Dos años al frente de un PSOE en declive

Las claves de Pilar Cernuda

Calvario. Pedro Sánchez celebra su segundo aniversario como secretario general socialista sin poder festejar ninguna alegría, excepto la falta de contrincante para arrebatarle el liderazgo.

Dos años al frente de un PSOE en declive
Pilar Cernuda

31 de julio 2016 - 05:05

UNA de las figuras más destacadas del complicado escenario actual de investidura, Pedro Sánchez, cumple aniversario al frente de su partido. Y no es precisamente un aniversario que pueda celebrar con una imagen potente y con futuro prometedor.

El 27 de julio de 2014, el hotel Convención de Madrid rompía en aplausos para celebrar el inicio de la etapa de Sánchez como secretario general del PSOE en un congreso que no había hecho más que ratificar el resultado de las primarias: ganó a Eduardo Madina gracias al apoyo de Susana Díaz y la poderosísima federación andaluza. Díaz dudó, pero finalmente se inclinó por el madrileño, prácticamente desconocido hasta un año antes, cuando su padrino, Pepe Blanco, que lo crió en su gabinete junto a Óscar López y Antonio Hernando, movió hilos para que se convirtiera en secretario general. Preveía, como ocurrió, que Rubalcaba dimitiría tras el previsible pobre resultado en las elecciones europeas de junio de 2015. Como primera medida para promover a Sánchez, Blanco contactó con periodistas a los que explicó las excelencias de su pupilo e incluso concertó citas para que conociera a creadores de opinión. Hoy, sus relaciones son inexistentes.

Los aplausos del hotel no ocultaron que el entusiasmo era más superficial que sincero. Un veterano socialista, que formó parte del equipo de Felipe González, comentó al salir del plenario: "¿Con esta Ejecutiva se va a relanzar el partido? Pero si son penenes, si no hay más de media docena de personas con una mínima experiencia política, y no digamos de gestión...". Seguro que en esa Ejecutiva de novatos pocos conocían el término pepene. Demasiado jóvenes. Demasiado inexpertos. Ahora, cuando han pasado dos años y un sector relevante del PSOE defiende que se debe celebrar cuanto antes el congreso, se demuestra que aquel viejo rockero de la Transición tenía razón. Había vivido mucho y tenía ojo clínico. El que faltaba a los que llamó penenes.

En estos dos años, Sánchez ha cosechado dos hitos difíciles de superar: en las elecciones del 20 de diciembre, las primeras en las que se presentaba como candidato, logró el peor resultado de la historia del PSOE, después de que ese dudoso mérito lo tuviera Rubalcaba, que recibió en las urnas el castigo dirigido a Zapatero. En sus segundas, el 26 de junio, superó a la baja su anterior marca. No es Sánchez el único responsable del fracaso; ha tenido que ver el hecho de que no contó con el equipo adecuado, sobre todo con el secretario de Organización que se necesitaba para aquel momento difícil.

César Luena no conocía el partido en profundidad y no se ganó el respeto de los dirigentes regionales, que se quejaron de su escasa cintura y de su empeño en imponer su criterio, lo que provocó varios conflictos que los barones prefirieron soslayar para no hacer más daño al partido, pero los comentaban abiertamente con personas de confianza, incluidos periodistas que no tardaron en quedarse con la copla de que Luena no encajaba en su puesto. Hoy, su relación con Sánchez no es tan fluida y personas del entorno del secretario general confiesan incluso que es mala, para añadir, en defensa de Sánchez, que lo nombró secretario de Organización a instancias de Díaz, una forma de intentar pasar "el muerto" a otras manos.

No se puede hacer un balance de los dos años de gestión de Sánchez sin destacar el papel de Susana Díaz. No tardó mucho en marcar distancias con el secretario general en cuanto advirtió que el movimiento crítico a Sánchez era creciente; y las marcó más todavía cuando desde algunas baronías y varios históricos empezaron a defender la idea de que era ella quien debía hacerse cargo del partido.

