Feria de Abril

Los pavos reales de la portada

  • Estas aves exóticas son en muchos palacios reales el símbolo de la eternidad del poder, del amor y dan pie a hermosas leyendas

Los pavos reales de la portada

Los pavos reales de la portada / josé ángel garcía

En mis paseos vespertinos de esta primavera lluviosa que nos ha tocado vivir a los sevillanos, admiro al cruzar algunos de sus puentes la eternidad de nuestra ciudad, una estampa recogida en mi retina desde que era un niño, que he podido recorrer durante toda mi vida y que he realizado relecturas diferentes desde las distintas perspectivas que nos da el transcurso de la vida. Cruzar la Plaza de Cuba y admirar la configuración original de lo que fue la Sevilla almohade, y divisar aquella muralla que unía la antigua Mezquita y su alminar con la Torre del Oro, contemplar el Palacio de San Telmo, la plaza de toros o las torres de la Plaza de España, me lleva a pensar que aunque la eternidad terrenal no existe, que todo se desvanece, al mismo tiempo se reconstruye en los avatares del tiempo, como en realidad ha sido la historia de nuestra ciudad. La historia de una urbe que se desvanecía y volvía a vivir, que enamoró a viajeros de toda condición, y que hoy por hoy es un destino de muchos amantes de la belleza. Su papel en la historia ha cambiado, pero su existencia sigue permaneciendo en el destino de Occidente.

En estas recreaciones mentales, a modo rousseriano, ya en la calle Asunción diviso a lo lejos aquella ciudad efímera que levantamos los sevillanos todos los años, desde aquel remoto año de 1844, cuando un catalán y un vasco la idearon para rehabilitar el comercio sevillano, y que hoy llamamos la Feria de Abril. Mi mente vuelve a llenarse de recuerdos de años anteriores, de experiencias, de las personas que quedaron atrás y nos enseñaron a admirar aquel recinto donde convergen todo tipo de ingredientes, donde la concreción de la belleza se traduce en mezclas de colores, experiencias, sentimientos, donde lo terrenal queda diluido sin ninguna medida del tiempo. Es la portada la que resalta la eternidad de lo efímero de la Feria, es su belleza la que reclama la atención de los que lo admiran, es su contemplación la que señala los días que vas a vivir rodeado de las personas más queridas de tu vida terrenal, es el anticipo de la puerta del cielo, contraposición de la puerta del Infierno de Rodín, reclamo de la puerta del paraíso de Ghiberti.

No cabe duda que este año la decisión de otorgar al gran artista que es sin duda Cesar Ramírez, arquitecto, dibujante y un virtuoso creador de cartelería cofrade, así como pintor de excelentes retratos, ha sido un acierto para la ciudad de Sevilla. El homenaje que se ha querido rendir al Círculo Mercantil por sus 150 años de existencia, al recrear su antigua caseta de 1905, con la arquitectura mudéjar del Alcázar, ha dado como resultado una simbiosis singular, convirtiéndola sin duda en la mejor realizada en el siglo XXI. Me apena pensar que lo efímero nuevamente marcará el destino de su construcción, que se marchitará cuando pase unas semanas, y quedara en los recuerdos de los que pudimos admirarla, pero al mismo tiempo pienso que esta portada será eterna, sobre todo su simbología.

Son los pavos reales, los que convergen en las enjutas del arco triunfal, lo que le da la concepción de eternidad, de aquello que vemos en el instante pero permanece en nuestro tiempo. Son esas aves del paraíso las que me llenan de recuerdos de aquella madre que me llevaba los domingos al Parque de María Luisa, las que me devuelven a la infancia, aquellos mágicos momentos en los que quedo en los momentos pretéritos de mi vida, pero que convergen en la inmensidad del destino. No es mera casualidad que esos exóticos animales de larga cola, llenos de intensos colores, sugieran a los que lo ven la eternidad de la belleza. Su identidad inmortal ya aparece reflejada en el mundo hindú, y fue recogido por el mundo paleocristiano y bizantino, relacionado con el paso de la muerte a la resurrección, como ya recogería el propio San Agustín en la Ciudad de Dios. El pavo se representaba flanqueando el árbol de la vida en el arte carolingio y en el islámico, pintado, esculpido en relieves, tallado, por lo que se convirtió en una imagen habitual en palacios reales como símbolo de la eternidad del poder. De esta manera los monarcas las poseían en sus jardines como fueron los casos de los reyes sasánidas e incluso el propio Salomón, como así lo refiere el Libro de los Reyes.

Cuenta una leyenda que existió en Sevilla un rey en el mundo islámico que buscaba constantemente la eternidad del amor. Desde el Alcázar admiraba la ciudad milenaria que sus antepasados conquistaron y que veía reflejada en el río en aquellas noches de luna llena. Las continuas guerras que enmarcaron el destino de su vida le habían hecho olvidar qué era lo que realmente define la identidad eterna de la vida: la inmensidad del amor a una mujer. Se había hecho mayor, aquella noche recordó los años juveniles de amor y fantasía que habían envuelto su existencia. Recordó a aquella mujer de ojos negros y mirada ardiente que conoció aquellos años, cuando celebró su cumpleaños y se la trajeron sus amigos y familiares para que descubriera lo que era la verdadera belleza. Recordó que le regaló unos meses después un animal exótico venido de oriente, que los poetas cantaban como exaltación de eternidad, como era el pavo real. Recordó cómo llenó los jardines del palacio de aquellos animales de gran belleza y de amplio colorido dándole un carácter pintoresco. Recordó cómo un día esa mujer desapareció de su vida, lo que parecía eterno quedó diluido. Recordó que aquel pavo real pervivió y sigue morando en sus jardines, había quedado eternizando la esencia de aquel amor que nunca olvidó. Recordó cómo ordenó a sus artífices que decoraran los arcos que flanqueaban su salón de Trono con unos pavones que dejaran constancia de aquel amor eterno que tuvo con esa mujer y que quedó diluido en los avatares del tiempo. No podremos saber nunca si los pavones de la portada de la Feria emulan el amor inmortal que aquellos amantes tienen en lo efímero de la vida.

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