Haciendo justicia a Patricia Highsmith
Crítica 'Las dos caras de enero'
Las dos caras de enero. Thriller, Reino Unido, 2014, 96 min. Dirección y guión: Hossein Amini. Fotografía: Marcel Zyskind. Música: Alberto Iglesias. Intérpretes: Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Oscar Isaac, Yigit Özsener.
Las relaciones entre Patricia Highsmith y el cine han sido tan brillantes como irregulares. Extraños en un tren, publicada en 1950 y filmada en 1951, la hizo famosa desde su primera novela. Pero ella detestó la película, tal vez por no comprender que Hitchcock pedía a las historias que rodaba una base para crear a través de imágenes puras sus propios discursos en los que el texto siempre era un pretexto. Tal vez por este disgusto, salvo una adaptación de El talento de Mr. Ripley realizada para el prestigioso Estudio One televisivo por un jovencísimo Franklin J. Schaffner en 1956, ninguna novela suya volvió a adaptarse hasta una década después y siempre fuera de Hollywood: A pleno sol de Clement (1960) y Le meurtrier de Autant-Lara (1963). A estas dos películas de producción francesa siguió, con la excepción de No beses a un extraño del realizador televisivo Robert Sparr, un distanciamiento de 15 años del cine hasta la triunfal adaptación/recreación de El juego de Ripley por Win Wenders con el título de El amigo americano (1977). A partir de ese momento se hicieron más intensas las relaciones entre Highsmith y el cine o la televisión: entre 1977 y 1999 sus obras fueron adaptadas en 16 ocasiones. Olvidando que es un un clásico, y por lo tanto está por encima de las modas, el brillo editorial de la escritora parece haberse apagado algo posteriormente. En los últimos 14 años sólo cinco películas se han inspirado en sus obras. Y ninguna, salvo la de Cavani interpretada por John Malkovich, con especial relieve.
El mundo oscuro, amenazador y turbio de esta difícil mujer que se construyó una vida difícil llena de desdichas y asperezas es único en la novela negra, por fundir el crimen y el suspense con la tensión psicológica y la hondura trágica de sus grandes modelos literarios: Conrad, Hardy, Dostoievski, Gide, Camus o Kafka. Es tal vez la más singular y personal de las grandes damas de la novela negra. Y la que más dilató en un sentido de análisis psicológico, casi hasta diluirlos, los límites que separan este género de la literatura sin adjetivos. Textos tan poderosos piden algo más que ilustraciones cinematográficas. Piden creaciones. Sólo Hitchcock y Wenders lo hicieron, cada uno llevando el material de la Highsmith a sus muy personales terrenos.
El escritor británico de origen iraní Hossein Amini está bien preparado para afrontar este desafío en su debut como director. Ha escrito guiones basados en textos de Henry James (Las alas de la paloma), Thomas Hardy (Jude el oscuro), A. E. W. Mason (Las cuatro plumas), Elmore Leonard (Tiro mortal) y James Sallis (Drive); un buen abanico de autores puros y de maestros de la aventura y la novela negra. Con este bagaje no extraña que reescriba la novela en la que se basa con una meticulosidad creativa que combina el respeto al texto original (esta película es puro Highsmith) con esa personal recreación que todo gran texto exige para ser filmado. Como realizador escoge un estilo sereno, clásico, sin marcas de autor, en el que el tenso juego psicológico entre los muy buenos actores que la interpretan ocupa toda la pantalla. Un gran canalla que vive lujosamente de sus estafas, un pequeño sinvergüenza que sobrevive timando, una hermosa mujer enfrentándolos, un crimen uniéndolos y la luminosidad de Grecia envolviéndolos. Perfectos Mortensen, Isaac y Dunst. La película es el muy buen guión que logra captar la densa atmósfera moral propia de la Highsmith y los intérpretes que le dan cuerpo, rostro y voz. Aunque la contraposición entre la luminosa belleza de los paisajes y la oscuridad interior de los personajes recuerda mucho a Clement y su A pleno sol, el recreo fotográfico en los escenarios y el cuidado excesivo en la recreación de la época -los primeros años 60- hacen que la película corra el peligro de derivar hacia esas correctas adaptaciones de Agatha Christie filmadas en lugares exóticos y hermosos e interpretadas por un chorro de grandes intérpretes en sus otoños. O hacia el preciosismo más bien vacío del Anthony Minghella de El talento de Mr. Ripley. Afortunadamente la densidad de la trama y de las interpretaciones, ayudadas por la muy sobria y clásica realización, lo impiden. También los guiños a Hitchcock que, más que con Extraños en un tren, tienen que ver con Atrapa a un ladrón en una versión dramática que oscureciera la luz mediterránea y el glamour de los personajes dejando entrever la oscuridad que los habita. En este sentido hitchcockiano la contribución de Alberto Iglesias y su muy herrmaniana partitura es clave.
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