Kiko Veneno | crítica

Toda una vida

  • Kiko Veneno desnudó su alma ante el público que llenó el viernes el Teatro Lope de Vega para celebrar con él sus 70 años de vida y los 30 desde que ascendió a los cielos de la música con su disco 'Échate un cantecito'

Kiko Veneno

Kiko Veneno / Lolo Vasco

Con hebras de mimbre tejió Kiko Veneno la historia de su vida, contándonosla desde el escenario del Teatro Lope de Vega. Él nunca se ha prodigado hablando entre unas canciones y otras en sus conciertos, pero aquí se puso al día de una sola vez, llevándonos durante casi tres horas por una aventura personal, trufada de grandes canciones, que muchas veces nos hizo vivir con él en primera persona, sobre todo a los que ya tenemos una edad que nos hace haber pertenecido a ese pelotón de niños escayolados que cantaban el Cara al sol brazo en alto, como él nos recordó entre risas generalizadas, que hacía en los Salesianos durante su niñez, y nos identificamos perfectamente en la montaña de reflejos que se nos venían a la mente cada vez que contaba una etapa de su camino, que nosotros recorrimos de forma paralela la mayoría de las veces.

Kiko nos emocionó, nos hizo reír, nos hizo pensar, nos sumió en la melancolía tanto como en el alborozo; nos dejamos arrastrar por el fervor hacia su figura capital dentro del devenir de la música sevillana, pero mentiría si no digo también que de las decenas de veces en que me sorprendí a mí mismo con la boca abierta, al menos un par de ellas no fueron por la admiración, sino para reprimir un bostezo cuando pasaban ya las diez y media de la noche y todo se alargaba demasiado. Pero el final puso de nuevo las cosas en su sitio cuando todos los maestros que le habían estado acompañando a la guitarra en algunos de los momentos anteriores se unieron juntos a él para interpretar un Superhéroes de barrio glorioso. Andrés Olaegui, Antonio Smash, Raimundo Amador y Lolo Ortega multiplicando por mil los acordes de las seis cuerdas de sus guitarras, con una maestría tal que no parecía que solo hubiesen hecho dos ensayos y medio; Kiko llevaba el compás, Antonio sacaba las notas más graves, Andrés fue el primero en romper la cadencia con un solo que nos abrió el pecho para que después llegasen hasta nuestro corazón Raimundo y Lolo con los suyos; mano a mano, tanto en esta parte final como en la coda que sirvió de bis al espectáculo, con una sinfonía de guitarras acompañando al estribillo de la canción, en el que uno y otro, otro y uno, iban terminando lo que el anterior había empezado, de forma que embelesados en el toque de Raimundo teníamos que volver la vista a Lolo para comprobar que era él quien estaba lanzando ahora las notas de un solo mágico, que volvía de nuevo al gitano sin transición alguna. ¿Quién se acordaba ya del momento bajo? Ahora todos queríamos más.

Raimundo Amador y Kiko Veneno Raimundo Amador y Kiko Veneno

Raimundo Amador y Kiko Veneno / Lolo Vasco

Comenzó Kiko recordándonos cómo el sonido, más que el color, especial que tiene Sevilla le fue convirtiendo en músico, cantor y autor de canciones, desde que llegó aquí con nueve años y el único contacto que había tenido con la música fue cantando la misa en el colegio de curas de Cádiz. De esa ciudad tan templada para el cante, en el que todos los niños afinaban perfectamente, se trajo una melodía de plaza de toros que nos canturreó para que todos nos diésemos cuenta de que fue la semilla de la que brotó Los managers, la canción que le conocimos años después a Pata Negra y todos hemos canturreado también alguna vez. Se fueron sucediendo sus recuerdos de vivir en la Gran Plaza, el primer contacto con la guitarra de su hermano y sus dificultades para cogerle el ritmo con ella a las canciones, sobre todo a las de los Beatles, difíciles con tantos acordes; con las de Bob Dylan, sencillitas, le llegó lo que él llamó La Iluminación, cuando entendió que este mundo de la música era para él, para el Kiko Veneno que por entonces todavía solo era el Sanfeliú. Ese recuerdo fue el que giró la stand up comedy que estábamos presenciando en concierto musical, con Kiko y su guitarra entonando en un inglés macarrónico el Stuck inside of mobile with the Memphis blues again, que con el tiempo convertiría en aquel Atascado con el blues de Memphis sin poder salir rotundo y divertido, tras el que tuvo ironías para las niñas de Los Remedios y acidez para los Reyes de Oriente, siendo el chaval que entendió que Ya está bien de escuchar y que ahora quería hablar. Varios peldaños hacia el cielo ascendimos cuando apareció Raimundo Amador para la introducción guitarrera y el acompañamiento de El calor me mata. Esto ya eran palabras mayores, canciones míticas; la portada del disco de Veneno -aunque hubiese sido mejor la original en lugar de la censurada- proyectada tras los artistas, iluminando el patio de butacas; el primer aplauso realmente atronador al final. Infinita y descarnada después la versión de Kiko, a solas de nuevo, de Aparta el corazón de las mangueras, seguida de Seré mecánico por ti, pausada, amorosa, inmensa. Y sin mediar palabras tampoco, que ahora hubiesen sobrado, Kiko se fue Más al sur.

