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Sevilla/"La vida es larga... y el tiempo, rápido", exclamó Manuel Alegre, y a su lado un viejo amigo, Alfonso Guerra, asintió antes de viajar 45 años atrás. Ambos son históricos del socialismo, uno en Portugal, el otro en España, y sabiéndose dueños de dicha reputación, no suelen callarse nada, por lo que no pocas veces regañan y disgustan a las cúpulas actuales de sus partidos.
También comparten los dos una pasión literaria que llevó a Guerra a ser librero y a estudiar con fervor la obra de Antonio Machado, y a Alegre a desarrollar una fecunda trayectoria como poeta, al cabo de la cual el autor de Plaza de la Canción, El canto y las armas o Trova del tiempo que pasa, muchos de cuyos versos fueron luego cantados por una leyenda de su país como Amália Rodrigues, recibió el Premio Camoes en 2017, el Cervantes –para entendernos– de las letras en portugués.
En el Consulado de Portugal, dentro de la programación de la Feria del Libro, ambos se sentaron este martes a hablar, con patente cariño mutuo y complicidad, de la Revolución de los Claveles, aquel proceso que acabó con 48 infaustos e interminables años de dictadura salazarista. Fue y sigue siendo, sostuvo Alegre, "el único proceso revolucionario que ganó la democracia". Trabajo costó, tanto que a punto estuvo de descarrilar en los complicados meses que siguieron al día oficial de la alegría del pueblo echado a la calle el 25 de abril de 1974... Pero se logró, y de esto hablaron los viejos compañeros, conscientes ambos de que lo que ocurría en cada momento a cada lado de la frontera fue determinante para los dos países.
"Desde el 25 de abril hasta el final del 75 crucé clandestinamente más de 60 veces la frontera", contó Guerra. En la rúa de São Pedro de Alcântara, sita en el Barrio Alto de Lisboa, donde tenía su sede el Partido Socialista portugués, se reunió decenas de veces con Alegre y Mario Soares, que después llegaría a ser primer ministro y más tarde presidente de la República. Allí conoció también a Willy Brandt, evocó, y aprendió "cómo en España teníamos que organizar la democracia". "El verano y el otoño de 1975 en Portugal constituyen uno de los momentos más importantes de mi educación sentimental y política".
"Aquello –contó Alegre en portuñol– fue en principio un putsch de los militares, que estaban cansados de la guerra colonial y querían una solución. Había muchas fuerzas contradictorias, por tanto: en una revolución siempre hay varias revoluciones y contrarrevoluciones". Lo que decantó el sentido que finalmente tomó aquella ruptura del orden fue la incorporación del pueblo, la salida a la calle, aquel día remoto y legendario para la izquierda ibérica. "Y el apoyo del pueblo cambió el putsch por una revolución democrática. Estuvimos cerca de un enfrentamiento –rememoró el poeta y político luso– pero pese a todo pudimos demostrar al mundo que era posible pasar de una dictadura a una democracia sin caer en una dictadura de signo contrario".
Las cosas estuvieron "seriamente a punto de torcerse", abundó Guerra con dramatismo. "No se ha contado mucho eso, al menos en España, pero hubo un peligro cercanísimo de guerra civil y de que se implantara una dictadura de corte soviético. Y si eso no ocurrió fue en gran medida gracias a un grupo pequeño de hombres, entre ellos Soares y Alegre, que con gran dignidad democrática y casi en solitario se negaron durante el otoño del 75 a esa clase de aventuras", añadió en referencia a la línea más dura o más intransigente en su planteamiento de máximos que propugnaba el Partido Comunista. De haber descarrilado ese proceso democratizador en el país vecino, añadió Guerra, "la conquista de la democracia en España podría haberse retrasado bastante más", por lo que "los españoles debemos estarles eternamente agradecidos a esos políticos.
A la democracia llegaron Portugal y España por vías muy distintas, recordó Alegre. "En Portugal se hunde el aparato de la dictadura, mientras que aquí hubo que asimilar ese aparato", asintió Guerra. "Un trabajo de paciencia china y filigrana", en la definición de Alegre, que fue dos veces candidato a la Presidencia de la República de Portugal y redactor del preámbulo de la Constitución de 1976. Texto que estableció en uno de sus puntos la reforma "a plazo fijo" de sí misma. Es decir, una revisión obligatoria, así estipulada en el propio texto, cada tanto tiempo.
Al principio le pareció al ex vicepresidente español "sorprendente", incluso "una locura", pero con el paso del tiempo vio que era una medida de "previsión muy inteligente". Criterio que sin embargo no le parece válido para la española. "Nuestra Constitución es de una solidez enorme. ¿Que es difícil reformarla? Es que yo creo que debe ser difícil reformarla. Porque de no ser así –zanjó Guerra, que no perdió la oportunidad de sacar a pasear su famoso látigo–, tras dos mayorías absolutas de la derecha, hoy no la reconoceríamos".
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