Kusturica firma un retrato febril y fascinado de Maradona
El serbio se acerca a un astro proteico, político, familiar, excesivo y sentimental
Emir Kusturica, director de Underground, Papá está en viaje de negocios o Gato negro, gato blanco, presentó ayer en Cannes su visión febril y fascinada de Diego Armando Maradona, el añorado mago del fútbol, en el trepidante documental francoespañol Maradona by Kusturica. La película, que el doble ganador de la Palma de Oro empezó a filmar en 2005, se abre con el propio Kusturica tocando con su grupo de rock balcánico No Smoking Band en un concierto en Buenos Aires.
Esa presencia en pantalla del cineasta ilustra de entrada una de las constantes del filme: Kusturica filma a Maradona y al mismo tiempo a sí mismo, a menudo boquiabierto, como hincha que es del Pelusa. El serbio imagina a Maradona como personaje posible en cada una de sus películas, de las que rodaron Sergio Leone o Sam Peckinpah -el futbolista se ve más como De Niro en Toro salvaje- e incluso lo declara "Dios de Mesopotamia".
Una divinidad reconocida en Argentina por la autodenominada Iglesia Maradoniana, que divierte mucho a Kusturica. Puntuado por la versión adrenalítica de God save the Queen de los Sex Pistols, Maradona by Kusturica recoge las diferentes etapas profesionales y personales, en una mezcla de testimonio en directo y material de archivo.
El documental ofrece un buen número de goles emblemáticos -aunque siempre hubieran podido ser más-, la locura que fue su paso por Nápoles, su presencia en la Bombonera de Boca Juniors como espectador apasionado. Impresionan las transformaciones de Maradona -en plena forma en Cannes, a sus 47 años- a lo largo de su vida, los vaivenes físicos como consecuencia del consumo de cocaína y los tratamientos para frenarlo.
El deportista habla con franqueza de esta adicción que tan cara le salió. "Qué gran jugador hubiera podido llegar a ser sin la cocaína, aún más grande", llega a afirmar sin ironía. El Maradona político tiene un lugar privilegiado en el filme. Declara su amor por Cuba y en particular por Fidel Castro, aparece con los presidentes venezolano, Hugo Chávez, y boliviano, Evo Morales, en una marcha contra el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, al que el astro futbolero aborrece profundamente. La política salpica también al fútbol; al ex presidente brasileño de la FIFA Joao Havelange lo tacha de "facha", y recuerda que ganar a Inglaterra era también "vengar a los muertos" de las Malvinas.
Los momentos emotivos llegan con las imágenes de Maradona en familia, con sus hijas, y al final, cuando el ex mano negra Manu Chao le canta a la guitarra, apoyado en una pared de Buenos Aires, Si yo fuera Maradona y sobre todo el estribillo La vida es una tómbola. Y Maradona, protegido por una gafas muy negras, se emociona como un niño. De cine, por cierto, lo poco que dice el argentino es que por Julia Roberts se "dejaría cortar la mano de Dios", es decir, ésa con la que marcó en los cuartos de final del Mundial de México 1986 un gol que forma parte de la apasionada memoria colectiva del fútbol.
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