Joan-Ignasi Ortuño | Periodista, aforista y cómico
“Cuando crees que todo está perdido, el humor te reconcilia con la vida”
Rafael Maldonado | Escritor y farmacéutico
El escritor y farmacéutico Rafael Maldonado (Málaga, 1981) acaba de publicar el segundo tomo de sus diarios. En la editorial Confluencias ve la luz el libro De mis sombras, hijo, donde el novelista –y autor de un ensayo-biografía sobre Juan Benet- hace acopio de los años 2016 y 2017, esos meses de tanta agitación cultural y política en nuestra historia más reciente. Por los pasajes de este libro aparecen nombres destacados de nuestro mundillo literario y editorial, y se reflexiona acerca de esos hechos de la cotidianeidad que, tras la mirada de Maldonado, adquieren otras dimensiones. Está por supuesto el hijo, a quien le dedica este diario, en una especie de testamento, confiesa el autor. Rafael Maldonado, en esta conversación, nos prescribe su visión de la literatura actual -que en ocasiones no le convence- y de cuanto acontece en nuestro día a día, claro.
-Se le ve a usted desencantado con buena parte de lo que hoy se publica.
Así es. Es cierto. Me deprimen las reseñas hiperbólicas de libros que están ayunos de esa parte de la expresión verbal que es la literatura. Hoy día se premia y se valora una literatura oral, floja, inane. Eso me tiene desencantado.
-Sin estilo, dice usted.
Sí. En el libro que acaba de publicar Renacimiento sobre Umbral, el de José Besteiro, hay una frase que dice que un hombre sin estilo es un peatón. Si no tienes nada que ofrecer en cuanto a la forma o al arte literario… yo no veo que ahí haya literatura. Escribir es muy difícil y redactar es muy fácil.
-Pero ¿qué es el estilo?
-No creo que sepa definirlo bien. Quizá sea aquello de la bailarina de Benet, que si supiera definir lo que es bailar pues no bailaría. El estilo puede ser una marca personal o un intento por darle unas dimensiones al texto que haga que no sea simple información o simple sociología. Intentar que las palabras digan más de lo que dicen en el diccionario.
-Hablaba de Juan Benet. Para usted un referente, un maestro.
-Sin duda. Principalmente porque yo descubrí con él que se podía tomar a la literatura como una dedicación, no como una profesión en exclusiva. Cuando vi que el escritor más exigente de España era ingeniero de caminos me alegró muchísimo. Yo empecé a publicar y pensaba que esto era una dedicación exclusiva. Benet me enseñó que no, que era cuando se podía. Eso me fascinó. Luego me encantó su obra, su mundo de una complejidad grata y fantástica. Me cambió su descubrimiento. Tanto que escribí un ensayo sobre Juan Benet, que es un ensayo también sobre mí. Sobre la gente que tiene una ambición literaria grande pero que la combina con una profesión al margen. Una profesión en nuestro caso científica, muy diferente.
-Acaba de publicar el segundo tomo de sus diarios. ¿Por qué hacer literatura del testimonio personal? Y cómo.
-En alguna parte he dicho que más que diarios son crónicas –un término que le copio a mi maestro Lobo Antunes-. Mis diarios surgen en una época en la que estaba muy liado para dedicarme a escribir, paradójicamente. Pero entendí que si no escribía un mínimo al día se me iba a pasar mi vocación como autor. Entonces empecé a escribir unas cuartillas con lo que me pasaba día tras día. Hablaba de un paciente que me conmovió, escapadas cercanas, el asombro de la paternidad. Me fui dando cuenta de que la literatura era esas cosas cotidianas. Ahora lo ha expresado muy bien Benjamín Labatut –tan de moda-: escribir no consiste tanto en publicar como en saber mirar.
-¿Cuesta más llegar al mercado editorial escribiendo desde el sur?
-Quizá es posible. Pero yo estoy orgulloso de ser sureño. Me gusta mucho Lampedusa, Faulkner, Caballero Bonald. La literatura del sur tiene su particularidad. Aquí hay bastantes editoriales. No creo que haya tanta diferencia. Con Confluencias, que he empezado ahora con ellos, es una maravilla. Y ya digo: no reniego de mi condición de escritor del sur.
-En estos diarios se habla de amigos, de escritores, de autores que soléis reuniros en Málaga. Os hacéis llamar “la nueva Atenas”. ¿Es Málaga “la nueva Atenas”?
-(Risas). A José Antonio Montano, un amigo escritor y columnista, se le ocurrió esa idea. En un tono de broma. Ya se nos quedó. Pero yo no puedo decir eso. Somos un grupo de escritores que nos reunimos para pasarlo bien.
-En los diarios se alaba al escritor Justo Navarro.
-Sí. Ahora es director del Centro Andaluz de las Letras. Una vez me invitaron a Nerja, y allí lo conocí. Por aquel entonces yo tenía una novela en mente. Pero algo aún muy embrionario. Justo Navarro fue el primero que se interesó por mi literatura. Me prestó una gran atención sin apenas conocerme. Me dijo que le mandara esa novela. Me pulió la obra y me ayudó a mejorarla. La novela se tituló El trapero del tiempo. Justo Navarro es una bellísima persona. Y nadie olvida ni a su primer amor ni a su primer editor o ni al primer escritor que te ayudó y te leyó.
-Relata en un pasaje cómo en su día fue un detractor de todo lo relacionado con las celebraciones de Semana Santa –que ahora vemos en Andalucía-, pero también cuenta que hoy día matiza esa visión tan visceral y contraria.
-Sí, sí. Yo venía de un racionalismo jacobino absoluto. Pero uno cambia. El idiota es el que piensa igual que cuando tenía veinte años. Cuando más voy conociendo a la gente más voy entendiéndola. Me he dado cuenta de que la Semana Santa es un fenómeno que criticaba sin conocerla. Decía que como era posible que hubiese tanta gente viendo tronos en la calle en lugar de estar estudiando a Kant, o yo qué sé. Pero al final todos somos como ese libro de Viktor Frankl: somos hombres en busca de sentido. Todos lo somos. Lo que hoy digo es que quizá en esos tronos la gente vea lo que yo veo en libros de Lobo Antunes. Todo el mundo intenta buscar sentido, comprender, sentirse parte de algo. Sí es cierto que creo que en Málaga hay un exceso de procesiones. De saraos cofrades. Al final el exceso te satura. Pero, en fin, eso, lo que decía Escohotado o Savater: lo malo es que uno pensara igual que con veinte años.
-Hablando de creencias: ¿en qué cree Rafael Maldonado?
-En eso que escribió Bertrand Russell: “Tres grandes pasiones han gobernado mi vida: la obsesión con la cultura y el conocimiento, la búsqueda de amor y de amistad y una infinita piedad por los desfavorecidos del mundo”. En esas tres cosas creo.
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