Díaz se dejó querer: en ocasiones con pautas de las que se podía deducir que estaba dispuesta a dar el salto y en otras mostrando una reticencia absoluta a abandonar su feudo. Una actitud que ha provocado desazón, inseguridad y también irritación, porque el partido no está para ambigüedades. Y que desde luego generó que la relación entre Díaz y Sánchez fuera muy tensa, plagada de desencuentros, comentarios críticos de miembros de sus respectivos círculos hacia la otra parte y mucha hipocresía en sus apariciones públicas. Las sonrisas no engañaban a nadie.

A la actitud de Díaz se ha sumado que con el transcurso de los meses ha crecido la crítica de los dirigentes regionales y muchos históricos a Sánchez. Los barones callaron cuando tras las municipales y las autonómicas su líder promovió un pacto con Podemos para arrebatar al PP feudos municipales y regionales, lo que permitió a esos dirigentes convertirse en presidentes. Pero no gustó a los históricos, que si no tenían reticencias a C's, sí en cambio sentían un rechazo absoluto a lo que significaba gobernar con Podemos, un partido al que se daba oportunidad de crecer en virtud de esos acuerdos con el PSOE, como así ocurrió.

El malestar fue más evidente y abierto tras el 20-D y la negativa de Sánchez de llegar a pactos a con Rajoy. Sn embargo, había gente relevante del partido que defendía ese acuerdo, de forma que el PSOE facilitara la investidura para pasar a continuación a hacer una oposición dura pero apoyando al Gobierno en las cuestiones de Estado. Pensaban destacados socialistas que de esa manera se neutralizaba a Pablo Iglesias en una oposición que se adivinaba teatrera y que demostraría su poca talla política, y así se podría relanzar el PSOE.

No quiso Sánchez, pero en honor a la verdad hay que insistir en que el comité federal le dejó escaso margen de maniobra, pues le negó la posibilidad de apoyar a Rajoy o de pedir apoyos a los independentistas. Líneas rojas que estaba obligado a cumplir.

Rajoy rechazó la oferta del Rey de ser candidato al ver imposible la investidura. Éste no se lo ofreció por segunda vez. Sánchez le dio a entender en la segunda ronda que aceptaría y don Felipe le dio vía libre. Y empezó el calvario, la peor etapa de su vida como secretario general. La más cruel, pues fue víctima de un Iglesias que lo toreó todo lo que pudo y le hizo abrigar falsas esperanzas de llegar a acuerdos de Gobierno. Aunque el líder de Podemos siempre dijo que jamás negociaría con C's dentro, y Sánchez firmó un pacto con la formación naranja que, a la postre, echó por tierra sus ansias de convertirse en presidente. Pensó que lo tenía al alcance de la mano y la decepción fue total. Quedaba aún un último estacón del vía crucis: un nuevo resultado electoral penoso, que intentó convertir en éxito al no producirse el anunciado sorpasso.

Al cumplirse dos años, es impredecible hacer un pronóstico sobre el futuro de Sánchez. Rajoy no cuenta con los apoyos suficientes para formar Gobierno, pero aquél tampoco y además el Federal le ha dicho mayoritariamente que está obligado a pasar a la oposición. Díaz no acaba de dar el paso y presentar su candidatura a la Secretaría General y no aparece ningún candidato sólido para contar con el respaldo necesario. Hay un movimiento en torno a Madina, pero el partido está escarmentado, no le ha ido bien con los secretarios generales que llegaron al cargo con pobre trayectoria. Algunas miradas se centran en otros dirigentes regionales. Por ejemplo, en el manchego Emiliano García-Page, el extremeño Guillermo Fernández Vara o el asturiano Javier Fernández. Pero ninguno ha hecho la menor alusión a que quisieran abandonar su cargo.

Es quizá lo que puede permitir a Sánchez encarar el futuro con cierto optimismo: la falta de contrincante. Pero... puede aparecer. Los congresos de los partidos nunca se sabe cómo acaban y en el próximo, como Sánchez no sea presidente de Gobierno, pintan bastos para él.

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