REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA

Esperanza en el futuro juvenil

Ana Gavilán, David Fernández y la ROSS.

Ana Gavilán, David Fernández y la ROSS. / Marina Casanova

Juventudes Musicales es fiel, una vez más, a su cometido de servir de escaparate y escenario a los jóvenes valores de la música que, de otra manera, tendrían más complicado acceder a teatros, auditorios y orquestas. La espléndida iniciativa de colaborar con el Teatro de la Maestranza (que durante tantos años vivió de espaldas a la realidad musical de Sevilla) y con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla nos está posibilitando conocer a un brillante plantel de músicos jóvenes, sí, pero sufiecientemente formados a la vista de sus biografías y, sobre todo, de sus interpretaciones.

Ana Gavilán, ganadora del V Concurso Nacional de la Asociación de Fagotistas y Oboistas de España, se sirvió del concierto de Mozart para brillar con un sonido aterciopelado sostenido sobre una respiración firme, con ataques suaves y dulces, sin un ápice de acidez. Sobrada de facultades en materia de agilidades, su legato en el segundo tiempo fue un derroche de belleza. Igual despliegue técnico sirvió de fundamento para que Álvaro Toscano firmase una versión impecable de la obra de Rodrigo, con sentido del ritmo, rubato expresivo pero no excesivo y fraseo intenso. Bello remate del Adagio con unos clarísimos armónicos. No estuvo a la zaga Alejandro Gómez, seguro a todo lo largo del diapasón, ágil, controlando las dobles cuerdas con brillo. Sobresaliente su afinación y su desparpajo a la hora de acometer los pasajes más complicados.

Y otra sorpresa: la batuta de David Fernández Caravaca. Excepto en el primer tiempo del concierto de Haydn, algo blando y lento, acertó en el tempo y la acentuación de las obras clasicistas, haciendo que las cuerdas de la ROSS sonasen con transparencia y empaste. En el Concierto de Aranjuez sobresalió su manera de acentuar los ritmos en los dos movimientos extremos, sobre todo en los pasajes en los que emergen melodías de canciones infantiles como Antón Pirulero, por ejemplo. La ROSS le siguió con el brillo de las maderas, con una Sarah Bishop todo delicadeza. Sin olvidar la intervención solista, llena de calidad, de Luiza Nancu al violonchelo en el primer tiempo. Pero donde Fernández Caravaca mostró su categoría como director fue en el Idilio de Sigfrido. Reguló las dinámicas hasta el mínimo detalle, llevando los crescendi de manera firme y progresiva. Al mismo tiempo, la transparencia de su visión del sonido global permitió que se apreciasen todas y cada una de las voces instrumentales de una orquesta de una belleza tímbrica apabullante. El final no pudo ser más delicado, íntimo y poético.

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