Una voz en sazón

Carmen Buendía & Aurelio Viribay | Crítica

Carmen Buendía acompañada por Aurelio Viribay en el Espacio Turina.
Carmen Buendía acompañada por Aurelio Viribay en el Espacio Turina. / P. J. V.

La ficha

Carmen Buendía & Aurelio Viribay

**** Recitales Líricos Espacio Turina-ASAO. Carmen Buendía, soprano; Aurelio Viribay, piano. Programa:

Gioacchino Rossini (1792-1868): L’orgia [1835] / “Bel raggio Lusinghier” de Semiramide [1823]

Vicenzo Bellini (1801-1835): La ricordanza [1834] / “Oh! S'io potessi ... Col sorriso d’innocenza” de Il pirata [1827]

Giuseppe Verdi (1813-1901): In solitaria stanza [1838] / “Mercè dilette amiche” de I Vespri Siciliani [1855]

Joaquín Reyes Cabrera (1914-2005): Canciones de Andalucía [1982]

Gerónimo Giménez (1854-1923): “Sierras de Granada” de La tempranica [1900]

Gonzalo Roig (1890-1870): Salida de Cecilia de Cecilia Valdés [1932]

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Sábado 5 de noviembre. Asistentes: Entre 50 y 60 personas.

Es poco comprensible que los socios de la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera no fueran capaces de ofrecer una imagen algo más decorosa con la asistencia al recital de la cantante a la que ellos mismos dieron el año pasado su Primer Premio en el Concurso de Canto que en buena medida los singulariza en el mundo de la lírica, un recital que era además parte consustancial de ese Premio. Si además pertenecen a una asociación lírica, deberían de estar bien informados de la trayectoria de Carmen Buendía (Jaén, 1993), una cantante que no deja de obtener galardones y reconocimientos allá por donde pasa.

Para su presentación en solitario en el Espacio Turina lo hizo estupendamente acompañada por Aurelio Viribay, uno de los grandes del acompañamiento en España, pianista sensible y con la flexibilidad y capacidad de reacción que se requiere para servir al cantante. El programa estaba magníficamente diseñado, con una primera parte italiana y una segunda, española, combinando canción con lírica, primero, ópera y después zarzuela.

La soprano giennense mostró su querencia por el repertorio belcantista, al que se acerca desde una voz poderosísima, robusta, con cuerpo, muy distinta a la de las sopranos ligeras que abundan en este rincón del repertorio. El timbre, hermoso de partida, es homogéneo y la voz se mueve fácil en las agilidades. La emisión es canónica y, aunque quizá abuse por momentos del vibrato, está proyectada de manera formidable: corría por la estupenda acústica de la sala de forma colosal, llenándola de manera cálida y cristalina; incluso no se hubiera echado de menos levantar algo más la tapa del piano para conseguir más resonancias en la parte acompañante, porque la cantante pasaba por encima de ella con facilidad. En cualquier caso, cabe admirar también la tersura y claridad del instrumento, que pertenece a la Orquesta Bética de Cámara y el Turina puso en las expertas manos de Viribay.

Buendía planteó las canciones casi como si fueran escenas dramáticas, dándole quizás solo a In solitaria stanza de Verdi una naturaleza algo más intimista. Brillante, pero quizás un tanto impersonal en el aria de Semiramide de Rossini, el punto culminante de su actuación fue la escena de Il pirata de Bellini, que interpretó completa, con un recitativo muy expresivo, un aria donde lució un legato de primerísimo nivel para discurrir por esas bellísimas y amplias curvas melódicas bellinianas, y una cabaletta rematada con un virtuosismo delirante, pero sobre el que nunca perdió el control. Todo lo fue resolviendo la soprano de Jaén con una aparente facilidad hasta que en el aria de Elena de Vísperas sicilianas de Verdi se topó con algunos notas graves que le costó más dar y le provocaron algún cambio de color no expresivo. Aparte eso, en esta primera parte de su actuación, acaso sólo haya que cuestionar la poca consideración sobre los contrastes de dinámicas, pues el repertorio le daba ocasión de haber recogido más la voz en alguna que otra cadencia, pero por supuesto que la objeción es menor al lado de las virtudes mostradas.

En la segunda parte, se empezó con una colección de canciones del compositor, también giennense, Joaquín Reyes, piezas de corte nacionalista, con muchas cadencias frigias, sobre poetas andaluces (entre ellos, Antonio Machado y García Lorca), en las que Buendía mantuvo su estilo de canto poderoso y rotundo, aunque mostró también que no es que no sepa o no pueda apianar, pues dejó unos filados en pianissimo maravillosos en el final de "Duerme, mi vida", obviamente una nana, sobre texto de Juan Morales Rojas. Con gracia y desenvoltura se comportó en la sección zarzuelística de su concierto: en la romanza de La tempranica controló bastante más su vibrato, sobre todo en los pasajes en parlato, lo que favoreció la claridad de la dicción. La ligereza, la gracilidad y el brillo se impusieron en la ya muy popular Salida de Cecilia Valdés para volver a un tono más dominante e imperioso en la propina, una canción española de El niño judío de Luna cantada con auténtica pasión.

Premiada no sólo en el de Sevilla, sino en otros certámenes recientes, la voz de esta aún joven soprano andaluza, requerida ya en muchos teatros italianos, está en su justa sazón, en un punto ideal para el despegue. Supongo que Javier Menéndez, director general del Maestranza, presente en la sala, habrá tomado nota.

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