José Merat, periodista y escritor

"No me gusta profundizar en el dolor irreparable"

José Merat sostiene su libro, 'La Covacha'.

José Merat sostiene su libro, 'La Covacha'. / José Ángel García

Con solo 24 años, el periodista José Merat (Sevilla, 1998) presentó su primera novela, La Covacha (Maledictio), en la pasada Feria del Libro de Sevilla. Enmarca esta obra dentro del realismo mágico, estando ambientada en la Punta del Capullo, un lugar que sí existe. En él, hay carreras de ovejas, mujeres que han vivido muchas vidas y peces que hablan. El libro es, sobre todo, un homenaje a las enseñanzas que le dejó su padre.

–Este libro nace de un trabajo universitario.

–Nace gracias a Paco Pérez Valencia. Él me encomendó la tarea de hacer un manual de liderazgo sobre la herencia que me dejaba mi padre cuando se murió. Fue complicado porque la novela es sobre cómo un padre enseña a un hijo a ser adulto. Es lo que hizo mi padre hasta que falleció. Fue complicado, falleció un día 8 y esto fue un 22.  Dije: "Voy a editar esto para las primeras navidades sin papá" y era muy triste, como un manual de despedida, no iba a animar a la familia. Lo edité, lo corregí y seguía saliendo triste, le metí un punto absurdo y salió La Covacha. Tengo que decir que lo hice sobre mi padre porque fue el que murió, pero metí en las enseñanzas tanto a mi padre como a mi madre. No puedo distinguir porque eran un dúo.

–Y no salió un libro triste.

–A mí no me gusta profundizar en el dolor irreparable. Esa mentalidad judeocristiana de que vamos a morirnos de pena no me gusta. Hay cosas penosas, pero yo quería que sonase relativamente bien aunque hubiese momentos tristes. La novela habla de muchas cosas muy tristes: todo el mundo es pobre, no tiene recursos… Me parecía que estaba bien endulzarlas con ese absurdo.

–¿Y cuál es la mayor enseñanza que le dejó tu padre?

Mi padre era una persona que sufría mucho por la justicia. Es lo que me quedo, la justicia, social sobre todo. Las situaciones injustas, a mi padre le irritaban mucho. La justicia despliega el resto de virtudes que tenía mi padre: la generosidad, el honor, la lealtad… 

–Es una Sevilla antigua que conoce a Curro.

–No sé qué Sevilla es. La ambienté en Sevilla, pero el lugar que yo más me he imaginado era mi pueblo, El Viso del Alcor. La gente siempre está caminando, es un constante camino. En mi infancia en El Viso todo estaba en movimiento, todo era camino. La covacha, la Punta del Capullo… todo es un llano. A partir de ahí inventé una Sevilla. Puede ser la Sevilla de La Peste, la serie que había visto hacía no mucho, la Expo, una Sevilla prehistórica casi que no existe. No sé que Sevilla es, pero ojalá consiguiera algún día esa Sevilla.

"A mí me hace ser muy consciente de todo el saber que el de al lado es igual de bueno"

–En la historia, el Guadalquivir tiene un papel fundamental.

–Es un personaje. Hay una guerra civil en el río. Me pregunto por qué escribí sobre el río si nunca he vivido al lado del río, nunca he vivido frente al mar. Todo me era como un poco ajeno. Lo escribí de corrido y a veces pienso que me es un poco ajena esta novela porque hay muchas cosas que no me pertenecen y las volqué sobre estas páginas.

–En el libro, un reloj marca la vida de cada persona, ¿qué marca la suya?

–El tiempo. En la portada pusimos un reloj sin agujas porque a mí me agobia mucho el tiempo y creo que es algo generacional… Es generacional totalmente. Lo hice porque el padre dice: "Tienes que encontrar al dueño del reloj porque marca los tiempos de otra persona", es un acto de justicia. Esa justicia implica generosidad. Fue la mejor manera de resumir todo. El tiempo es una cosa que me preocupa muchísimo. A la gente se lo comento y piensan mal de mí. Todos los días pienso que me voy a morir mañana. No vivo un carpe diem constante, pero me agobia. Ojalá ir a un psicólogo especializado en gestión del tiempo.

–El prólogo lo firma Fernando Iwasaki.

–Amistades, son ayudas. Creo que hay que aprovechar eso y hay que ser consciente. A mí no me gustan estos discursos neoliberales de: "Yo he trabajado mucho". A lo mejor escribo medio bien, si esto no fuese bueno, Fernando Iwasaki no habría puesto su nombre en el prólogo, pero no nace de mi coraje, de mi tesón. Nos engañamos cuando pensamos que solo es esfuerzo y trabajo. Se necesita suerte. A mí me hace ser muy consciente de todo el saber que el de al lado es igual de bueno.

–¿Qué autores le inspiran?

–Esto no es un acto político, sino de justicia. A mí me gusta leer clásicos, pero sobre todo me gusta leer contemporáneos porque hay que actualizarse. Me gusta mucho lo contemporáneo y no solo nuevos autores que escriben muy bien, sino, sobre todo, nuevas autoras. No creo que sea una cosa provocada, es meritocrática. Ahora mismo son ellas las que están haciendo cosas más interesantes. Yo siento verdadera envidia cada vez que cojo un libro de Sara Mesa. Ojalá escribir, ¡ojalá puntuar como Sara Mesa! Me parece sobrenatural. Laura Gost es una chica que descubrí hace poco y tiene El mundo se vuelve sencillo (Editorial Barret); Andrea de Abreu, con Panza de Burro (Editorial Barret). 

–Un libro, un podcast, un blog, una ONG, ¿qué le falta por crear?

–Poner techo de pladur. Puede sonar muy irreal, pero me gustaría probar suerte en la literatura. Mi sueño sería no vivir de esto, pero disfrutar con esto. Yo ya he ganado, estoy aquí, he presentado, me ha leído gente que no conozco de nada... ¡Y crear una editorial! Ninì, por la gente que ni estudia ni trabaja, pero escribe. Seguramente haya gente muy buena, en su pueblo de la sierra de Málaga escribiendo muy bien, pero que no tenga los medios o las relaciones para publicar en un sitio como yo ahora mismo y nos estamos perdiendo mucha literatura muy buena. Editorial Ninì es sin ánimo de lucro, para perder dinero.

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