Todas las ferias la Feria
AHORA que la lluvia pone a la Feria la desdibujada pátina del agua. Ahora que las luces son menos azules por más grises, en las casetas, además del abandono, también caben las íntimas liturgias del recogimiento. Es el tiempo de los balances, aunque, asimismo, de la numantina resistencia al punto final. Hubo, entonces, una Feria antes de la Feria, tan a la vuelta de los días como perdida en el torbellino de las jornadas mayores. Es la Feria de los prolegómenos, la sevillanísima Feria de las vísperas, donde las cruces de guía se hicieron pañoletas en el frontispicio desmontable de las casetas, donde las guitarras desplazaron a los tambores y las cornetas en la predilección del ánimo, donde los fiscales de tramo se hicieron seguratas. Y este año, además, con la transición armónica de esa portada que puso fácil el paso de los misterios penitenciales a los gozosos. La Feria, asimismo, del encuentro más cercano y menos comprometido, más sencillo y menos aparatoso, más genuino y menos impostado. La Feria de los cacharritos y de las escalesitas, con precios de reclamo para que en la Calle del Infierno cupiera el purgatorio de la oportunidad.
Tal vez, ésa sea la Feria que muchos prefieran antes que el alumbrao la bautice con el eléctrico milagro de las luces y se haga público y bullicioso lo que hasta ahora venía siendo más reservado en la privacidad de las vísperas. La Feria en su creciente apogeo, para dar cuenta de un ciclo que se afirma en el recorrido de los días y se hace dibujo de campana partida en dos mitades: la Feria de los días primeros, crecidos hasta el punto medio de la fiesta desde las renovadas ganas del comienzo; y la Feria de los días finales, consumidos tal vez por el cansancio, el empacho y el sumidero de los bolsillos. Jornadas, al cabo, de un catálogo de formas y maneras que se aplican a vivir la Feria según conviene al dictado de la voluntad y también, sí, de la coyuntura más favorable para el versátil ejercicio del interés. No se olvide, en fin, que la Feria trae causa primera del trato y que por eso siguen cerrándose muchos, de distinta naturaleza, en el curso de la fiesta.
Y restan, claro está, las exequias finales del real que se apaga en los estertores del abandono, cuando en el reverso de una estética tan medida figuran toneladas de basura, cuando los farolillos diezmados a ras de suelo parecen entonar el gorigori del sepelio, y cuando de todas las ferias ya sólo queda la Feria en el real del tiempo pasado.
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