El espejo de Sibyl | Festival de Cine de Sevilla

El griterío y la furia en el diván del cine

Un rodaje difícil en la última película de Justine Triet

Un rodaje difícil en la última película de Justine Triet

Siempre hubo un punto nervioso, e intuyo que autobiográfico (la casa donde filma y los niños que filma se parecen siempre demasiado), en los guiones de Justine Triet. Sus protagonistas femeninas corrían a toda prisa de acá para allá intentando sacar adelante trabajo, hijos, ex maridos pesados, novios furtivos, etcétera. Ese punto de desorden (familiar, sentimental y laboral), ese caos controlado a duras penas, eran como el trapo apretado en una tubería picada a punto de estallar; ahí radicaba, en gran parte, el modesto y ácido encanto de su cine.

La receta le funcionó en La bataille de Solférino, salvó los muebles gracias a Virginie Efira y el gusto por el absurdo en Los casos de Victoria, y se va a pique, aún con Efira de nuevo, en El espejo de Sibyl. Aquí Triet confía poco en lo que tiene entre manos y, perdida en su laberinto de obvios reflejos especulares, sexo explosivo, guiños al cine dentro del cine (Rosselllini, Antonioni, Truffaut) y psicología de manual (la terapeuta de la actriz la dirige mejor que la propia realizadora), opta por la acumulación de rabietas mocosas de Adèle Exarchopoulos como única fórmula para agitar la coctelera.