Llegó así a La época oscura. Así llamó Kiko a los años que pasaron desde que se cayó del cielo de golpe a la dura realidad terrenal, en los que comprendió que aprender no era añadir una cosa más que venga a confirmar tus expectativas, sino desmontar algo que tú creías que era cierto y que de pronto te das cuenta de que no lo es. Y lo recordó con la letra, que solo podía salir de una mente envenenada, de Cuando caiga la noche. Un atisbo del amanecer de esa noche fue su aparición en La bola de cristal, recordada con Me siento tan feliz. Felices horas de sábado desayunando con mi hija y el recuerdo de ella soltando su cascada de risas con aquel Frankenstein desgarbado enamorado de una niña de largas trenzas. Esos años de comer solamente caracoles como el niño del Barón rampante también nos los recordó con esa canción, en la que eché de menos la estética callejera y borde del contrapunto que hubiese puesto la guitarra de Andrés Herrera, el Pájaro, pero tuvo que quedarse en su casa, atrapado por el bicho ese que todos creemos que ya se ha ido, pero que no hay que olvidar que sigue ahí.

Lolo Ortega y Kiko Veneno Lolo Ortega y Kiko Veneno

Lolo Ortega y Kiko Veneno / Lolo Vasco

Y llegó el disco que celebrábamos esta noche, el que le devolvió La Iluminación e hizo que abandonase las cuevas lúgubres, cambiadas por las praderas. Grabó hace treinta años Échate un cantecito y lo recreó hoy con la ayuda de Lolo Ortega en una genial adaptación de aquella pieza de rockabilly que acabó convertida en rumba con el nombre de En un Mercedes blanco, en la que estaba esa línea que ha dado el nombre al programa más seguido de la televisión en nochevieja: cachitos de hierro y cromo.

El listón estaba en lo más alto y ahí se mantuvo con Echo de menos, Respeto -con la gente venida arriba en los coros- y el ritmo por alegrías de Me voy pa Cai, para caerse al suelo cuando se le olvidó la letra de Mi morena y tuvo que parar en la primera estrofa para continuar luego reponiéndose del desliz sin que una desangelada sombra nos abandonase ya, a pesar de que continuó con Dice la gente, una de sus canciones más queridas y nos intentó calentar a todos cantando por grupos, masculino y femenino, sin excesivo éxito, en Vidas paralelas. Al menos las risas provocadas nos despertaron de nuevo el Hambre que había en la desdibujada forma en que cantó Kiko esa canción. Tampoco es que la entrada en escena de Antonio Smash contribuyese mucho a la brillantez que de nuevo empezó a dar atisbos de ser cegadora, pero es que la canción que interpretaban era Joselito, que levanta a cualquiera. La asociación después de Kiko con Andrés Olaegui tuvo un inicio incierto en Me siento en la cama, solventado con risas, que al fin y al cabo esto era una fiesta de cumpleaños y tampoco era cosa de que imperase la seriedad. Raimundo volvió a salir para derretir las cuerdas en Lobo López y ese fue el comienzo de la fabulosa recta final que describí al principio de esta crónica. La verdad de la música asomó de nuevo, abalanzándose sobre nosotros, atropellándonos, la sola y sacrosanta verdad de unos músicos compartiendo con su público lo que les salía del alma a través de sus dedos. Superhéroes de escenario.

Apoteósis de Kiko Veneno Apoteósis de Kiko Veneno

Apoteósis de Kiko Veneno / Lolo Vasco

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