La danza de los muertos

Bailan en los números mientras unos cantan el 'Resistiré' y otros difunden los platos de comida en una suerte de Carpe Diem. No nos creemos nada. Sólo sabemos que conocemos muy poco del bicho.

Una empleada de funeraria transporta una corona de flores en el día de ayer
Una empleada de funeraria transporta una corona de flores en el día de ayer / Juan Carlos Vázquez

Sevilla/Cada día que pasa se espesa más el silencio, se echa más de menos la ciencia y bailan más los muertos. Sí, la danza de los muertos es terrible. Los muertos bailan en los números. Suben, bajan o se mantienen. Los muertos danzan más en unos países que en otros, en unas ciudades que en otras, en unos continentes que en otros. Es un baile con diversos coros de vivos que se acusan entre ellos de mentir, maquillar o tergiversar. Esta muerte está viva en las danzas que nos marcan la existencia. No se ha visto una muerte con más movimiento, menos quieta, tan manipulada y que prácticamente no tenga rostro. Esta muerte tiene pocas caras. Y, en cambio, da la sensación de que hay varios caras que manejan los datos de los muertos con una coreografía macabra.

Esta muerte quiere ser esquivada por las personas físicas. Claro. Pero también por las jurídicas. Es lo que tiene la peste, que puede terminar con una marca en un santiamén. Ocurre lo de siempre: nadie quiere que le echen el muerto encima. Quedaría señalado como la casa de un apestado. Los muertos bailan, son tapados, escondidos, camuflados… Hay toda una ingeniería de la contabilidad de los óbitos que provoca que desconfiemos de todo. Baja la cifra en veinte muertos y nos hablan de desaceleración. Desciende sólo en cinco y nos dicen que es estabilización. Sube en cincuenta y estamos aproximándonos al pico. ¡Como bailan estos muertos! Se muere el que no llega a los cincuenta años y está en aparente buena forma física, pero recibe el alta una señora de 95 primaveras. Qué poco sabemos de este virus.

El entorno de la Basílica de la Macarena en días de pandemia
El entorno de la Basílica de la Macarena en días de pandemia / Juan Carlos Vázquez

Los andaluces fabrican respiradores que ya son reclamados por toda España. El respirador es un artículo de lujo en tiempo de pandemia. Los militares son ahora mejor mirados que nunca. Los empresarios son demonizados aviesamente. Uno de los grandes emprendedores andaluces se confiesa en privado. Acusa al gobierno de haber confundido el estado de alarma con una dictadura, de no tomar medidas ejemplarizantes, de austeridad en los sueldos y prebendas de la propia clase dirigente cuando se está friendo a los autónomos. Y denuncia que un partido con 35 diputados tenga el control del Ministerio de Trabajo y una Vicepresidencia. El ánimo de la conversación se caldea: “¡Todavía no he visto a nadie de Podemos o de los sindicatos preocuparse, por ejemplo, de las Tres Mil Viviendas de Sevilla!”.

La alusión al Polígono Sur nos recuerda que este Viernes de Dolores termina el reparto de comida suministrado por la Fundación Alalá y Cáritas Diocesana que coordina el Comisionado. El Lunes Santo toman ya el relevo la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento para seguir garantizando alimentos a cerca de 700 niños que estaban en comedores escolares. El día avanza con esa cadencia aplastante a la que nos acostumbramos a la fuerza. El confinamiento está marcado por el pitido del móvil que informa del baile de los finados. Italia, España. Portugal, Francia, Estados Unidos y de nuevo… China con sus temores a un rebrote. Las cifras son siempre frías y contrastan con la quietud de la calle. Por la calle ya no pasan coches. Por la puerta no entra nadie. Y por el balcón sólo accede el sol de marzo sin nubes de incienso. En los muros de un convento hay restos de convocatorias de cultos de una cuaresma de altares interrumpida.

El teletrabajo se asienta. Toda una prueba de la capacidad de adaptación de la población. La compañía Konecta tiene a 9.000 empleados trabajando desde casa en toda España para atender servicios esenciales en sectores como la sanidad, las emergencias, el suministro energético, la banca o los seguros. El compositor Paco Lola, miembro del afamado grupo Albahaca, canta para sus amistades en estos días de coronavirus. Graba su actuación casera y la envía por teléfono móvil como un heraldo de la alegría en días de zozobra. Paco sonríe. Los artistas saben sonreír en los peores momentos. Estos días son buenos para la inspiración. Mejor oír la actuación del autor de la nana hecha marcha de Caridad del Guadalquivir que atender el continuo baile de la guadaña que nunca cesa. Como cada cual hace lo que puede, se reducen los chistes cuando estamos en la tercera semana de confinamiento y se disparan las fotos de comida.

Dos peatones con mascarillas pasan junto a un anuncio publicitario
Dos peatones con mascarillas pasan junto a un anuncio publicitario / Juan Carlos Vázquez

Es curioso. Fotografiar los platos preparados es un arte al alcance de pocos. Hay restaurantes que tienen fotógrafos de cabecera para publicitar sus guisos. Estos días vemos el Pantagruel que cada confinado lleva dentro. Hay una extraña exhibición de los carbohidratos y las proteínas que revela una suerte de Carpe diem nada alentador. El muerto a bailar en la danza de las cifras y el vivo a presumir de la ingesta calórica. Arroces, carnes y pescados. Guisos, pastas y potajes. A zampar, a zampar que esta vez parece que sí… ¡Que el mundo se va a acabar! Parecemos hijos de la posguerra necesitados de presumir de la despensa y la panza llenas. No nos sacudimos las migas de la solapa del abrigo. Mucho peor. Difundimos con todo lujo de detalle los platazos de comida. Lo que tenga que ocurrir que nos coja bien cebados. O que parezca que lo estamos.

Mueren los primeros farmacéuticos. Suena el Resistiré interpretado por varias voces de primera fila. En Roma secan el crucificado del siglo XVI que presidió la bendición del papa Francisco al mundo. Volverá al altar del templo de San Marcelo. Así ha sido siempre. Pero todos tranquilos, que no se ha mojado ningún nazareno, ni ha sufrido ningún daño el “patrimonio más valioso” que son las personas. Se mojó y bien un señor de más de ochenta años vestido de blanco que estremeció al mundo. Aunque Televisión Española no se enteró. Estarían dando el baile de los muertos sin rostro. ¡Cuán danzan esos malditos!

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