David Lynch, oscuro y feliz

El cineasta acude al festival Rizoma en Madrid para predicar las bondades de la meditación trascendental

David Lynch, ayer en el festival Rizoma en Madrid.
Agencias Madrid

16 de octubre 2013 - 05:00

¿Ha perdido el cine a David Lynch? La pregunta sobrevoló la rueda de prensa que ofreció ayer el inquietante y magnético director, pero no hubo ninguna respuesta concluyente. Aunque a tenor de lo oído, la meditación trascendental copa ahora su agenda. "He escrito algo, y estoy contento con el trabajo", aseguró el autor de Corazón salvaje, Terciopelo azul y Carretera perdida, "pero siempre surge la necesidad de hacerlo mejor", añadió vagamente: "No sé qué será lo siguiente que haga, pero las ideas fluyen".

Su último largo, Inland Empire, una obra cercana a la escritura automática surrealista, se estrenó en 2006 y supuso su divorcio definitivo con la industria. En los últimos años la creatividad del también responsable de Mulholland Drive y al icónica serie de televisión Twin Peaks se ha volcado más en la música (en mayo pasado publicó su segundo álbum de pop electrónico), aunque de vez en cuando también cuelga algún corto en su web, el último, un documental sobre la litografía.

Su visita a Madrid tenía como objetivo clausurar el festival de cine, arte y música Rizoma con una conferencia sobre la meditación trascendental que dio ayer en el Reina Sofía, un asunto del que también hablará hoy en un encuentro con estudiantes de la Universidad Carlos III. La meditación trascendental, una técnica con marca registrada introducida en Occidente por Maharishi Mahesh Yogi -el mismo que inició a los Beatles en los años 60- es la puerta, según Lynch, al disfrute "sin límites de la paz, el amor, la energía". Al practicarla, "la ansiedad, la tristeza, el odio, la rabia, el miedo, la desesperación, se hacen cada vez más débiles", señaló uno de los cineastas contemporáneos que más a fondo han indagado en la dimensión irracional y onírica del ser humano.

Con traje negro de chaqueta cruzada, camisa blanca impoluta abrochada hasta el último botón y su personalísimo tupé, y un tono de voz apacible, firme y seguro, el director que se dio a conocer en 1977 con la turbadora Cabeza borradora,no paró degesticular mientras trataba de explicar que se considera una persona "feliz" y que "el artista debe entender el sufrimiento, pero no sufrir para mostrarlo". En todo caso, él no considera que sus películas sean "oscuras, como algunos dicen". "Hay gente que tiene problemas para entenderlo, pero yo hablo de felicidad", afirmó con una sonrisa ambigua. "Hay quien hace películas con final feliz, pero yo me enamoro de lo que me enamoro...", dijo Lynch, que se divierte mucho, confesó, con "las preguntas extrañas" que suelen hacerle.

"No sé nada de cine", musitó cuando le hicieron una sobre las palabras del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en las que arremetía contra el cine español por su supuesta falta de calidad. El director, también interesado en la pintura, la escultura, la fotografía e incluso el diseño de mobiliario, aseguró no saber nada del cine español, "ni del yugoslavo, ni del alemán", aunque admitió tener una buena amistad con Pedro Almodóvar, "un gran tipo".

Antes de marcharse, el cineasta de Montana, cineasta oscuro e inquietante y ciudadano feliz a sus 67 años, reveló uno de sus secretos. Era muy sencillo. Quizá no tanto: "Hay que hacer lo que a uno le gusta y divertirse haciéndolo".

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