De mis soledades vengo

La soledad del héroe | Crítica

Carlos Mena sobre el escenario del Maestranza.
Carlos Mena sobre el escenario del Maestranza. / Guillermo Mendo

La ficha

La soledad del héroe

*** Lírica. Capilla Santa María: Lorea Aranzasti, violín; Lixsania Fernández, viola da gamba; Daniel Zapico, tiorba; Alejandro Casal, clave y órgano; Pedro Estevan, percusión. Solista y dirección musical: Carlos Mena, contratenor. Dirección de escena: Lucía Astigarraga.

Programa: 'La soledad del héroe' (obras de Domenico Mazzocchi, Marco da Gagliano , Gaspar Sanz, Claudio Monteverdi, Antonio Cesti, Juan Hidalgo, Francisco Guerau, Antonio de Santa Cruz, Benedetto Ferrari, Sebastián Durón, Antonio Martín y Coll y anónimos).

Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 10 de mayo. Aforo: Un tercio de entrada.

Es difícil adivinar el mensaje oculto tras este espectáculo ofrecido por el Maestranza, acaso una metáfora sobre la soledad del hombre contemporáneo; imposible deducir la relación entre cada una de las piezas barrocas italianas y españolas, vocales e instrumentales, que se iban sucediendo con los movimientos de Carlos Mena (el héroe solitario) por la escena. En ausencia de un explicador simultáneo, se echaron muchísimo de menos los textos de las piezas cantadas. Una vez más el Teatro de la Maestranza, que parece haber renunciado definitivamente a los programas de mano (lo que de por sí es ya nefasto), elude su responsabilidad en algo que es fundamental para el espectador: sin poder hacer un seguimiento de los textos, estas músicas, plagadas de detalles de retórica puestos ahí justamente para destacar su sentido, pierden buena parte de su potencial para conmover y enganchar al público.

Como decía, no es fácil descifrar qué nos quería transmitir Lucía Astigarraga, que hizo cantar a Mena desnudándose, desnudo (bueno, en ese momento no cantaba), semidesnudo, en albornoz y sin él, vistiéndose, calzándose, sentado, arrodillado, de pie y tumbado en una chaise longue, caminando, a gatas, reptando, tumbado en el suelo (decúbito prono y decúbito supino) y hasta sentado a horcajadas en una silla de escritorio. Aparte la incomodidad, a Mena no le resultó fácil encontrar la proyección adecuada de la voz en cada situación, lo que sin duda perjudicó a la percepción general de su canto y del espectáculo, iluminado con buen gusto, eso sí.

Pese a ello, el gran contratenor vitoriano mostró una vez más la belleza de sus medios, el buen equilibrio de sus registros (por ejemplo, en una pieza tan intensa como Queste pungente spine de Benedetto Ferrari admiró la solidez de los graves) y su capacidad para las matizaciones más intimistas, por más que muchas de ellas (pianissimi aparentemente inesperados, acentos sobre las disonancias, durezze, adornos...) vieran rebajada su capacidad expresiva al perderse la relación música-texto. Más allá de eso, a sus interpretaciones le faltaron colores, una variedad que quizás haya que achacar también a un programa demasiado monocorde en lo expresivo y a una interpretación que pareció concebida intencionadamente con una atribulada austeridad.

El quinteto de acompañantes resultó casi inmejorable. Reconozco que no conocía a la violinista madrileña Lorea Aranzasti y su sonido me pareció dulcísimo, muy adecuado para los arreglos hechos sobre esas piezas concebidas originalmente para guitarra. El bajo, que fue ajustándose a cada pieza, de Lixsania Fernández, Daniel Zapico y Alejandro Casal sonó en todo momento sutil y elegante, como los toques delicados de las percusiones de Pedro Estevan, pero siempre dentro de ese tono de extrema sobriedad en el que las chaconas parecían languidecer y ni las jácaras sonaron especialmente movidas. Pareció que el héroe solitario que toma pastillas, inhala sustancias extrañas y se arrastra convulso por el suelo está condenado no sólo a la soledad, sino también a la tristeza.

stats