renuncio al pasado, pero tampoco puedo convertirse en una carga nostálgica. Estamos aquí porque hemos sido. Como siempre digo: vivir es aprender a vivir. 

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