Títeres y música en vivo para un cuento sin moraleja

El cielo de Sefarad | Crítica de teatro

Títeres, actores y músicos dan vida al espectáculo de Claroscuro.
Títeres, actores y músicos dan vida al espectáculo de Claroscuro. / Lolo Vasco

La ficha

**** Femás. ‘El cielo de Sefarad’. Compañía Claroscuro. Guion: Julie Vachon. Dirección actoral: Larisa Ramos. Dirección escénica: Larisa Ramos, Julie Vachon y Francisco de Paula Sánchez. Escenografía, iluminación, sonido y dramaturgia musical: Francisco de Paula Sánchez (actor, titiritero y canto). Títeres: Lorena Fernández, Julie Vachon y Francisco de Paula Sánchez. Máscaras: Julie Vachon y Francisco de Paula Sánchez. Vestuario: Javier Fernández Casero. Dirección musical: Enrique Pastor. Intérpretes: Julie Vachon (actriz, titiritera y canto, María José Pire (soprano, percusión y flauta), Enrique Pastor (cítola, laúd medieval, fídula y canto) y Carmen Blanco, narradora (voz en off). Lugar: Teatro Alameda. Fecha: Sábado, 1 de abril. Aforo: Tres cuartos.

Ya en su recta final, el Femás le ha dedicado un pequeño espacio a los más pequeños y a sus familias. Y lo ha hecho de la mano de una compañía tan sólida como Claroscuro que, con la colaboración del Teatro de la Zarzuela en la producción, está acercando a los niños a la música antigua, en este caso a las canciones sefardíes, cristianas y andalusíes.

El cielo de Sefarad es, ante todo, teatro. Una historia hecha con recursos poco usuales como los títeres, las máscaras y la música en vivo, es cierto, pero es una historia que funciona gracias al eficaz guion -compuesto de diferentes estratos- de la canadiense Julie Vachon, fundadora de la compañía en 2010 junto con Francisco de Paula Sánchez.

La protagonista es Noa, una niña judía que, sin saber por qué ni cómo, tiene que abandonar su casa, su ciudad, sus amigos… Como tantas niñas que hemos visto por todo el mundo, sirias, afganas, iraquíes o ucranianas.

Con una aparente sencillez y un gran equilibrio en la mezcla de sus valiosos y cuidados ingredientes, El cielo de Sefarad se va desarrollando sin caer en la sensiblería ni en el historicismo, calando en el joven público a diferentes niveles. Hay muchos términos que se les escapan a los más pequeños, seguro –entre ellos, sefardí, Inquisición, incluso judío-, porque la acción tiene lugar en Toledo, en 1492, pero es igualmente seguro que tales conceptos harán saltar un montón de preguntas que les tocará a los mayores responder.

El manejo de los títeres no sólo es admirable (no olvidemos que Vachon ha estudiado con titiriteros de la talla de la rumana Irina Niculescu) sino que todos están al servicio de la dramaturgia. Así, junto a los tres niños, Claroscuro recurre a un gato andaluz y a un gallo-veleta para rebajar la tensión dramática y provocar una sonrisa siempre necesaria.

Las máscaras, por su parte, junto con el vestuario de época, permiten añadir personajes, como la madre o el abuelo de Noa, mientras que los interludios musicales están perfectamente intercalados en la acción.

Breves y hermosas canciones, como Estaba el señor don gato, Por qué lloras blanca niña o A la una yo nací, que nos hicieron disfrutar de la voz clara y limpia de la soprano venezolana María José Pire y de instrumentos poco habituales como la cítola o el pandero cuadrado.

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