José Moreno Arenas | Dramaturgo

“El teatro debe buscar la transgresión, la violación de la norma”

“El teatro debe buscar la transgresión, la violación de la norma”

“El teatro debe buscar la transgresión, la violación de la norma”

El dramaturgo granadino José Moreno Arenas vuelve a la palestra de la actualidad porque se van a editar tres de sus obras inéditas junto a otras tres de Fernando Arrabal en la colección Libros del Innombrable. José Moreno (Albolote, Granada, 1954) es autor de una extensa obra dramática, cuenta con más de 100 títulos, entre los que se encuentran sus conocidas pulgas dramáticas. Sus creaciones enlazan con el teatro surrealista e incluso esperpéntico. Tiene varios galardones en su haber, entre otros, el Premio Álvarez Quintero, Premio Andaluz de Teatro Breve en reconocimiento a toda su obra o el Premio Andalucía de la Crítica.

–¿El que publique usted con Fernando Arrabal quiere decir que los dos hacen un teatro parecido?

–Sí. Creo que hay cierta afinidad. Hace un año o así la Universidad de Granada y el Ayuntamiento de Albolote organizaron un seminario sobre Fernando y sobre mí porque se pensó que además de una excelente relación entre ambos hay cierto paralelismo en nuestra manera de ver el teatro.

–Después de tanto teatro escrito y representado… ¿se reconoce cuando se mira al espejo?

–[Risas]. Lo procuro. No pienso perder los papeles. Soy una experiencia vital que surge del resultado de dos procesos: uno el de la educación y otro el de la madurez personas. El primero es el trascendente y el que marca al otro.

–Usted perteneció a esa generación que protagonizó los últimos años de la dictadura.

–Sí. Pertenezco a una generación que buscaba el crecimiento de la persona, la formación del espíritu a través del esfuerzo, del saber, de la cultura. Una generación que luchó por la libertad, una generación de principios y valores, no subsidiada, y que se hizo a sí misma sobre los pilares de la educación y la responsabilidad.

–¿De dónde le viene su afición al teatro?

–Mi madre me inició en la lectura de textos teatrales y en las puestas en escena de un programa televisivo en blanco y negro que tanto nos aficionó a todos al teatro: Estudio 1.

–¿Y luego?

–Luego en el Colegio de Los Maristas de Jaén, cuyos docentes apostaban por la cultura y por el teatro. Su amplia biblioteca propició mis primeros encuentros con los trágicos y comediógrafos griegos, con los autores del Siglo de Oro, con los realistas del Nuevo Teatro Español… En fin, que me acercó a la lectura del teatro y me ayudó a ser libre. También allí, en el salón de actos de ese colegio se entrenaron mis primeras obras.

–¿Qué le ha enseñado el teatro?

–El teatro sobre todo te enseña a dialogar, a hablar y a saber escuchar. En aquella época de colegial a mis compañeros y a mí nos permitió contrastar pareceres, algunas veces distintos y distantes. Fue una magnífica manera de salir al encuentro de una madurez. También allí tuve contacto con las vanguardias. Leí mucho a Pirandello, Ionesco y Beckett. Y rompí una lanza en favor de Federico García Lorca. Tampoco se libró de mis ansias de lectura Fernando Arrabal y su teatro pánico. Me interesaba todo.

Pertenezco a una generación que buscaba la formación del espíritu a través del esfuerzo

–¿Y qué quedó para la etapa universitaria?

–En Granada cursé estudios de Derecho. Eran los últimos años del franquismo. El grito estudiantil de ¡Prohibido prohibir! me puso en el camino del compromiso como autor. Yo creo que son los orígenes de mi teatro indigesto.

–Hay tres palabras que definen su teatro indigesto: inconformismo, provocación y desenmascaramiento. ¿Qué vigencia tienen en un teatro en tiempos de democracia?

–Hay una vigencia plena. Porque el inconformismo es la reacción natural del individuo ante la injusticia desatada como consecuencia de una administración inaceptable de quienes detentan el poder. La provocación es un zarandeo del espíritu adormecido del espectador. El desenmascaramiento es un ejercicio que devuelve al público la capacidad de análisis o autoanálisis.

–Algunos estudiosos han considerado que usted es el heredero de aquel teatro de compromiso de los años sesenta y setenta del siglo pasado. ¿Usted cree que lo es?

–Sí. El cambio que se vislumbraba en ese período era, por encima de todo, de valores, los mismos que nos habían sido inculcados en el colegio y que yo volqué en mi teatro indigesto. La llegada de la democracia comportaba unas exigencias, unos principios, que los dramaturgos del no-grupo llevaban impresos en su poética no escrita. Sus textos eran transmisores de esos valores. Y eso es lo que yo intento en cada una de mis obras.

–Hablando de sus obras, en una de sus últimas, El reloj, recientemente estrenada, está dedicada a Jarry, Artaud, Lorca, Beckett, Adamov, Ionesco, Genet, Mihura, Jardiel Poncela, Arrabal, Díaz… Y dice en su dedicatoria que “sobran las razones». ¿Qué razones son esas?

–El teatro ha de buscar la transgresión, es decir, la violación de la norma. Entendiendo por tal la rebeldía ante el autoritarismo. Lo que no deja de ser una contradicción, pues a veces en la transgresión está la defensa de los valores. Mi teatro indigesto participa de dicha transgresión, ya que los autores de la estética del absurdo y del surrealismo forman parte de mi lectura predilecta.

–¿Es usted un intelectual rebelde?

–Pienso que sí. Y quién piensa es un pesimista irredento. Pero la rebeldía es optimista. Y sí, pienso que también soy rebelde, por lo menos en mi teatro.

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