Siete plazas libres en el Cabildo Catedral

El arzobispo Asenjo no completa las 35 plazas que los estatutos contemplan para el órgano rector del templo metropolitano, una de las principales fuentes de ingresos de la Diócesis

Toma de posesión de la hornada de nuevos canónigos en 2013
Toma de posesión de la hornada de nuevos canónigos en 2013 / Belén Vargas

Sevilla/Monseñor Asenjo deja siete puestos libres en el Cabildo Catedral. Los estatutos contemplan hasta 35 plazas de canónigos en activo, con funciones asignadas y derecho al voto. Los jubilados, considerados canónigos eméritos, no se cuentan en el cupo de 35. Tienen derecho a voz, pero no a sufragio activo ni pasivo. El actual arzobispo sólo ha realizado dos hornadas de nombramientos. Efectuó once designaciones en el año 2013, y ahora ha realizado once, que tomarán posesión de las plazas en septiembre, cuando sólo falte un mes para que el prelado presente la renuncia por edad, tal como establece el Código de Derecho Canónico. Asenjo ha nombrado sólo a un total de 24 canónigos a lo largo de su pontificado.

De esta segunda hornada ha llamado la atención el nombramiento de algunos de sus principales colaboradores en la curia, lo que se ha interpretado como un gesto de agradecimiento hacia sacerdotes como Marcelino Manzano, delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, Isacio Siguero, secretario general que es fundamental junto a Teodoro León en el gobierno de la curia, o Adrián Ríos, que fue enviado por Asenjo a Roma para su formación en materia de medios de comunicación.

El arzobispo es absolutamente libre para realizar los nombramientos. Los Cabildos Catedrales de España dejaron de convocar oposiciones a finales de los años 70 tras la celebración del Concilio Vaticano II. En el caso de Sevilla los últimos que ganaron la plaza por oposición fueron los recordados Juan Guillén, Manuel Peinado y Manuel Benigno García Vázquez.

Sólo queda un canónigo por oposición

Don Manuel Peinado es el único canónigo por oposición en vida tras el fallecimiento el pasado año de Pedro Rubio. Peinado demostró en 1976 el dominio de idiomas, ganó la plaza y con el paso de los años acabó asumiendo el cargo de penitenciario de la Catedral, que es el confesor con capacidad para administrar el perdón en casos de pecados de especial gravedad, denominados reservados (homicidio y aborto). Bueno Monreal quiso sevillanizar el Cabildo e instó a Peinado, entonces párroco de Rochelambert, a presentarse a las oposiciones para procurar que las plazas no fueran ocupadas por presbíteros de otras diócesis de España.

Las oposiciones a canónigo presentaban la particularidad de celebrarse en la capilla de la Antigua, con público asistente, o en el espacio que ocupa la actual tienda de venta de recuerdos. Los participantes tenían que dominar el Latín tanto para defender ante el tribunal la prédica de un tema concreto, o para rivalizar con otro opositor. Siempre en la lengua de Cicerón.

Siglos atrás una canonjía era un beneficio grande para toda la vida, con anécdotas curiosas como el derecho preferente a un número de gallinas cuando se hacía el reparto entre los pobres. Y hasta no hace muchas décadas los canónigos tenían derecho a una parte de los ingresos por la entrada que se cobraba para subir a la Giralda. También en otros tiempos los miembros del Cabildo se dividían entre dignidades mitradas, canónigos, capellanes reales y beneficiados (ésta última era la categoría inferior). Hoy está unificados todos como canónigos con distintas funciones asignadas para el mantenimiento del culto diario y la conservación del templo.

El templo hoy se gestiona con criterios técnicos, como una gran empresa, dada la ingente cantidad de dinero que se ingresa en condiciones normales (pandemia aparte) por la visita turística. La Catedral sigue el modelo ideado por Francisco Navarro con ocasión de la exposición Magna Hispalensis celebrada en 1992. Se trata de un esquema de funcionamiento que permite la autofinanciación del templo y la atención de otras necesidades de la Diócesis.

Ser canónigo hoy supone más que nada un honor, pues la asignación económica es ínfima, en torno a 300 euros mensuales con algunos suplementos para incentivar la asistencia al coro. Los cargos claves, además del deán, son los del delegado ejecutivo de patrimonio (que controla el dinero) y de pastoral (que asume el enorme calendario de cultos). Estas denominaciones, muy de la jerga empresarial, se introdujeron en la última reforma de los estatutos.

Muy lucida es la vestimenta del canónigo: sotana y muceta violetas con roquete blanco. Los beneficiados en tiempos debían llevar la sotana negra.

Los canónigos en activo suelen tener, además, parroquias o cargos en la curia que atender, por lo que ejercen una suerte de pluriempleo. Algunos hasta dan clases de Religión. Atrás quedan los tiempos en que se dedicaban a los cometidos de la Catedral en exclusividad. Y, por supuesto, los deanes ya no son escogidos de entre una terna, como ocurría en tiempos de Franco. En el caso de Sevilla es costumbre desde hace muchos años que el cargo de deán coincida con el de vicario general.

Al ser los canónigos nombrados a dedo, el arzobispo se asegura el control del primer templo de la ciudad, que es una de las principales fuentes de ingreso del Cabildo Catedral. Al Cabildo recurrió Asenjo para pedir cien mil euros de los 300.000 que la Iglesia de Sevilla puso a disposición de la Junta de Andalucía para atender a las víctimas de la pandemia y para la compra de material sanitario. En otras ocasiones se recurre al Cabildo para costear la construcción de nuevos templos, obras de caridad o determinadas contingencias, como el pago de alguna sanción que afecte a algún clérigo.

Cuando los arzobispos no residían en Sevilla, sino en la Corte o formaban parte del Consejo de Castilla, los canónigos ejercían de verdadero contrapoder del prelado. Eso ha quedado muy atrás de tal forma que el Cabildo es un órgano colaborador máximo del arzobispo de turno. El arzobispo elige. No hay ya oposiciones, y tampoco la posibilidad que en tiempos hubo de echar bolas negras desde el anonimato a la propuesta de un nombre por parte del arzobispo.

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