Música clásica

Mahler y la muerte

  • Emi publica la tercera grabación que Simon Rattle hace de la '9ª Sinfonía' de Mahler, primera con la Filarmónica de Berlín

En 1907 la muerte llamó con crudeza a la puerta de Gustav Mahler. Su hija María, primer fruto de su matrimonio con Alma Schindler, falleció con sólo 5 años de edad, a consecuencia de la difteria y la escarlatina. Fue también por entonces cuando le detectaron una afección cardíaca, y el músico, "un maníaco depresivo con una veta sádica", en caracterización del musicólogo Harold C. Schonberg, creyó llegado el momento de despedirse de la vida. En opinión de Schönberg (Arnold, el compositor), las ideas de Mahler acerca de la muerte aparecen ya en su primera sinfonía, pero sería a partir de aquel fatal momento de 1907 cuando se despliegan con absoluta claridad.

En 1908 compone La canción de la tierra, obra a la que eludió llamar sinfonía, ya que habría hecho la número nueve de su catálogo, en un intento por evitar la maldición de ese dígito, asociado a la genial última partitura sinfónica de Beethoven. El largo y bellísimo movimiento final de aquella obra (El adiós) queda musicalmente abierto tras la repetición en la voz de la contralto de ese 'ewig... ewig' ('eternamente'), capaz de erizar el vello del melómano más despistado. Y su continuación natural es sin duda la 9ª Sinfonía, escrita en el verano del año siguiente (1909), que terminaría por ser la última completada por el autor (quedó el Adagio y otros esbozos de una 10ª), por tanto su adiós al género y en cierta medida también a la vida, lo que provocó que se extendiera la superstición asociada a ese número en relación con las creaciones sinfónicas.

La obra se estructura en cuatro movimientos, cada uno en una tonalidad diferente (re mayor, do mayor, la menor, re bemol mayor), algo nunca visto en una obra sinfónica de esas características. Su disposición tampoco es convencional, ya que los dos lentos se sitúan al principio (Andante comodo) y al final (Adagio), encerrando en medio dos tiempos rápidos muy característicos del autor (el segundo es una sucesión de tres danzas; el tercero está marcado Rondo-Burleske y es de carácter violento, disonante, trágico). El Andante comodo de partida parece en efecto concebido como una continuación de La canción de la tierra. Alban Berg escribió sobre él: "[...] es lo más extraordinario que ha escrito Mahler. Veo en él la expresión de un amor excepcional por esta tierra, el deseo de vivir en paz, de gozar plenamente de los recursos de la naturaleza antes de ser sorprendido por la muerte. Porque esta última se aproxima, irresistiblemente. Todo el movimiento está impregnado por los signos precursores de la muerte. Ésta está en todos los sitios, es el punto culminante de todo sueño terrestre". El conflicto se resuelve en el sublime Adagio final, que se extingue lenta, dulce y consoladoramente.

Sir Simon Rattle graba por tercera vez la de Mahler, tras su integral en Birmingham y su versión con los filarmónicos de Viena del 93, alcanzando aquí sus más altas cotas de profundidad y refinamiento, a pesar de que se trata de la toma en vivo de un concierto. La Filarmónica de Berlín conoce bien la obra, ya que ha sido la orquesta protagonista de algunas de las mejores versiones de la discografía (Barbirolli en 1964, Bernstein en 1979), y aquí rinde a un altísimo nivel. Es una versión afilada, incisiva, sin concesiones, incluso cruda, de un lirismo a la vez trágico y conmovedor, que se disuelve plácidamente en el Adagio conclusivo. Uno de los mejores discos de Rattle en Berlín.

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