Justicia y sucesos

Delincuencia organizada

  • Las bandas del crimen organizado no se nutren de inmigrantes, sino que habitualmente se forman en los países de origen.

LUIS GÓMEZ JACINTO

Catedrático de Psicología Social.

Universidad de Málaga

"La Policía investigó 500 bandas de delincuencia organizada"; "Desarticulada una banda de albano-kosovares"; "La policía hiere de muerte a la mafia rumana"; "La Policía ha identificado a 407 adolescentes que pertenecen a pandillas latinoamericanas". Estos son algunos titulares que han asaltado los periódicos en los últimos meses, y con ellos conceptos como nueva delincuencia, bandas de extranjeros, crimen organizado parecen querer reconstruir la realidad delictiva española. La incapacidad humana para la memoria histórica hace que buena parte de la sociedad considere estos fenómenos delictivos como nuevos. Sin embargo, la formación de coaliciones sociales para el robo, el fraude, la extorsión, el secuestro y el asesinato es el reverso de nuestra inexorable naturaleza social. Unirse a otros para proveerse o proveer a los demás de recursos escasos, a veces ilegales y muy solicitados, es un rasgo característico del ser humano. La corta historia y el largo pasado delictivo de nuestra especie es el relato de las redes grupales para el narcotráfico, del tráfico de personas para la explotación laboral y/o sexual, del contrabando de productos ilegales, de los negocios sucios y los "blancos", y de un largo etcétera de fuentes de ingresos para las bandas que desde la edad de piedra se han organizado para vivir a costa de la sociedad. Y todo ello con una gran capacidad de adaptación a los cambios geográficos e históricos. Buen ejemplo de ello nos lo proporciona la penetración de estos grupos en el nuevo y virtual mundo de Internet mediante el cibercrimen: estafas financieras, piratería informática y artística, pornografía infantil… Que este comportamiento grupal delictivo es universal lo prueba su existencia en los más diversos lugares del mundo: la Cosa Nostra en Italia y Estados Unidos, las Triadas chinas, los Jacuzza japoneses, los sicarios de Colombia o los cárteles mexicanos.

En pocas cosas se pone la ONU tan de acuerdo como en la caracterización de este tipo de delincuencia: un grupo estructurado de tres o más personas que exista durante cierto tiempo y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material. Y al servicio de estos fines su principal instrumento, que todos recordamos en boca de Marlon Brando: "Le haré una oferta que no podrá rechazar". Perfecta la calculada ambigüedad de la expresión para saber que la violencia, la intimidación o la corrupción, o las tres a la vez, están prestas a que se cumplan los objetivos marcados.

Este breve pero persuasivo arsenal negociador implica una división del trabajo dentro de los grupos. Dependiendo de su complejidad organizativa cabe distinguir, al menos, dos tipos de integrantes: los "ejecutivos" dedicados a la intimidación, el asesinato y el chantaje; y los "directivos", atentos a la gestión de la red de negocios legales e ilegales. La corrupción, sobre todo de funcionarios, teje una amplia red de colaboradores. El uso contundente de la violencia, si fallan las otras estrategias, dan credibilidad y muestran el poder del grupo, sobre todo cuando se accede a nuevos territorios. Es el caso de la "guerra de porteros" de discoteca de las noches de algunas ciudades españolas, que es la guerra por el control del acceso a los locales para la distribución de droga. Este intento de hacerse un hueco en el mercado delictivo español caracteriza a muchos de los grupos delincuentes de extranjeros. Y este deseo de implantación en nuevos territorios les obliga a ser extremadamente violentos.

El desplazamiento de las organizaciones delictivas de un país a otro no es un fenómeno nuevo, y suele ir acompañando a los grandes movimientos migratorios de la población. Recuérdese la migración de la mafia siciliana a los Estados Unidos a principios del siglo XX, acompañando a los miles de italianos que emigraron al territorio norteamericano. Es un fenómeno nuevo en nuestro país, como lo es también la inmigración en la que se ampara. De ahí que a los grupos tradicionales implantados en el territorio nacional se les hayan unido las mafias venidas a rebufo de un buen número de inmigrantes: las albano-kosovares, rumanas y rusas llegadas desde el este de Europa; las Tríadas, centrada su actividad delictiva en la propia comunidad de inmigrantes chinos; las bandas latinas traficantes de drogas; y las mafias marroquíes traficantes de inmigrantes ilegales. Todas dibujan un panorama de crimen organizado internacional ayudado inevitablemente por la globalización económica, el libre comercio, la rapidez del transporte y los avances en las tecnologías de la comunicación.

Esta internacionalización hace que la inquietud por el crimen organizado haya crecido en los últimos tiempos y éste sea más visible que nunca. El reverso de esta mayor sensibilidad de la opinión pública es la identificación popular de la delincuencia organizada con la inmigración. A ello contribuye la lectura precipitada de las estadísticas sobre delincuentes y reclusos, que interpreta el aumento de extranjeros en las mismas como una consecuencia directa del incremento de inmigrantes. Pero, en general, según un reciente informe del Real Instituto Elcano las bandas del crimen organizado no se nutren preferentemente de inmigrantes, sino que habitualmente se forman en los países de origen. Conviene no olvidar esta diferenciación entre delincuencia organizada e inmigración para no dejarse llevar por el estereotipo fácil y, lo que es peor, caer en la criminalización generalizada de los colectivos de inmigrantes.

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