Anthony Hopkins es el espectáculo
El rito. Terror, EE UU, 2011, 112 min. Dirección: Mikael Hafström. Guión: Michael Petroni. Intérpretes: Anthony Hopkins, Colin O'Donoghue, Alice Braga, Rutger Hauer. Fotografía: Ben Davis. Música: Alex Heffes. Cines: Ábaco, Al-Ándalus Bormujos, Al-Ándalus Utrera, Arcos, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Cinesur Nervión Plaza 3D, CineZona, Los Alcores, Metromar.
El crudo arranque de esta película es ritual, ya que estamos en ello, en la novela y el cine de terror: una primera imagen desagradable avisa por donde van a ir las cosas, da la nota de afinación macabra, marca el rumbo desagradable por el que nos van a llevar. En este caso se trata de los aspectos más crudamente mecánicos de los ritos de la muerte, erigidos al frente de la película como frontera materialista: más allá no hay nada, más acá sólo estas desagradables tareas que los profesionales llevan a cabo con eficaz indiferencia. Esta frontera materialista marca al protagonista, un joven sacerdote en quien su infancia y adolescencia en una funeraria norteamericana tipo A dos metros bajo tierra ha sembrado la semilla de la duda de fe. Para intentar solucionarlo sus superiores lo envían a Roma para que siga un curso sobre exorcismo en el Vaticano. Curiosa terapia. Allí conoce a un extravagante sacerdote -una especie de padre Brown que se las ve con el Maligno en vez de con delincuentes- experto en exorcismos.Y descubrirá que el mal es contagioso.
El representar la duda de fe a través de una danza de la muerte o una vanitas macabra en la que el decaimiento corporal, la fragilidad de la existencia, el miedo a las servidumbres y dolores de la enfermedad y el espanto ante las miserias físicas que acompañan a la muerte -el atormentado universo del padre Karras que se las tenía que ver con Regan- era la línea de fuerza más fuerte de El exorcista -referencia absoluta del género junto a la más seria y sugestiva La semilla del diablo- tanto en el original novelístico como en la versión filmada.
El rito aprovecha, vía funeraria, este filón (hasta casi lo copia, sustituyendo a la madre del padre Karras por el padre del protagonista) y le suma la representación física -realista, no mágica como en la película de Friedkin- de los efectos de la posesión. Esta línea de fuerza está sobriamente servida por una severa puesta en imagen que pretende eludir lo espectacular o truculento para centrarse en los aspectos humanos y en el terror psicológico. Muy de agradecer.
Lo más destacable es la gran interpretación del siempre grande Anthony Hopkins, capaz de representar la más pura bondad y honradez (La carta final), la más abismal perversión (El silencio de los corderos) o el más íntimo tormento (Tierra de penumbra) y hasta, como en esta película, de sumar los tres registros en un crescendo interpretativo que por sí solo justifica la visión de la película.
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