Una campaña con silenciador morado

La organizadora de la Expo cambió de fecha de inauguración para evitar la Semana Santa, los días en los que la ciudad desconecta de sí misma

Juanma Moreno acompañado de su hijo vestido de nazareno
Juanma Moreno acompañado de su hijo vestido de nazareno / M.G.

Sevilla/CUANDO la reina Sofía visitó la Catedral en varias ocasiones en la primavera de 1995 para supervisar los preparativos de la boda de la Infanta Elena, necesitó pocos ensayos para comprobar que la gran montaña hueca que es el templo metropolitano se imponía a todos las apuestas florales que se barajaban. La reina pedía centros, canastas y otros motivos florales de más altura y de mayor tamaño. Los expertos en la materia trataban de complacerla, al igual que los canónigos, pero el resultado era siempre el mismo. La gran mole se lo comía todo. Nada de la Catedral puede con la Catedral misma. La estética de la Catedral es la Catedral misma. El carácter del edificio, su belleza, su arquitectura, sus medidas colosales resisten hasta las agresiones que haya podido sufrir a lo largo de la historia.

El ejemplo de la Catedral vale con respecto a la propia ciudad y su principal fiesta: la Semana Santa. Son siete días en los que la ciudad se queda en suspenso. Desde el Viernes de Dolores, día que Tussam registra el mayor número de usuarios, hasta el Domingo de Resurrección. No hay fiesta con capacidad para paralizar tanto a la ciudad. No la tiene la Feria, que reduce su radio de acción al barrio de Los Remedios, ni tampoco la Navidad. La Semana Santa se vive, o de la Semana Santa se escapa.

La primera parte de la campaña de las elecciones generales estará marcada por el silenciador... morado. Las manifestaciones de religiosidad popular son aprovechadas por los políticos de diversa tendencia para aproximarse a la gente del pueblo, sobre todo cuando se trata de cofradías de grandes barrios: Torreblanca, Bellavista, Nervión, el Cerro... Pero no contamos con precedentes de Semanas Santas metidas de lleno en una campaña, en un período en el que los partidos pueden pedir directamente el voto. El contexto es nuevo. Obligará a los políticos, sobre todo, a no meter la pata en ambientes donde todo se mira con lupa. Mucho nos tememos que en Sevilla y en otras tantas ciudades andaluzas, los candidatos deberán conformarse con aprovechar –si acaso– las mañanas para algunas entrevistas y luego dejarse ver en las grandes concentraciones.

La Semana Santa, como la Catedral, lo eclipsa todo, es una suerte de anestesia en la vida cotidiana de la ciudad, que no estará pendiente esos días de los debates electorales ni de las promesas de mejora. Sevilla desconecta de sí misma durante esa semana. La fecha de la convocatoria electoral condena a vivir una campaña a medias, cuando la ciudad, orillada en los presupuestos de la Administración central desde los fastos del 92, se juega mucho en la composición del Gobierno de la nación.

El ejemplo de la Expo

Muchos sevillanos recordarán cuando la organizadora de la Exposición Universal tuvo que cambiar la fecha de inauguración de la Muestra al comprobar que había elegido nada menos que un Viernes Santo. Los responsables dieron marcha atrás con celeridad. Ni de lejos se plantearon competir con los días grandes de la Semana Santa. La Expo se inauguró el lunes posterior al Domingo de Resurrección. Al entonces alcalde, Alejandro Rojas-Marcos, le preguntaron si la ciudad podría desarmar el tinglado de la Semana Santa al mismo tiempo que organizar la Feria y asumir el dispositivo de la Expo. Y el andalucista dijo una de sus perlas: “Sevilla puede con todo”. Y pudo. Pero, por si acaso, los de la Oficina Internacional de Exposiciones, con sede en París, no se la quisieron jugar y esperaron hasta el final la Feria.

En la Catedral nadie destaca. En los días de Semana Santa nada destaca. Una campaña electoral en Semana Santa es como morirse en agosto. Nadie se entera. La Semana es una película que se rueda en sesión continua. A veces hasta genera noticias propias ajenas al motivo de la celebración, como las estampidas en la Madrugada. Los políticos, como las golondrinas de Bécquer, volverán a colgar de los balcones, que son sus nidos preferidos. Y apretarán las varas más que nunca. Pero se los comerá la bulla. Intentarán captar cuota de atención en las redes, pero en Semana Santa no hay más red que la del manto camaronero de la Virgen de la Esperanza. Hasta puede ser un alivio para muchos que la campaña sea en Semana Santa.

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