Gregorio Luri | Filósofo y pedagogo

"Definirse como conservador en España es revolucionario"

"Definirse como conservador  en España es revolucionario"

"Definirse como conservador en España es revolucionario"

Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955) es maestro de profesión y doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Residente en El Masnou (Barcelona) desde hace cuatro décadas, se ha convertido en una referencia como experto en política, filosofía o pedagogía con libros como La escuela contra el mundo, Mejor educados, ¿Matar a Sócrates? o Elogio de las familias sensatamente imperfectas. Su última obra es La imaginación conservadora (Ariel, 2019), donde se posiciona en contra de la veneración de la bondad del progreso por el mero hecho de ser novedoso.

-¿Qué significa hoy ser conservador?

-Ser conservador es tener unas grandes ambiciones sobre el presente, intentando prolongarlo tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Mientras que el reaccionario sólo vive en un mundo del pasado pensando que lo bueno ya quedó atrás, o el progresista vive hacia el futuro pensando que lo bueno está por vivir.

"La sorpresa de la izquierda por el éxito de partidos de derecha implica un cierto desprecio al votante"

-Ser conservador tiene una connotación negativa...

-En España. Eso ha sido uno de los principales motivos para escribir La imaginación conservadora (Ariel, 2019). Cuando en Francia, Italia, Estados Unidos o Inglaterra, reflexionan sobre política, dialogan con sus tradiciones. Y en España, dialogas con tradiciones foráneas, como si no hubiéramos tenido un pensamiento propio.

-¿Denominarse conservador es revolucionario?

-En España, sin duda. ¿Qué partido político se atreve a denominarse conservador? De hecho, hasta mi editor me preguntó si me atrevería a defenderlo en la prensa. Aquí nos permitimos el lujo de que en los programas de historia de la filosofía del Bachillerato no se mencione la Escuela de Salamanca, que es de una riqueza intelectual extraordinaria.

-¿También se revuelve en contra del lenguaje políticamente correcto?

-Es la lista de los nuevos pecados mortales y veniales de la actualidad. De la misma manera que en los años 60 había que tener mucho cuidado a la hora de no escandalizar a nadie, ahora pasa lo mismo. Me parece que cualquier persona lo experimenta varias veces a lo largo del día.

-Tampoco cree que toda innovación sea progreso.

-Me posiciono en contra de creer que lo nuevo, por el mero hecho de ser nuevo, ya es bueno. Esa creencia nos lleva a vivir en una especie de neurosis de la inmanencia. Así como nadie puede considerarse mejor poeta que Cernuda por el mero hecho de escribir después, igual hay en nuestro pasado valores que merezcan la pena ser considerados.

-¿La idea de nación es propiedad de la derecha?

-Claro que no. Mire en Estados Unidos, Francia o Inglaterra. Aquí hemos tenido un cierto complejo a la hora de definirnos con naturalidad como españoles. Creo que España nos proporciona abundantes motivos para sentirnos orgullosos de nuestra historia. Pero hemos vivido más pendientes de husmear en lo que nos hace daño que de celebrar lo que nos permite estar contentos de lo que somos.

-Pronunciarse así desde Cataluña es revolucionario.

-¿Qué le vamos a hacer?

-Usted incide en la sorpresa de la izquierda por el éxito de partidos conservadores entre la clase baja, como pasó con Trump en EEUU o con Vox en Andalucía.

-Eso implica un cierto desprecio al votante. Si llevásemos esa lógica al extremo, diríamos que para evitar el populismo, es mejor quitarle el voto a los pobres, algo que me parece terrible. La gente sabe por qué vota. Y sus argumentos pueden ser distintos de los suyos, pero son respetables. En todo caso, lo que hay que hacer es estudiar sin aspavientos por qué se dan los fenómenos. Si no, se produce un efecto curiosísimo y es que los enemigos de Vox le están haciendo la campaña gratis.

-¿Qué quiere decir cuando defiende que la sociedad no quiere iguales sino terapeutas?

-Me parece que es un hecho. Cada vez que alguien protesta, se presenta a sí mismo como víctima. Y como sufre, se merece nuestra lástima. Eso no tendría que ser especialmente grave si no fuese porque nos lleva a creer que lo moral es la náusea. Y lo moral en realidad es el apetito, lo que te anima a actuar. El narcisismo moral nos puede dejar muy satisfechos, pero nos impide actuar porque no nos ayuda a clarificar la situación.

-Hablando de moralidad, sostiene que el cristianismo trata ahora de no molestar, de caer bien.

-Eso es también un hecho. Jesús nos pidió que pusiéramos la otra mejilla, no que asistiéramos con los brazos cruzados al abofeteamiento de un hermano. De la misma manera, nos pidió que perdonásemos a nuestros enemigos, no que no los tuviéramos. Tienes que afirmar tus convicciones, sin ningún afán de herir a nadie, pero tampoco callarlas. El cristianismo vive hoy los diez mandamientos como las diez sugerencias, que no pasa nada si te los saltas. Además, nos permitimos el lujo de apartar del espacio público todo lo que suena a cristiano, como las Navidades, mientras que no tenemos problema en respetar otros mitos. El Evangelio, aunque sea como mito literario, es una maravilla. Prescindir de ella me parece especialmente palurdo.

-Parece apuntar a una infantilización de la sociedad. ¿Es consecuencia de la educación?

-Totalmente. Estamos educando niños blanditos.

-¿Y cómo se revierte? ¿Con mano dura?

-¡Qué demonios mano dura! ¡Con ideas claras! Le aseguro que no es ningún trauma que los niños conozcan el significado de los adverbios de negación.

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