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Gema Moneo | Crítica

Entre el empellón y la caricia

La bailaora jerezana presentó 'El sonido de mis días' en Sevilla.

La bailaora jerezana presentó 'El sonido de mis días' en Sevilla. / Manuel Aranda

Baile enfático. Con la emoción y las pulsaciones al límite. Baile visceral, que quiere darlo todo en cada golpe. Baile percusivo. Ese concepto de lo jondo que identifica la ciudad en la que vio la luz la bailaora y la estética de su familia, a la que esta obra homenajea. No solo por la presencia de Luis Moneo y su contundente malagueña del Mellizo, radical, al límite. También a Manuel Moneo y El Torta, dedicatarios de la seguiriya. Me gustó ver a Gema Moneo en las cantiñas con el mantón y la bata de cola. Fue el único instante de serenidad de la noche, donde la melodía, el diálogo a media voz, fue posible. Gracias al temazo que le tocó Juan Campallo, uno de los grandes guitarristas de hoy. Desde la intimidad, desde la caricia. Porque la bailaora demostró que es capaz de cruzar el puente y buscar otras voces, otras líneas. Trazó curvas con sus manos, con la bata de cola, con el mantón. Con una coreografía de Mercedes de Córdoba, que, con buen criterio, redujo las dimensiones de la escena. Excepto, precisamente, en las cantiñas. Mostró Moneó que es joven y que tiene la voluntad y la necesidad de crecer. También los tangos precisamente por su falta de pretensiones. Se dio un gusto en la fiesta y nos gustó. La bulería me pareció artificiosa, prescindible. Quizá su función era mostrar que la cantaora puede decirse unas letritas. Y dos emblemas jerezanos para abrir y cerrar, bulería por soleá y seguiriyas, en los que Moneo se mueve con toda naturalidad. Si, como decía el otro, me das a elegir entre el empellón y la caricia, me quedo con la punta de los dedos.

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