Dos almas de la Rusia eterna

Martínez & Arauzo | Crítica

Israel Fausto Martínez y Patricia Arauzo en el Alcázar
Israel Fausto Martínez y Patricia Arauzo en el Alcázar / Actidea

La ficha

Martínez & Arauzo

**** XXIII Noches en los Jardines del Real Alcázar. Israel F. Martínez, violonchelo; Patricia Arauzo, piano.

Programa:

Aleksandr Scriabin (1872-1915): Preludios para piano Op.11 nos. 1, 4, 5, 11, 15, 21 y 24 [4, 5 y 15 en los arreglos para violonchelo y piano de Thomas de Hartmann] [1896]

Serguéi Rajmáninov (1873-1943): Sonata para violonchelo y piano en sol menor Op.19. [1901]

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Jueves 18 de agosto. Aforo: Tres cuartos de entrada.

En sus Preludios Op.11 Scriabin muestra cuánto le debía a Chopin, pero en ellos hay ya también algo del carácter elusivo, debussysta de su música más original y visionaria, cargada de un extraño halo de misticismo. Como mostró en su soberbio disco dedicado a Szymanowski, Patricia Arauzo sabe cómo dosificar tensiones y flexibilizar tempi y dinámicas en este tipo de música y tocó cuatro números (1, 11, 21 y 24) con una deslumbrante capacidad para la insinuación (salvo en el contundente final, claro). En otros tres números (4, 5, 15), se le sumó Israel F. Martínez, que tocó los arreglos de Thomas de Hartmann mostrando desde el principio la cantabilidad de su sonido. Son tres piezas lentas de una aparente sencillez, pero muy diferentes entre sí, del canto elegíaco, cuajado de notas cromáticas, del 4 al estatismo ultramoderno del 15.

Rajmáninov mira en cambio directamente al pasado en su Sonata Op.19, obra de gran formato, de un aliento diríase schumanniano, pero que se ancla a la vez en la tradición del alma rusa, especialmente en los dos movimientos centrales, un Scherzo fantasioso, en el que los dos instrumentos parecen chocar continuamente entre sí, y un Andante nostálgico y sereno, en el que el violonchelo de Martínez se extasió en un fraseo amplio que le sirvió para lucir otra vez la irreprochable afinación y la tersura cantable de su sonido. El dúo destramó la obra con una estupenda claridad textural, pero lo hizo además desde la intensidad romántica de exaltaciones y calmas, en la que el sonido de Arauzo se hizo más poderoso y terrenal, acercando la obra a su dimensión más sinfónica. Desde la introducción lenta, armónicamente ambigua, del primer movimiento a la coda impetuosa y apasionada del final, violonchelo y piano compartieron confesiones íntimas y estallidos de furia con una estupenda lectura de los matices dinámicos y agógicos de la partitura. Uno de los mejores conciertos de música de cámara romántica que recuerdo haber escuchado nunca en el ciclo del Alcázar.

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